PRINCETON – La Guerra Fría terminó hace 30 años. Pero desde la crisis financiera de 2007-08, no sólo ha regresado, sino que ha mutado en una guerra tibia híbrida. Y ahora que Estados Unidos y sus aliados europeos luchan por hacer frente a la amenaza de un ataque ruso a Ucrania, el espectro de una guerra caliente está al acecho. El apaciguamiento de 1938 de la Alemania nazi se ha convertido en una analogía histórica atractiva, ya que ése fue el momento en que la guerra fría posterior a la Primera Guerra Mundial mutó decisivamente, supuestamente haciendo que un conflicto caliente resultara inevitable.
Múnich siempre estará asociada con ese momento, porque es allí donde Gran Bretaña, Francia e Italia cedieron a Alemania un territorio sustancial en Checoslovaquia sin consultar ni a los checos ni a la Unión Soviética. Este episodio ha sido revisitado en repetidas ocasiones, más recientemente en la brillante película Munich: The Edge of War (Múnich en vísperas de una guerra) de Christian Schwochow, basada en el interesante intento del novelista Robert Harris de rehabilitar la reputación del primer ministro británico Neville Chamberlain.
Ahora que la administración Biden ha ofrecido llevar a cabo otra cumbre con el presidente ruso, Vladimir Putin, luego de semanas de negociaciones fallidas, ¿acaso somos testigos de una repetición de los esfuerzos de Chamberlain en Múnich?
De Múnich surgió un dictado simple: nunca apacigües a los dictadores. Después de 1945, esto muchas veces derivó en consecuencias desastrosas. En 1956, por ejemplo, el primer ministro británico Anthony Eden (que había renunciado como secretario de Asuntos Exteriores en 1938, apenas meses antes de Múnich) se equivocó al tratar al presidente egipcio Gamal Nasser como un nuevo Hitler. Décadas más tarde, los presidentes norteamericanos George H.W. Bush y George W. Bush se equivocaron al aplicar el mismo rótulo a Saddam Hussein. La analogía justificó un error catastrófico que ha alterado profundamente la forma de la política mundial.
No caben dudas de que Putin es un perturbador de la paz que ya ha logrado muchos de sus objetivos. Ha desestabilizado a Ucrania y por lo tanto ha impedido que sirviera como modelo para los opositores a su régimen autoritario. Ha dividido a Europa de Estados Unidos, ha arrojado una luz cruda y poco halagadora sobre la incapacidad de Estados Unidos de responder a las iniciativas rusas y ha puesto de manifiesto las divisiones internas dentro de Europa.
En el pasado, la respuesta obvia a las amenazas de Putin contra Ucrania serían sanciones económicas y financieras de magnitud impuestas por Estados Unidos y sus aliados de la OTAN, que apuntarían no sólo a Putin y sus secuaces sino también a toda la economía rusa. Por ejemplo, se les prohibiría a los bancos rusos utilizar el sistema internacional de compensación de pagos SWIFT.
Pero Rusia ha acrecentado sistemáticamente sus reservas y reducido sus vulnerabilidades financieras, lo que significa que perder acceso al SWIFT no sería tan doloroso en el corto plazo (aunque casi con certeza causaría un gran perjuicio en el largo plazo). Peor aún, utilizar el SWIFT como un arma podría tener implicancias tanto de largo alcance como inmediatas para Estados Unidos y sus aliados europeos. Un riesgo obvio es si los acreedores de repente no pueden cobrar. Una cascada de insolvencias podría desatar una crisis financiera y un congelamiento del crédito internacional.
Este escenario no tiene ecos de 1938 sino de 2008, cuando los temores sobre pérdidas por hipotecas de alto riesgo relativamente pequeñas condujeron a una incertidumbre mucho mayor sobre cómo se verían afectadas las instituciones financieras importantes. El resultado fue una venta masiva y un pánico generalizado. Hoy, la incertidumbre aumenta por nuevos factores, como el ascenso de las monedas digitales y los sistemas de pago y la militarización de la comercialización de energía. ¿Cerrar las importaciones de energía rusa a Europa sería realmente una represalia efectiva? Algunos países europeos –principalmente Alemania- considerarían que una sanción de este tipo sería una amenaza mayor para ellos mismos que para los rusos.
El menú actual de sanciones financieras y económicas repite así la lógica de la Guerra Fría de destrucción mutua asegurada (MAD). La capacidad de desplegar instrumentos financieros y monetarios sistemáticamente amenazadores es el equivalente moderno de las ojivas nucleares. (A Chamberlain lo impulsaba una lógica similar: a sólo una generación del horror de la Primera Guerra Mundial, estaba comprometido a impedir una escalada mayor).
¿Cómo se ve hoy el lado ruso de la ecuación MAD? Los estrategas del Kremlin ciertamente saben que Rusia tiene muchísimo que perder con un conflicto abierto en Ucrania. Una invasión rusa se toparía con una resistencia ucraniana sustancial, lo que llevaría a una enorme cantidad de bajas y a una mayor desmoralización de la población rusa. Mantener el control sería difícil. Los soldados de las fuerzas ocupantes reprimirían a una población civil que puede hablarles en su propio idioma. Vale la pena recordar que los primeros soldados soviéticos en Praga en 1968 tuvieron que ser retirados porque comenzaban a empatizar con los checos.
Las opciones son limitadas en todas partes y ambos lados se sienten atrapados. La verdadera lección de Múnich es que hay maneras de lidiar con la psicología política del atrapamiento. Hitler ganó la batalla en Múnich, porque tenía un dominio incomparable sobre Europa del este y central. Pero enseguida se frustró, porque las oportunidades que le ofrecía amenazar con un conflicto habían desaparecido. Como demuestra convincentemente Henry Kissinger en Diplomacia, la irracionalidad de Hitler lo llevó a desperdiciar su ventaja de ir a la guerra en 1939.
Una guerra caliente no es inevitable en un proceso de negociación al estilo Múnich. Si bien es cierto que el agresor una vez más parece estar ganando, mucho sigue estando abierto a la interpretación. Si el objetivo de Putin es exponer las debilidades de Occidente, puede adjudicarse una victoria inmediata. Pero visto desde otra perspectiva, la paz y hasta la democracia también están ganando, porque la nueva lógica de MAD demuestra lo poco que hay para ganar con una escalada del conflicto.
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