MADRID–¿Está perdiendo Occidente a América Latina? Durante la Guerra Fría, esta pregunta era objeto de mucho debate en Washington y otras capitales. Ahora, cobra renovada importancia por el retorno de la competencia entre grandes potencias y un posible renacer de las “esferas de influencia”, junto con la reciente ola de victorias electorales de la izquierda en la región.
Para Occidente, la perspectiva de un conflicto caliente con mecanismos autoritarios (como Rusia y China) vuelve a resaltar la importancia de América Latina como socio. Pero al mismo tiempo, Estados Unidos y sus aliados están absortos en la guerra en Ucrania (particularmente en sus consecuencias para los mercados energéticos y la prosperidad).
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La perturbación política en América Latina complicará la participación occidental. Aunque, de tiempo, la corrupción, desigualdad y crisis de confianza atormentan la región, en los últimos años, la estabilidad política se ha basado a menudo en programas formalmente enderezados a la reducción de la pobreza que han resultado en experimentos de política social (financiados frecuentemente por la exportación de materias primas).
Pero la pandemia interrumpió estos planteamientos, dando paso a un periodo de dificultades económicas e inestabilidad política. El sistema de partidos tradicionales en América Latina se ha derrumbado; la región se presenta como presa del populismo y de la polarización.
Hoy, cinco de los seis países sudamericanos más poblados tienen gobiernos izquierdistas, aunque muy diferentes a los regímenes cubano o venezolano. El presidente de Perú, Pedro Castillo, se proclama marxista.
En Chile (el anterior bastión de las políticas de libre mercado en la región) gobierna el activista de izquierda Gabriel Boric. Colombia, históricamente considerado el barómetro de las tendencias de la política latinoamericana, eligió hace poco al exguerrillero Gustavo Petro como presidente. Es muy probable que Brasil, el país más poblado y la mayor economía de la región, se una a las filas izquierdistas en la próxima elección presidencial de octubre.
Mientras tanto, se siguen acumulando pruebas de la pérdida de influencia de Occidente en América Latina. En la Asamblea General de las Naciones Unidas del pasado marzo, cinco países latinoamericanos se rehusaron a condenar la invasión rusa de Ucrania (Bolivia, Cuba, El Salvador y Nicaragua se abstuvieron, mientras que Venezuela se negó a participar en la votación).
Y muchos gobiernos latinoamericanos han rechazado unirse a Occidente en la imposición de sanciones a Rusia. Todo ello da pie a especulaciones sobre la restitución de una postura de no alineación, al estilo de la Guerra Fría.
Además, varios líderes latinoamericanos (entre ellos, el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador “AMLO” y el boliviano Luis Arce) boicotearon la Cumbre de las Américas del mes pasado por la exclusión de sus homólogos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Todo apuntaba a una cumbre fallida y el consiguiente bochorno para la administración Biden.
Al final la cumbre se salvó por poco. El resultado (una declaración meramente formal sobre las migraciones y una Alianza de las Américas para la Prosperidad Económica que parece ser sobre todo ornamental) no entusiasmó a nadie. AMLO cumplió su amenaza de no asistir (aunque un mes después viajó a Washington para un diálogo bilateral con Biden); Bolivia, El Salvador, Guatemala y Honduras enviaron ministros en vez de Jefes de Estado o de Gobierno. Así, no fue un fiasco, pero tampoco dejará huella significativa en los asuntos hemisféricos.
Este hecho refleja errores por parte de Occidente, pero también la situación política de América Latina. Si bien es cierto que Biden no manifiesta el desprecio de la región que mostró su predecesor, su gobierno no ha logrado desarrollar una política regional eficaz. Los países latinoamericanos están frustrados por la aparente indiferencia de Biden, y por su tendencia a dejar que cuestiones internas (las inminentes elecciones medias o el devenir político en estados como Florida con grandes electorados hispanos) dicten las decisiones en materia de política.
Europa no lo ha hecho mejor. Después de dar su conformidad “en principio” a un acuerdo de libre comercio con los países de Mercosur (todavía sin ratificar), la estrategia de la Unión Europea hacia América Latina brilla por su ausencia. No se suponía que desarrollara una diplomacia eficaz durante la pandemia; pero ahora su atención está cautivada por la guerra en Ucrania, incluida la necesidad urgente de reforzar su seguridad y liberarse de la dependencia de la energía rusa.
China aumenta su presencia en América Latina
Pekín, en cambio, sigue profundizando su huella en América Latina. Entre 2002 y 2021, el volumen total de su comercio con la región se disparó, de 18 mil millones de dólares a casi 449 mil millones en menos de 10 años. A este ritmo, superará los 700 mil millones en 2035. Estos incrementos son, en parte, el resultado de los tratados de libre comercio con Chile, Costa Rica y Perú. También está buscando un acuerdo con Ecuador, y ha logrado sumar a 21 países latinoamericanos a su Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative).
El éxito de China se debe a que ofrece todas las ventajas del comercio y la inversión, pero sin condiciones. Como comenta el editor de LATAM del Financial Times, a la hora de relacionarse con América Latina, Estados Unidos se parece al Vaticano, con una letanía de reglas y condiciones; China, en cambio, ofrece la bienvenida fácil de los misioneros mormones. Sus demandas aparecen más tarde, a menudo en la forma de cláusulas ocultas. Para entonces, China ya se ha establecido en la región (incluyendo una creciente presencia militar).
Occidente no puede permitirse perder a América Latina, igual que no se lo podría permitir durante la Guerra Fría. La región es clave en materia de combustibles y alimentos, y puede cubrir importantes lagunas en las cadenas de suministro. Y sobre todo, para remover el orden internacional basado en reglas, Occidente tendrá que alcanzar masa crítica con sus socios y aliados (que no obstante habrá de incluir a América Latina).
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Occidente debe ponerse ya mismo a reconstruir la credibilidad que ha perdido en la región. Esto implica tiempo, compromiso y esfuerzo diplomático. Como primera medida, Estados Unidos y Europa deben tratar de forjar cooperación en áreas de interés compartido, como el cambio climático, la salud pública y la migración. La próxima presidencia española del Consejo de la UE será una oportunidad para progresar, sin perjuicio importante de la necesidad de tomar medidas en los próximos meses.
Revitalizar las relaciones con América Latina no será fácil, con el ambiente político de polarización que predomina en gran parte de Occidente. Pero cuando hay tanto en juego, no podemos darnos el lujo de seguir mirándonos el ombligo.