Decir groserías o es reconfortante en ciertas ocasiones. Normalmente, las malas palabras son tomadas de manera negativa por algunos sectores de la sociedad; incluso se han dado casos virales en los que adultos obligan a los niños a lavarse la boca con jabón por pronunciar alguno.
Pero las groserías no son tan malas como nos lo han hecho creer por generaciones. De hecho, decirlas es parte del desarrollo humano y una característica universal del lenguaje. Los niños y adolescentes comienzan a usarlas en su vocabulario porque las escuchan en su entorno cercano y las repiten para sentirse un tanto sofisticados, rudos o para impresionar a sus amigos.
Las malas palabras, groserías o maldiciones son tan comunes en nuestro día a día que las podemos escuchar o leer como nunca antes en la televisión, el cine, la radio, canciones, libros, periódicos y por supuesto en redes sociales.
Estas palabras que antes un tabú ahora forman parte de nuestra cotidianidad y como tal, no se han escapado del interés de los investigadores sociales. Estudios sobre el impacto de decir groserías encontraron que son benéficas para ayudar a tolerar el dolor físico o emocional y hasta para mejorar la imagen de algún personaje público.
Decir groserías ayuda a tolerar el dolor
La costumbre de decir groserías como respuesta a un estímulo de dolor es algo que se ha estudiado por varios años en diferentes partes del mundo; pero en 2017 una investigación realizada en la Universidad de Keele, en Inglaterra, publicó entre sus conclusiones que las maldiciones y malas palabras ayudan a tolerar el dolor.
El estudio, elaborado por el investigador Richard Stephens, se basó en medir la tolerancia al dolor en diferentes personas que participaron en un experimento en el que sumergieron una de sus manos a un líquido extremadamente frío.
Los resultados mostraron que las personas que durante el experimento dijeron groserías y maldiciones tuvieron un aumento en la frecuencia cardiaca que los ayudo a tolerar más el dolor ocasionado por el agua fría, a comparación de los participantes que solamente expresaron palabras neutras.
Una publicación en The Conversation sobre por qué las personas adultas en Estados Unidos no se vacunan señala que más de un tercio de este sector dijo tenerle miedo a las agujas o al dolor.
En este artículo firmado por Amy Baxter, profesora de Medicina de la Universidad de Augusta, EU, sugirió a los adultos que le temen al dolor de la inyección recurrir a lanzar la Bomba ‘F’, que no es más que gritar ‘Fuck’ al sentir el pinchazo, esto apoyado en los resultados del estudio sobre el dolor y las groserías.
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Hacen a la gente parecer más sinceros
Este es otro de los aspectos benéficos que se han analizado sobre el uso de las groserías en el lenguaje diario de las personas.
Algunas investigaciones han señalado que las personas que suelen usar malas palabras tienden a dar una mejor impresión a los demás, ya que son consideradas como ‘más sinceras y persuasivas’. Un artículo de BBC Future sobre el tema escribe lo siguiente:
“Al decir palabrotas, no sólo comunicamos el significado de una frase, sino también nuestra respuesta emocional a ese significado. También nos permite expresar rabia, disgusto o dolor, o indicar que alguien debe apartarse, sin necesidad de utilizar la violencia física”.
En ese mismo texto, se detalla que la gente suele percibir de mejor manera a los personajes públicos, como políticos o artistas, que usan groserías para dar su opinión acerca de temas de interés general, ya que consideran sus respuestas un tanto ‘más naturales y sinceras’.
Asimismo, un artículo titulado ‘Francamente, nos importa un carajo: la relación entre la blasfemia y la honestidad’, publicado en la revista Social Psychological and Personality Science respalda la idea anterior y escribe lo siguiente entre sus conclusiones:
“Nos propusimos proporcionar una respuesta empírica a las opiniones contrapuestas sobre la relación entre las malas palabras y la honestidad. En tres estudios, tanto a nivel individual como social, encontramos que una mayor tasa de uso de malas palabras se asoció con una mayor honestidad”.
La diferencia entre decir grosería y los insultos a otras personas
La mayoría de las investigaciones y artículos sobre el beneficio de usar groserías en la vida cotidiana se hace una distinción muy importante: no es lo mismo usar malas palabras que hacer un insulto a otra persona.
El contexto en el que se usan las groserías sí suele importar todavía. Hay muchos escenarios en los que algunas palabrotas tienen diferentes significaciones.
Por ejemplo, en México el terminar ‘chingar’, abordado en el Laberinto de la Soledad, de Octavio Paz, se explican diferentes usos que se le pueden dar. En algunos casos como un adjetivo para calificar a una persona triunfante (el chingón) y en otras como un insulto (la chingada).
Benjamin Berger, profesor de Ciencias Cognitivas de la Universidad de California en San Diego, escribió en un libro sobre el uso de groserías que:
“Aunque decir malas palabras es en gran parte inocuo, las injurias o insultos son la excepción. Hay claros beneficios cuando se usan groserías, pero cuando van dirigidas a un grupo demográfico, pueden promover prejuicios”.
Aprender a diferenciar los contextos entre decir groserías y lanzar insultos es importante para no caer en la discriminación, la ofensa y el odio hacia otras personas. Las palabras tienen poder, así que hay que saber cómo usarlas para nuestro beneficio.
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