MADRID – Putin quiere cambiar el curso de la historia. Su plan, concebido para enmendar parcialmente las consecuencias de la disolución de la Unión Soviética, ‘la mayor catástrofe geopolítica del siglo veinte’ en palabras del mismo Putin, está abocado al fracaso. Incluso si el ejército ruso consigue reconducir una campaña militar fallida, no será más que una victoria pírrica que poco hará por cumplir las pretensiones de grandeza que alberga Putin para su país.
En Mariupol, las tropas rusas se imponen, pero ganar una batalla no significa ganar la guerra. Putin, como buen conocedor de la historia de su país, debería ser consciente de que las victorias militares no siempre desembocan en triunfos geopolíticos. Las invasiones de la Unión Soviética de Hungría en 1956 y de Checoslovaquia en 1968, o la imposición de la ley marcial en Polonia en 1981, fueron más victorias relativamente pequeñas de una potencia que estaba perdiendo la Guerra Fría contra un modelo social y económico que demostró ser más resiliente.
Putin no está ganando las batallas que esperaba en Ucrania, y está lejos de poder librar y está lejos de poder librar la guerra de ocupación que sería necesaria para negar a Ucrania su existencia como Estado independiente. El reciente hundimiento del buque de guerra ruso Moskva es la prueba más visible y humillante de una campaña militar que ya ha entrado en la historia por ser un fracaso.
Desde la invasión del pasado 24 de febrero, el ejército ruso ha perdido en combate a diez de sus generales. Aunque las cifras exactas sean difíciles de aseverar, no se había visto esta cantidad de bajas entre los generales del ejército ruso, en tan poco tiempo, desde la Segunda Guerra Mundial. Con estas cifras, el sueño de Putin de reeditar el Dia de la Victoria de 1945 para este 9 de mayo, el día en el que la Unión Soviética derrotó a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, parece lejos de cumplirse.
El problema de este conflicto se encuentra en la mente de Putin, pero es un problema que nos concierne a toda la comunidad internacional. El general estadounidense H. R. McMaster, quien ocupó el cargo de National Security Advisor, dijo acertadamente que debemos convencer a Putin para que entienda que será incapaz de cumplir sus objetivos a través del uso de la fuerza. La pregunta es, para la cual no tengo una respuesta, cómo hacerlo.
La mente de Putin es el reflejo de las creencias de las élites de la política exterior rusa, así como de la opinión pública de Rusia, que se aferran una concepción excesivamente territorial y militar del poder geopolítico. En pleno siglo veintiuno, el estatus geopolítico de un país, como Rusia, no es una función de la extensión de sus territorios ni de sus esferas de influencia. Un país respetado por la comunidad internacional lo es por su desarrollo económico, sus capacidades tecnológicas o el valor de su capital humano, algo que China ha entendido mucho mejor que Rusia.
En su calculado plan, Putin no contaba con la respuesta transatlántica. La condena ha sido prácticamente unánime, y la Unión Europea ha implementado unos paquetes de sanciones que no tienen precedentes en su historia. Sancionar a Rusia por sus acciones deleznables en Ucrania, debe servir para hacerle ver a Putin que la única salida de la que dispone se encuentra en la mesa de negociación. Es la única solución que podría ser globalmente aceptada. En este sentido, conviene recordar que los países que se abstuvieron en la votación de la resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas que condenaba la invasión de Ucrania, representan a más de la mitad de la población del mundo.
Rara vez en la historia moderna se han solucionado conflictos políticos a través de la vía militar. Se podría mencionar la victoria sobre el nazismo, para la cual dieron su vida millones de personas en todo el mundo. Pero para construir la paz tras la Segunda Guerra Mundial, fue necesario que un continente exhausto por la guerra abrazara una idea radical: la integración política y económica institucionalizada y la cooperación internacional.
La idea de un cambio de régimen en Rusia tampoco es una opción viable para la resolución de este conflicto. Las declaraciones de Joe Biden de hace unas semanas (‘este hombre no puede seguir en el poder’) seguramente fueron un desliz semántico, pero lo único que han podido provocar es reafirmar a Putin en su idea paranoica de que ‘Occidente’ solo busca sacarlo del Kremlin. Por muy necesaria que sea una condena moral de las acciones rusas en Ucrania, esperar que esto devenga en una caída del régimen de Putin es ilusorio.
Tarde o temprano, habrá que negociar. Seguramente, habrá que tratar con Putin. Lejos de pretender solventar los agravios nacionales de Rusia y de Ucrania, un alto el fuego es el único objetivo realista que puede paliar el sufrimiento de los más afectados por la guerra y empezar a explorar qué opciones existen para llegar a una solución negociada al conflicto.
A orillas del Bósforo, la vía diplomática parecía recobrar algo de protagonismo hace algunas semanas, pero la naturaleza de la diplomacia es cruelmente paradójica. Cuanto más informados estamos sobre el transcurso de unas negociaciones, más tímidos suelen ser los avances diplomáticos. El mundo tendrá que afrontar la difícil realidad de permanecer ignorante ante posibles avances en la mesa de negociación en medio de una guerra que no ceja en su crueldad.
Para ser claros, la negociación no resolverá un conflicto secular, cientos de años de sospecha mutua entre Rusia y los países que hoy conforman Occidente o la deriva irracional que ha tomado la política exterior de Putin. Pero es la única opción para evitar un conflicto a escala mundial entre potencias nucleares. Ante la posibilidad de una repetición de la ‘catástrofe originaria del siglo veinte’, la Primera Guerra Mundial, en palabras del histórico diplomático estadounidense George F. Kennan, los europeos debemos ser conscientes de la dificultad que supone manejar, por no hablar de resolver, un conflicto de esta trascendencia histórica.
La dificultad del problema ante el cual nos encontramos no debiera hacernos abandonar la idea de perseguir el único camino que, por tortuoso y complicado que sea, puede paliar el sufrimiento de aquellos que están pagando los delirios de Putin. Los ucranianos necesitan un cese de las hostilidades. Para hacer frente a las amenazas reales de nuestro tiempo, la humanidad también.
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