JERUSALÉN – El mundo distingue una guerra injusta cuando la ve, y por eso la invasión no provocada del Presidente ruso Vladimir Putin a Ucrania ha generado una condena tan general. Sin embargo, en la negociación de un acuerdo de paz –la clave para poner fin a la mayoría de las guerras- será necesario prestar atención no solo a la justicia, sino a la estabilidad y al equilibrio entre intereses y ambiciones nacionales que compiten entre sí. Entonces, la pregunta es: ¿Cómo sería una paz estable para Ucrania?
En teoría, nada que no sea un verdadero gesto de justicia para Ucrania sería suficiente, y eso implica asegurar la derrota incondicional de Rusia, la restitución de la plena integridad territorial ucraniana y, posiblemente, incluso reparaciones por parte de Rusia para ayudar a financiar la reconstrucción de Ucrania.
Para muchos observadores, esto parece enteramente probable. Algunos, como el político de oposición ruso Vladimir Milov, argumentan que los días de Putin en el poder están contados. Otros creen que Rusia sufrirá una derrota decisiva en el campo de batalla. El historiador británico Antony Beevor prevé un colapso militar y una retirada humillante. Yuval Noah Harari nos señala que Putin perdió la guerra el día en que la inició.
Pero los tiempos de las guerras gloriosas, las victorias abrumadoras y las derrotas claras se han acabado. Sí, el criminal ejército de Putin es una maquinaria torpe e ineficiente que no ha avanzado mucho más allá de las tácticas de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la combinación de barbarie y grandes contingentes –“la cantidad tiene una cualidad por sí misma”, observó Stalin- ha hecho que Putin haya podido controlar importantes áreas de Ucrania del este y de la costa del Mar Negro.
Por supuesto, Occidente está prestando una amplia –y creciente- ayuda militar a Ucrania, lo que podría inclinar la balanza en cierta medida, especialmente si se considera el aislamiento internacional de Rusia. Pero de todos modos esta sigue siendo una guerra asimétrica, no en menor medida porque ocurre en territorio ucraniano. Como resultado, la economía del país no puede funcionar y los soldados rusos pueden atacar objetivos civiles y, como muestran múltiples noticias y videos, no han dudado en hacerlo.
A menudo los avances hacia acuerdos de paz han sido el resultado de situaciones de estancamiento mutuamente perjudiciales. Pero, en esta guerra, un estancamiento militar perjudicaría mucho más a Ucrania que a Rusia, incluso si Putin se abstiene de usar armas químicas o nucleares tácticas. Si cruzara esa línea, los costes para Ucrania se elevarían enormemente.
Este es un riesgo real. Si bien Occidente está tratando de calibrar su ayuda militar a Ucrania para evitar provocar una escalada rusa, la presión sobre Putin está aumentando. Pero, de hecho, a juzgar por su discurso del “Día de la Victoria” está muy consciente de los límites de su ejército y de la fragilidad de la opinión pública.
Muchos temían que Putin usara la conmemoración de la victoria de Rusia sobre la Alemania nazi para anunciar una declaración formal de guerra a Ucrania, lo que le habría permitido enviar cientos de miles de jóvenes conscriptos al campo de batalla. Pero el día pasó y la guerra sigue siendo una “operación militar especial” en Rusia. Parece que Putin no quiere arriesgarse a provocar la oposición popular.
Pero esta podría no ser una razón para celebrar. No olvidemos que Rusia posee el mayor arsenal nuclear del planeta, y que Putin posee tanto la autoridad ilimitada para usarlo como la incapacidad de aceptar la derrota. Los autócratas que pierden guerras pierden también poder, y a veces sus cabezas. Si Putin se siente acorralado, bien podría ver el despliegue de armas nucleares tácticas como un movimiento necesario mínimo para salvar su reputación.
Esto apunta a los peligros de una Rusia debilitada, pero incluso una derrota resonante sería un escenario ominoso. Sí, en esas circunstancias –y solo en esas circunstancias- Putin podría ser derrocado por algún tipo de golpe encabezado por elementos del aparato de seguridad del país. Sin embargo, serían escasas las posibilidades de que eso llevara a una Rusia democrática liberal que abandone los altisonantes designios estratégicos de Putin. Lo más probable es que el país se convirtiera en una superpotencia nuclear gobernada por golpistas con impulsos de revancha, algo similar a la Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial.
A medida que buscan diseñar la derrota de Rusia en Ucrania, EE.UU. y sus aliados de la OTAN no deben perder de vista lo que ocurrirá el día después. No se puede aislar ni ignorar una potencia humillada y poseedora de un vasto arsenal nuclear. Incluso si ayudan a Ucrania a resistir la agresión de Putin, deben tratar de integrar a Rusia a la arquitectura de seguridad europea más amplia, tomando en consideración sus inquietudes. De lo contrario, Putin no podrá hacer las concesiones suficientes sin arriesgar su supervivencia política, para no hablar de la física.
Más allá de poner fin a su apuesta de unirse a la OTAN y mantener una neutralidad al estilo de Austria –concesiones que el Presidente ucraniano Volodimir Zelensky está dispuesto a hacer-, será necesario un acuerdo sobre las regiones de etnia rusa de Donetsk y Luhansk, cuya “independencia” reconoció Putin días antes de la invasión. La respuesta podría ser una forma de autogobierno en las líneas del acuerdo Minsk II establecido en 2015.
Es muy improbable que Putin acepte revertir la anexión de Crimea, incluso a cambio de la aclaración del estado de la Flota rusa del Mar Negro en Sebastopol. Pero se lo podría convencer de archivar su sueño de una esfera de influencia rusa con continuidad geográfica desde Moscú hasta el Mar Negro. También podría aceptar respetar la integridad territorial de Moldavia y Georgia.
La responsabilidad de convencerlo en estos asuntos, a cambio de llegar a acuerdos estratégicos correspondientes, recae principalmente en EE.UU. Después de todo, desde la mirada de Putin, Rusia está luchando no solo contra Ucrania, sino también contra los estadounidenses y la OTAN. El Presidente estadounidense Joe Biden reconoce los peligros de un Putin arrinconado, por lo que podría ofrecerle una estrategia de salida honorable. El impacto económico de las sanciones, el gradual debilitamiento del ejército ruso, el fantasma de una desgastante guerra de guerrillas contra sus desmoralizados soldados y la falta de apoyo internacional podrían obligar a Putin a aceptar una oferta razonable.
Esa oferta no hará la justicia que Ucrania se merece, ni significará un triunfo para Rusia. En lugar de ello, será un acuerdo mutuamente insatisfactorio, pero a fin de cuentas tolerable, desilusionante para todos, pero mejor que sus alternativas.
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