BERLÍN – La visita de despedida de la Canciller alemana Angela Merkel a la Casa Blanca realizada este mes se presenta como una oportunidad ideal para reflexionar sobre el estado de las relaciones entre Alemania y Estados Unidos. Sin embargo, esta no es una oportunidad para ponerse sentimentales. La larga y complicada historia de la relación bilateral puede estar a punto de entrar en una nueva fase.
Desde el corolario de la Segunda Guerra Mundial hasta la reunificación de Alemania en el año 1990, Estados Unidos lideró la reconstrucción y el resurgimiento económico del país. Esta época podría resumirse bajo el título “Protección y Vigilancia”, que fue un capítulo mucho más impredecible que el capítulo anterior: “Enemistad y Guerra”.
En el ante nombrado capítulo, la despiadada búsqueda del poder mundial por parte de Alemania durante dos feroces guerras mundiales terminó de manera definitiva en su total y absoluta derrota. La victoria de los Aliados en la Segunda Guerra Mundial dejó a Alemania dividida en cuatro zonas de ocupación. Alemania perdió grandes franjas de su territorio oriental, lo que dio lugar a 12 millones de refugiados y expulsados. Y, en todas partes, se podía encontrar el abismo moral del monstruoso legado dejado por los nazis.
Puesto que la reconstrucción de la posguerra dependía de la protección y la ayuda de Estados Unidos, dicha reconstrucción se llevó a cabo exclusivamente en Europa occidental, y consecuentemente, también sólo en Alemania Occidental. José Stalin veía a la Unión Soviética como el contrapunto, es decir la Gran Rusia socialista frente al Occidente capitalista liderado por Estados Unidos. Desde finales de la década de 1940, esta postura ideológica y geoestratégica sustentó la Guerra Fría, misma que se desarrolló en gran medida en Alemania, y particularmente en Berlín, el punto central de la nueva división de las grandes potencias.
El intento alemán (derrotado en dos ocasiones) por ganar la hegemonía europea y el dominio mundial dio paso a una estrecha alianza entre Estados Unidos y la República Federal de Alemania. Por parte de Estados Unidos persistió cierto grado de desconfianza política, pero los alemanes “trans-atlantisistas” se negaron a ver dicha desconfianza. Desde su perspectiva, la alianza (que incluía un componente militar debido a la creación de la OTAN) había suplantado toda la antipatía previa, y no había nada más que considerar.
Se equivocaron. Durante la Guerra Fría, Estados Unidos siguió una estrategia de múltiples frentes, tanto para disuadir a la Unión Soviética como para mantener el control sobre Alemania, como reconocimiento de su posición vital en el corazón de Europa. La relación transatlántica nunca fue tan sencilla como sus defensores querían que fuera, y aún no lo es hoy en día.
En términos formales, la República Federal se integró con éxito, más o menos de manera inmediata, en Occidente, y lo hizo bajo el mandato de su primer canciller de posguerra, Konrad Adenauer. Pero en términos de intereses básicos y de economía política, persistieron diferencias significativas. Desde mediados de la década de 1950, por ejemplo, la perspectiva transatlántica competía con una visión idiosincráticamente europea. Y, debido a la Ostpolitik (política del Este) del canciller alemán Willy Brandt en la década de 1970, que coincidió con la naciente distensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética, los intereses divergentes del protector y del protegido se hicieron aún más evidentes.
No obstante, cuando la Unión Soviética colapsó, Estados Unidos fue la única potencia transatlántica que emitió su apoyo inmediato y sincero a la reunificación alemana. Para los vecinos europeos de Alemania, el posible regreso de Alemania como una fuerza geopolítica hizo que resurgieran viejos temores sobre “la interrogante alemana”.
Cuando Alemania se convirtió en un Estado plenamente soberano a través de la reunificación, la antigua relación protector-vigilante cambió de manera obligatoria. Y, sin embargo, Alemania no se sacudió para deshacerse de la mentalidad de la posguerra. Considere otras potencias europeas de tamaño similar. El Reino Unido y Francia son potencias nucleares con puestos permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde no dudan en imponer sus demandas respecto a desempeñar un papel de liderazgo mundial. Por el contrario, Alemania, la cuarta economía nacional más grande del mundo, no hace tales demandas.
Alemania, por lo tanto, seguirá dependiendo durante un largo tiempo de la garantía de seguridad que le da Estados Unidos. A Alemania no sólo le persigue atormentadoramente su propia historia, sino que debe negociar unas condiciones de seguridad enormemente complejas. Situada en el corazón de Europa, Alemania debe tener en cuenta los intereses, tanto dentro como fuera de la Unión Europea, de los países más pequeños de Europa Central y Oriental, y al mismo tiempo debe llevarse bien con una Rusia cada vez más expansionista y que es poseedora de armas nucleares. Además, debe hacer todo lo antedicho en un momento en que sus cimientos económicos se están fracturando.
Asimismo, Alemania debe tener en cuenta los intereses estratégicos de su protector, aunque no siempre sean congruentes con los suyos. Estados Unidos está inmerso en una creciente confrontación con China, la nueva potencia mundial del siglo XXI; pero, China es uno de los socios comerciales más importantes de Alemania. La Unión Europea reviste aún mayor importancia para Alemania, ya que desempeña un papel clave en la configuración del futuro de dicha unión. Expresándose en términos muy suaves se puede afirmar que la diplomacia alemana es una emprendimiento inmensamente complicado.
Después de la presidencia de Donald Trump, que hizo un daño más grave a las relaciones entre Estados Unidos y Alemania que cualquier otra situación desde la Segunda Guerra Mundial, la pregunta que se debe plantear el presidente Joe Biden es si Estados Unidos puede recuperar la confianza de sus aliados. ¿Qué ocurrirá si se reanuda la era Trump, ya sea con el propio Trump o mediante uno de sus muchos acólitos ambiciosos?
Para los alemanes, esta pregunta eclipsará a todas las demás consideraciones durante los próximos años. La relación protector-vigilante ya no es funcional; pero, Alemania tampoco puede establecer un papel totalmente independiente para su propio Estado dentro de un marco europeo. Para colmo de males, las diferencias de intereses, empezando con aquellas relacionadas a China y Rusia, traerán consigo más controversias y fricciones entre Estados Unidos y Alemania. Es de esperar que la próxima fase de la relación bilateral se defina por el virtuoso arte de saber transigir y llegar a acuerdos.
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