WASHINGTON, DC – ¿Es la crisis energética actual tan grave como otras similares del pasado (en particular, los shocks petroleros de los años setenta)? Todo el mundo se hace esa pregunta, en un contexto de consumidores afectados por altos precios, empresas preocupadas por el suministro de energía, dirigentes políticos y banqueros centrales en lucha contra la inflación y países enfrentados a presiones en sus balanzas de pagos.
Sí; esta crisis energética es al menos igual de grave. Incluso es posible que sea peor. En los setenta sólo participó el petróleo, mientras que ahora están involucrados el gas natural, el carbón e incluso el ciclo del combustible nuclear. Además de estimular la inflación, la crisis está transformando un mercado que antes era global en otro fragmentado y más vulnerable a disrupciones, lo que frena el crecimiento económico. Y junto con la crisis geopolítica de la guerra en Ucrania, está profundizando las rivalidades entre grandes potencias.
La crisis energética actual no empezó con la invasión rusa de Ucrania, sino el año pasado, cuando al salir el mundo de la pandemia de COVID‑19 hubo un gran aumento de la demanda de energía. En ese momento China no consigue satisfacer su demanda de carbón, el cual se encarece. La estrechez se traslada al mercado global de gas natural licuado (GNL), cuyos precios se van por las nubes; y con ellos aumentan también los del petróleo.
Normalmente, al subir los precios de la energía, un país como Rusia hubiera incrementado la venta de gas natural a su principal cliente (Europa) por encima de los volúmenes mínimos contratados. Pero en vez de eso, se aferró a los contratos, a pesar de tener capacidad para producir bastante más. En ese momento parecía que estaba tratando de forzar un aumento de precios; pero es muy probable que en realidad el Kremlin se estuviera preparando para la guerra.
Como Europa dependía de Rusia para entre el 35 y el 40% de su suministro de petróleo y gas natural, Putin dio por sentado que los europeos, aunque protestaran contra la invasión, al final se quedarían al margen. Obsesionado con la misión que él mismo se dio de restaurar lo que considera fue el imperio histórico de Rusia, no anticipó la respuesta europea a una guerra no provocada en un país vecino.
De aquí en adelante, hay cinco factores que pueden empeorar aún más la crisis energética. En primer lugar, Putin abrió un segundo frente en el conflicto, con un recorte de los volúmenes de gas natural que Rusia suministra por contrato a Europa. El objetivo es evitar que los europeos almacenen existencias suficientes para el próximo invierno, y subir más los precios, para crear problemas económicos y tensiones políticas. Putin puso en claro su razonamiento en el discurso que pronunció en junio en el Foro Económico Internacional de San Petersburgo: «Vemos agravarse los problemas sociales y económicos en Europa», lo cual «dividirá sus sociedades» y «llevará inevitablemente a un ascenso del populismo (…) y a un cambio de élites en el corto plazo».
Lo cierto es que Alemania ya prevé la necesidad de racionar el gas; y su ministro de asuntos económicos, Robert Habeck, advierte de un «contagio como el de Lehman» (haciendo referencia a la crisis financiera de 2008) si Europa no puede manejar las disrupciones económicas derivadas de la cuestión energética.
En segundo lugar, es improbable que se firme un nuevo acuerdo nuclear con Irán o se reactive el actual. Eso implica que no se levantarán las sanciones y que Irán no venderá petróleo a los mercados mundiales por mucho tiempo.
En tercer lugar, aunque en conexión con la próxima visita del presidente estadounidense Joe Biden, Arabia Saudita intentara producir más petróleo para ayudar a «estabilizar» los mercados petroleros, no es de prever un gran aumento del suministro, ya que no parece que ese país (o los Emiratos Árabes Unidos) cuenten con mucha capacidad de producción adicional en el corto plazo. En tanto, muchos otros países exportadores de petróleo no pueden ni siquiera regresar a los niveles de producción previos, por la falta de inversión y mantenimiento desde la pandemia.
En cuarto lugar, aunque la demanda china de petróleo ha quedado muy reducida por los confinamientos de su política de «COVID cero», que provocaron un marcado freno a la actividad económica, si levantara sus muchas restricciones, se generaría un gran aumento de la demanda y del consumo de petróleo.
Por último, por muy exigido que esté el mercado de crudo, la estrechez es incluso mayor en el sector de refinamiento que produce la gasolina y el combustible diésel y para aviones, que es lo que se usa en realidad. Dicho sector se ha convertido en un sistema mundial complejo y muy interconectado, en el que Rusia refinaba productos que enviaba a Europa y esta enviaba la gasolina que no necesitaba a la costa este de los Estados Unidos, y así sucesivamente.
Algunas partes del sistema están trabajando a toda marcha: por ejemplo, las refinerías estadounidenses ya operan a cerca del 95% de su capacidad. Pero el sistema en su totalidad todavía no está a la altura de la demanda; las refinerías rusas funcionan en forma parcial (lo que priva a Europa de derivados del petróleo y vuelve insuficiente el suministro de gasolina europea a Norteamérica) y las chinas están a menos del 70% de su capacidad. La pandemia, nuevas regulaciones y las dificultades económicas han provocado una merma de cuatro millones de barriles al día en la capacidad mundial de refinamiento. Si a esto se suma el riesgo de accidentes, malas decisiones políticas y huracanes que afecten las refinerías en la costa del Golfo en los Estados Unidos, hay margen para que la situación todavía empeore.
Dicho lo cual, hay unos pocos países que todavía pueden reforzar la producción. Canadá (cuarto mayor productor de petróleo del mundo, después de Estados Unidos, Arabia Saudita y Rusia) podría proveer más barriles en colaboración con su principal mercado, Estados Unidos. Y la producción de shale estadounidense está otra vez a pleno y puede sumar entre 800 000 y un millón de barriles por día este año (mucha más producción adicional que la del resto del mundo combinado).
Otros factores que pueden mitigar la crisis incluyen cambios de precios y la respuesta de los consumidores. En mayo, la demanda de gasolina en los Estados Unidos fue un 7% inferior a la de mayo de 2019, antes de la pandemia. Pero esto puede deberse en parte a un aumento del teletrabajo.
Otro factor que puede reducir los precios es que haya una desaceleración económica. El último índice gerencial global de compras de S&P apunta en la dirección de un debilitamiento del crecimiento económico, en el que la actividad fabril estadounidense «va hacia una reducción (…) de una magnitud que sólo se superó en dos ocasiones» (en lo peor de los confinamientos por la pandemia y durante la crisis financiera de 2008). Y el crecimiento europeo ha tenido una marcada desaceleración que lo deja en un nivel mínimo en los últimos 16 meses. Todo esto puede reducir la demanda y los precios de la energía. Pero por supuesto, también tensionará la alianza occidental y la unidad de la población.
Los próximos seis meses serán críticos y pondrán a prueba la capacidad de Europa para atravesar el próximo invierno. Europa tendrá que quemar más carbón, una decisión que Habeck calificó de «amarga» pero «necesaria». En los difíciles meses que se avecinan, se necesitará más colaboración informada entre los gobiernos y la industria para manejar los flujos de energía de los que depende la economía moderna.
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