La invasión rusa de Ucrania lanzada el 24 de febrero dio inicio a una tercera guerra mundial que puede destruir la civilización. La invasión fue precedida por una larga reunión que mantuvieron el presidente ruso Vladímir Putin y su par chino Xi Jinping el 4 de febrero, día de inicio de las celebraciones por el año nuevo lunar chino y de las Olimpíadas de Invierno en Beijing.
Al final de la reunión, ambos publicaron un documento de 5000 palabras, cuidadosamente redactado, con el anuncio de una estrecha alianza entre los dos países. El documento es más contundente que cualquier tratado y seguramente demandó negociaciones detalladas previas.
Que Xi le haya dado a Putin una aparente carta blanca para la invasión y guerra contra Ucrania me tomó por sorpresa. Ha de estar muy seguro de que su confirmación como gobernante vitalicio de China dentro de unos meses es una mera formalidad. Tras concentrar todo el poder en sus manos, Xi ha preparado con esmero el escenario para elevarse al nivel de Mao Zedong y Deng Xiaoping.
Obtenido el respaldo de Xi, Putin se lanzó a hacer realidad su sueño con una brutalidad increíble. Ya cercano a la edad de 70 años, piensa que si va a dejar una marca en la historia de Rusia, es ahora o nunca. Pero su idea del lugar de Rusia en el mundo está distorsionada. Parece creer que el pueblo ruso necesita un zar a quien seguir ciegamente. Esa idea es todo lo contrario de una sociedad democrática y distorsiona el «alma» rusa, que es emocional hasta el sentimentalismo.
En mi infancia tuve muchas ocasiones de hablar con soldados rusos que ocupaban Hungría en 1945. Aprendí que compartirán hasta el último trozo de pan con alguien que les caiga bien. Luego, a inicios de los ochenta, me embarqué en lo que denomino mi filantropía política.
Lo primero que hice fue crear una fundación en mi Hungría natal; luego tuve participación activa en la desintegración del imperio soviético, que ya estaba comenzada cuando Mijaíl Gorbachov ascendió al poder en 1985. Establecí una fundación en Rusia, y después en cada uno de los estados sucesores. En Ucrania lo hice incluso antes de que se convirtiera en un país independiente. También visité China en 1984, donde fui el primer extranjero al que se permitió crear una fundación (la cerré en 1989, justo antes de la masacre de la plaza Tiananmen).
No conozco a Putin en persona, pero he observado su ascenso con mucha atención, consciente de su carácter despiadado. No vaciló en reducir a escombros la capital de Chechenia (Grozny), así como ahora amenaza hacer lo mismo con la capital de Ucrania, Kiev.
Putin ya no es la persona astuta y prudente que fue como agente de la KGB. Ahora tiene una idea fija, y parece que perdió contacto con la realidad. Es evidente que juzgó mal la situación en Ucrania. Esperaba que los ucranianos rusoparlantes recibieran a los soldados rusos con los brazos abiertos, pero se comportaron igual que los que hablan ucraniano. La población ucraniana organizó una resistencia increíblemente valiente contra fuerzas muy superiores.
En julio de 2021 Putin publicó un largo ensayo en el que sostiene que en realidad, rusos y ucranianos son un solo pueblo, y que los ucranianos están bajo el engaño de agitadores neonazis. La primera parte del argumento no está desprovista de justificación histórica, ya que Kiev fue la sede original de la Iglesia Ortodoxa Rusa. Pero en la segunda parte, el que se engaña es Putin. Y debería estar advertido: muchos ucranianos lucharon con coraje durante las protestas de la plaza de la Independencia en 2014.
Los hechos de 2014 enfurecieron a Putin. Pero cuando ordenó al ejército ruso atacar a sus hermanos ucranianos, el desempeño militar fue deficiente; y en esto tiene mucho que ver la corrupción en el otorgamiento de contratos de defensa. Sin embargo, en vez de culparse a sí mismo, todo indica que Putin se ha vuelto literalmente loco. Decidió castigar a Ucrania por hacerle frente, sin que nadie al parecer le esté poniendo límites. Lanzó al combate a todo el ejército ruso, pasando por alto todas las reglas de la guerra; en particular, con sus bombardeos indiscriminados contra la población civil, que alcanzaron numerosos hospitales y dañaron la red eléctrica de la que depende la central nuclear de Chernóbil (ahora ocupada por fuerzas rusas). En la asediada Mariupol, 400 000 personas han estado casi una semana sin agua ni alimentos.
Es muy posible que Rusia pierda la guerra. Estados Unidos y la Unión Europea están enviando armas defensivas a Ucrania, y hay tratativas para la compra de aviones de combate MIG de fabricación rusa, que los pilotos ucranianos conocen, y que pueden cambiar la situación por completo. Cualquiera sea el resultado, Putin obró maravillas en lo referido a fortalecer la determinación y unidad de la UE.
En tanto, parece que Xi se dio cuenta de que Putin está fuera de control. El 8 de marzo, un día después de que el ministro chino de asuntos exteriores Wang Yi insistiera en que la amistad entre China y Rusia sigue siendo «fuerte como una roca», Xi telefoneó al presidente francés Emmanuel Macron y al canciller alemán Olaf Scholz para transmitirles su apoyo a los esfuerzos de pacificación que llevan adelante y pedir «máxima contención» en la guerra, para evitar una crisis humanitaria.
Es dudoso que Putin vaya a satisfacer sus deseos. Sólo cabe esperar que ambos pierdan el poder antes de que puedan destruir la civilización.
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