Aun antes de asumir el cargo en enero de 2023, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula de Silva, prometió poner fin a la deforestación ilegal del Amazonas. También relanzó alianzas para ampliar el financiamiento de la protección forestal y anunció una cumbre presidencial de los países de la cuenca del Amazonas a realizarse en Belén en agosto.
Lula está decidido a acelerar la cooperación global para proteger el bosque tropical más grande del mundo, apalancando, inclusive, el Fondo Amazonia, que se capitalizó recientemente y que está respaldado por Noruega y Alemania. El presidente Lula y su ministra de Medio Ambiente, Marina da Silva, han hecho de la protección y la preservación del Amazonas una prioridad.
Y tienen motivos. El valor de los bosques intactos, especialmente los grandes biomas tropicales en el Amazonas, Congo e Indonesia, es inmenso. Y, sin ellos, no hay esperanzas de mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 °C. Para proteger estos bosques (y, por extensión, la Tierra), creemos que un nuevo mecanismo de incentivos que ofrezca una compensación directa por la conservación forestal puede ayudar. La mayoría de los científicos climáticos coinciden en que la única manera de revertir el calentamiento global es erradicando gradualmente el uso de combustibles fósiles y garantizando que se eliminen más gases de efecto invernadero de la atmósfera de los que se emiten.
Reducir las emisiones, claramente, no es suficiente. La clave es proteger los bosques, que cubren el 31% de la superficie terrestre de la Tierra (alrededor de 4.000 millones de hectáreas) y son un sumidero de carbono neto, que absorbe alrededor de 7.000 millones de toneladas de dióxido de carbono por año, inclusive después de descontar todas las emisiones de la deforestación y otros cambios en el uso del suelo. Los bosques tropicales, en particular, tienen un efecto de enfriamiento global de 1°C cuando se consideran los efectos biofísicos y de almacenamiento de carbono.
Una solución para salvaguardar nuestros bosques implica plantar árboles para compensar los que se han caído. Varias iniciativas audaces, entre ellas la iniciativa y plataforma Un billón de árboles y la llamada Gran Muralla Verde, que se extiende a lo ancho del África subsahariana, se enfocan en esfuerzos de restauración. Pero igualmente importante es la conservación de los bosques tropicales añejos, que pueden servir como un sumidero importante de carbono cuando están bien preservados. Por el contrario, los bosques no protegidos pueden empezar a degradarse y volverse una fuente de emisiones netas, como está ocurriendo en partes de la cuenca del Amazonas.
Una estrategia cada vez más popular es ponerle un valor monetario al mantenimiento de los árboles en tierra. Si bien la inversión en créditos de carbono, créditos de biodiversidad e instrumentos similares se está expandiendo, estas estrategias basadas en el mercado todavía no se pueden implementar a la velocidad y a la escala necesarias para desacelerar la degradación de los principales bosques forestales del mundo.
Todas estas estrategias -desde la plantación de árboles hasta las compensaciones de carbono- son necesarias para alcanzar emisiones cero netas para 2050. Reducir las emisiones, revertir el calentamiento global y regenerar los sistemas naturales, requiere de un plan más audaz e integral que garantice, como mínimo, la interrupción de la deforestación para 2030 y la suma de mil millones de hectáreas de bosques para 2050.
El interrogante es cómo lograr estos objetivos tan ambiciosos. Creemos que un mecanismo de incentivos globales -en resumen, pagar a individuos, entidades o, inclusive, estados para preservar bosques- es la mejor solución. Para tener un impacto a escala, esta fuente innovadora de financiamiento debería fomentar una inversión acelerada al garantizar que la conservación arroje resultados tangibles. Es necesario reconocer el valor incalculable de los bosques, y se debe movilizar de inmediato una inversión a una escala verdaderamente sin precedentes. La premisa básica es crear un sistema que pague anualmente por hectárea de bosque preservado.
Para acelerar la implementación, el diseño del mecanismo debe ser simple e intuitivo. Por ejemplo, un individuo, comunidad, empresa o entidad gubernamental podría registrar un lote privado o tierra de propiedad pública en un registro accesible, tras lo cual se pueda verificar la tenencia del suelo y la integridad forestal. El pago se realizaría si una hectárea registrada de bosque sigue intacta al año siguiente -algo relativamente fácil de monitorear mediante sensores remotos-. Las penalidades deberían ser muy altas: por cada hectárea registrada que se deforesta, el beneficiario perdería el equivalente del pago por 100 hectáreas, por ejemplo, o inclusive la zona total registrada.
Obviamente, financiar un proyecto según estos lineamientos requiere de una aceptación y coordinación global. Una idea es implementar un tipo de impuesto al carbono -un honorario por cada barril de petróleo, tonelada de carbón o metro cúbico de gas producidos en el planeta. A pesar de la dificultad que implica ejecutar un plan de estas características, no podemos darnos por vencidos. Cada día, los árboles de la selva tropical del Amazonas liberan 20.000 millones de toneladas de vapor de agua en la atmósfera.
Para ponerlo en perspectiva, la cantidad de electricidad necesaria para convertir la misma cantidad de agua en vapor, según una estimación, equivaldría a la producción de 50.000 plantas nucleares, o aproximadamente un billón de dólares por día. La misión de abordar la deforestación no debe considerarse un objetivo a largo plazo, como si pudiéramos emitir ahora y capturar más adelante. El cambio climático no esperará. Si tenemos los incentivos correctos y actuamos con celeridad, podemos preservar más de 1.800 millones de hectáreas de bosques tropicales existentes, al mismo tiempo que se acelera la regeneración de otros 1.000 millones de hectáreas. Preservar nuestros bosques existentes es la opción correcta, porque es la única manera de salvaguardar nuestro futuro colectivo.
Te puede interesar