ATENAS – La historia del dinero es la historia de las luchas por controlar el sistema de pagos y el «árbol del dinero». Hoy que el control de ambas cosas está en manos de los banqueros, los intentos de los bancos centrales de estimular la actividad económica terminan amplificando la desigualdad sin ofrecer soluciones al estancamiento económico o al inminente desastre climático. Ya es hora de poner fin a esta cartelización escandalosa, mediante la creación de criptomonedas oficiales.
Cuando uno paga una taza de café con la tarjeta de débito o transfiere dinero a otra cuenta, la transacción pasa por un sistema digital que es propiedad exclusiva de los bancos. Un cartel lucrativo ocupa el lugar de lo que debería ser un servicio público, como la provisión de carreteras o alcantarillados. Del mismo modo, cuando un banco otorga un préstamo, aumenta el saldo de cuenta del deudor, lo que equivale a crear dinero. Así salen de la nada dólares, libras, euros, yenes, etc., en gran medida por acción de los bancos privados.
Los defensores del statu quo objetarán que el acceso de los bancos al árbol de dinero está sujeto a límites del banco central. Al obligarlos a mantener un cociente mínimo de deuda segura (por ejemplo, bonos del gobierno estadounidense o garantías inmobiliarias) por cada préstamo que otorguen, el banco central limita la producción de dinero. Pero aunque eso puede ser cierto en teoría, las crisis generan incobrabilidad en masa, lo que obliga al banco central a elegir entre dejar que los bancos quiebren o aceptar instrumentos de garantía cada vez menos valiosos.
Que la sociedad dependa de los bancos para tener un sistema de pagos implica que desde 2008 (y más aún durante la pandemia) los bancos centrales han estado transfiriendo dinero a los ultrarricos a través de los bancos privados, mientras el resto sufría estancamiento y austeridad. Pero una vez que cayeron en la trampa, los bancos centrales quedaron imposibilitados de reactivar la economía y al mismo tiempo mantener controlados a los financistas. Para encontrar una salida es necesario, aunque insuficiente, poner fin al doble monopolio que tienen los bancos sobre el sistema de pagos y sobre el árbol de dinero. ¿Pero cómo?
Las criptomonedas no estatales como el bitcoin son de hecho un desafío al monopolio que tienen los bancos sobre el sistema de pagos en los niveles local e internacional; pero en todos los demás aspectos son una alternativa pésima. De sus muchos defectos, el más notorio es la imposibilidad de ajustar la oferta de la criptomoneda en función de la actividad económica.
Si se hubiera extendido su uso antes de la pandemia, los gobiernos no podrían dar apoyo a trabajadores y empresas afectados por las cuarentenas. Y para los países en desarrollo que no se endeudan en moneda propia, dar curso legal a una criptomoneda como el bitcoin (como hizo hace poco El Salvador) promete causar problemas incluso peores que los de la dolarización.
Hay que poner fin al monopolio que ejercen los bancos sobre el sistema de pagos y sobre la creación de dinero, pero sin trasladar su poder exorbitante a los burócratas de los bancos centrales. La creación de monedas digitales oficiales basadas en tecnologías transparentes como las del bitcoin es un modo prometedor de alcanzar tres objetivos: liberar de rentistas al sistema de pagos, garantizar un nivel inédito de transparencia respecto de cuánto dinero se saca del árbol y democratizar el acceso a sus frutos.
Es significativo el hecho de que la idea de crear monedas digitales oficiales reciba cada vez más apoyo de miembros del establishment financiero como el Banco de Pagos Internacionales (el «banco central de los bancos centrales»). Que los «guardianes» del sistema financiero adopten las criptomonedas obedece a que se dan cuenta de que si no lo hacen, lo hará algún otro, sea el Banco Popular de China, cuya propia moneda digital está en un estadio de desarrollo avanzado, o (peor aún) las megatecnológicas. El objetivo del establishment es introducir monedas digitales que preserven el monopolio actual de la oligarquía sobre el dinero. Los progresistas tienen que procurar quitarles el control, para promover la prosperidad compartida y la estabilidad monetaria.
El primer paso es separar el sistema de pagos del árbol de dinero de los banqueros. Para lograrlo, basta que el banco central asigne automáticamente a cada residente (y a determinados no residentes que comercien con residentes) una cuenta digital, un PIN y una aplicación web o de teléfono inteligente que permita hacer transferencias de dinero en forma inmediata y gratuita.
Además del atractivo de poder hacer pagos sin comisiones, un incentivo fiscal de, digamos, un 5% sobre los fondos que se transfieran a la cuenta personal en el banco central y se usen un año más tarde para saldar impuestos atraería ahorros ociosos que ahora están en cuentas de bancos comerciales, y daría al gobierno acceso a recaudación impositiva adelantada. Para no perder clientes, los bancos tendrán que ofrecerles servicios genuinos.
En cuanto a la privacidad, las cuentas en el banco central se pueden anonimizar, asignándoles identificadores digitales que sólo un ombudsman independiente (un cargo creado en el espíritu de una nueva separación de poderes) pueda relacionar con personas físicas. Al fin y al cabo, no hay que olvidar que el sistema de pagos actual (con las estrictas normas de verificación de antecedentes de los clientes impuestas a los bancos) ofrece escasa privacidad.
El segundo paso es terminar el socialismo de los ultrarricos, también llamado flexibilización cuantitativa. En vez de que el banco central financie a bancos que dan préstamos a corporaciones, que luego usan el dinero para recomprar acciones propias (con lo que aumentan su riqueza sin un centavo de inversión real), el banco central acreditará una suma mensual automática a la cuenta de cada residente (y a fin de año el gobierno cobrará impuestos a los ingresos de los que más tienen). Este dividendo directo variará según los cambios en las condiciones económicas.
Hay dos razones para usar un sistema de registro distribuido transparente como el del bitcoin: la resiliencia y la confianza. Cualquier moneda digital oficial será extremadamente vulnerable. Pero una arquitectura de registro distribuido será inmune a intentos de intrusión informática o daños físicos. Y como la cantidad de dinero la fijará el banco central, no habrá necesidad de procesos de minería como los del bitcoin, que demandan un consumo de electricidad peligroso para el planeta. Además, con esta modalidad todos sabrán cuánto dinero hay en el sistema (con lo que el banco central no podrá inflacionar la economía en forma encubierta) y se mantendrá el anonimato.
Tarde o temprano habrá monedas digitales oficiales. La batalla por controlar el sistema de pagos y el árbol de dinero seguirá. Pero hoy tenemos una chance de usar la nueva tecnología para democratizar el dinero y recuperar el control sobre su provisión, para ofrecer a los ahorristas un tipo de interés razonable sin precipitar una nueva depresión y para sentar las bases de un dividendo básico universal; en síntesis, para usar el árbol de dinero al servicio de la gente y del planeta.
Quien controla las transacciones, los tipos de interés y la creación de dinero controla la política. Por eso los poderes establecidos combatirán esta propuesta con uñas y dientes.
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