De manera intuitiva uno piensa de bote pronto que Andrés Manuel López Obrador (AMLO) es el responsable de dividir y polarizar a la sociedad mexicana. De hecho, es la primera vez que escuchamos a un presidente de la República hablar de neoliberales o progresistas; de conservadores o liberales; de fifís o chairos; de políticos corruptos o pueblo bueno. En efecto. Es la primera vez que escuchamos una narrativa dicotómica desde la cúpula del poder.
Aceptando sin conceder, la siguiente pregunta es si la narrativa de AMLO causó la polarización de la realidad social o, en todo caso, simplemente fue capaz de describir la polarización de esta realidad a través de la palabra. Afortunadamente no estamos frente a una irresoluble aporía como la de que fue primero ¿el huevo o la gallina?
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En 2017, antes que AMLO fuera presidente, Michael Ignatieff publicó los resultados de su investigación sobre la percepción global de los derechos humanos a partir del análisis de siete estudios de caso (ninguno de los cuales incluyó a México” con el título de “Las Virtudes Cotidianas”.
El orden moral en un mundo dividido. Entre sus hallazgos destaca que la causante de la polarización social en todos los países es la globalización económica. En efecto, la globalización dividió al mundo en ganadores y perdedores, es decir, partió a las sociedades en unos pocos ricos y muchos pobres.
¿La polarización en México es culpa de AMLO?
En este contexto histórico de polarización, señala Ignatieff, las narrativas laicas, como modernización, progreso técnico o expansión de la democracia, que permiten a las élites creer que poseen cierto grado de control, son de poca ayuda para los pobres y los desposeídos pues solo les significan su desventajosa inserción social frente a las bondades de la globalización.
De ahí que se de una competencia intensa y altamente polarizada por llenar el espacio público con nuevas narrativas, ya sean las del populismo de izquierda o el de derecha. Acaso, esta competencia entre narrativas contribuye a explicar el reciente ascenso de la izquierda latinoamericana.
El autor también encontró que en todas partes las voces de los ricos y de los propietarios tienen más peso que la de los pobres; especialmente en política, en donde la voz del dinero es la más ruidosa de todas. México es un claro ejemplo de este desequilibrio. Durante varios sexenios, la clase política de México fue una estrella más del Canal de las Estrellas.
Hasta que llegó AMLO, quien cambio la narrativa oficial poniendo por primera vez como eje rector al pueblo, a los desposeídos. Este segmento de la población estuvo soterrado durante los últimos sexenios, cuya narrativa giró en torno a la modernización del país y los estereotipos del México exitoso, es decir, globalizado.
Recientes investigaciones dan elementos que sustentan esta hipótesis. Según el Informe de Noticias Digitales de 2022 que público Reuters Institute for the Study of Journalism de la Universidad de Oxford, en el país sólo el 37 por ciento de la población tiene confianza en las noticias que emiten los medios, pues el 82 por ciento piensa que tienen alguna influencia política y el 80 por ciento que tienen algún tipo de dependencia empresarial. Esta desconfianza en la objetividad y polarización mediáticas constituyen una tendencia global.
De acuerdo con el estudio mencionado, en el ranking de polarización percibida en los medios de comunicación estamos, junto con Inglaterra, en una justa medianía del 37 por ciento, muy por debajo de Polonia con el 54 por ciento, España con el 49 por ciento o Estados Unidos con el 41 por ciento y muy lejos Sur Corea con el 15 por ciento o de Portugal con el 16 por ciento de la población que piensa que sus respectivos medios de comunicación están polarizados.
Por cierto, según el Latinobarómetro en México el centrismo predomina sobre los extremos ideológicos. El 46 por ciento de los votantes de Morena se identifican con el centro ideológico, frente al 33 por ciento que se sienten atraídos por la extrema izquierda. En el caso de los votantes de la Alianza PAN, PRI, PRD; las simpatías van del 38 por ciento por el centrismo frente al 18 por ciento de extrema derecha. Así que la polarización más bien parece una estrategia de venta de los propios actores políticos y los medios de comunicación.
Está claro que la polarización no es una invención verbal de AMLO. Simplemente decidió visibilizarla hablándole al segmento de la población que, parafraseando a Salinas de Gortari, no ha dado el difícil paso a la modernidad y tampoco se siente parte del México exitoso de Peña.
Los medios de comunicación que decidan confrontarlo no tienen problema, pues cuentan con un importante mercado de la población que no está identificado con él, pero a lo mejor fuese prudente que sus adversarios políticos reflexionaran con mayor detenimiento el fenómeno global de la polarización para encontrar vetas narrativas que les permitan ser competitivos electoralmente.
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Los medios facturan y listo, pero los políticos requieren de una mayoría de sufragios para existir. Recordemos a Mark Thompson que, en su texto “Sin Palabras”, señala que ya no estamos en la Guerra Fría para hablar de la unidad a toda costa y cada día es mayor la brecha entre la cosmovisión y el lenguaje de los tecnócratas y los de la opinión pública en general. Los políticos precisan elegir un bando.