NUEVA YORK – No parece que los mercados estén considerando todos los riesgos de la invasión rusa a Ucrania en la determinación de precios. La ausencia de respuestas negativas en los mercados de renta variable, deuda corporativa y deuda soberana en Europa, Canadá, Estados Unidos y Japón apenas tendría sentido incluso si no hubiera posibilidades de que la situación llegue a convertirse en un conflicto declarado entre la OTAN y Rusia, pero ese no es el único riesgo real, también lo es la amenaza de que el conflicto se torne nuclear.
Fuera de Ucrania y Rusia, los probables efectos económicos y financieros a corto plazo de la guerra de Vladímir Putin son sustanciales, pero manejables, siempre que el conflicto no se extienda. El daño que causaría un impacto negativo sobre la oferta se transmitiría principalmente a través del aumento de los precios de los productos básicos, principalmente los del petróleo, el gas, el trigo, el aluminio y materias primas estratégicas como el paladio y el gas neón.
Incluso en este escenario de conflicto convencional restringido, la escasez de combustibles fósiles, la pérdida mercados de exportación y ciberataques ocasionales se sumarán al impacto estanflacionario del salto de los precios de los productos básicos en Europa. Y a escala mundial, el producto a mediano y largo plazo sufrirá por la bifurcación entre un sistema comercial y financiero centrado en China y Rusia, y otro con nodos en EE. UU., Europa y Japón. Además, las reasignaciones defensivas de inversiones y otros recursos, por aversión al riesgo, deprimirían aún más el producto potencial cuando los gobiernos y las corporaciones busquen aumentar la capacidad de recuperación de la cadena de aprovisionamiento.
Los mercados de activos mundiales ni siquiera tomaron en cuenta este escenario menos grave al fijar sus precios. Pero si la guerra entre Rusia y Ucrania escalara para convertirse en una guerra entre Rusia y la OTAN, habría un grave riesgo de conflicto nuclear. Una manera de garantizar ese tipo de escalada sería que la OTAN estableciera una zona de exclusión aérea sobre Ucrania, como solicitó con urgencia el gobierno ucraniano.
Aunque la OTAN y los gobiernos occidentales impusieron sanciones económicas y financieras a Rusia y proveyeron a Ucrania de armas antitanque, drones, misiles portátiles tierra-aire y municiones, ese tipo de apoyo no constituye un acto de guerra. Implementar una zona de exclusión aérea, sin embargo, implicaría derribar objetivos rusos. Si la OTAN da ese paso, sería inevitable que la guerra se amplíe.
Aún si este conflicto más amplio fuera de tipo convencional, el resultado sería una calamidad regional humana y económica. El riesgo de un enfrentamiento nuclear —con el uso de armas nucleares tanto tácticas como estratégicas— sería mayor que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría. Los territorios y ciudadanos de todos los estados miembros de la OTAN correrían un riesgo existencial.
Hasta el momento la OTAN rechazó de plano los pedidos de implementación de una zona de exclusión aérea. También mostró mesura en su respuesta ante los tambores de guerra nuclear de Putin. El 27 de febrero de 2022, Putin puso en alerta máxima a las fuerzas nucleares, en respuesta a las sanciones de Occidente y lo que tildó de «declaraciones agresivas» por parte de las potencias de la OTAN. Ese mismo día Bielorrusia abandonó su clasificación de no nuclear y permitió armas nucleares rusas en su territorio. Esta escalada ocurrió inmediatamente después de los extensos ejercicios estratégicos nucleares rusos del 19 de febrero y del discurso televisado de Putin el 24 de febrero, en el que anunció la invasión, cuando enfatizó que Rusia aún es uno de los estados con armas nucleares más poderosos.
Aunque esas declaraciones probablemente sean bravuconadas, no se las puede desestimar así nomás. Después de todo, los accidentes ocurren y el riesgo de un percance nuclear aumenta cuando se blande un arsenal nuclear. Por otra parte, aunque ningún agente racional recurriría a la fuerza nuclear frente a una destrucción mutua asegurada (DMA) creíble, tal vez pueda ponerse en duda la fiabilidad de la DMA. Además, es posible que la racionalidad escasee cuando más falta hace. Algunos observadorescuestionaron que Putin haya mantenido todas sus facultades y especulan que su aislamiento durante la pandemia aumentó su paranoia.
Desde enero de 2020, el Reloj del Apocalipsis del Boletín de Científicos Atómicos se mantiene a 100 segundos de la medianoche, lo que indica que la organización considera que la humanidad está más cerca de un apocalipsis causado por los humanos que en cualquier otro momento desde la creación del reloj en 1947. Esta evaluación depende principalmente de los riesgos nucleares, el cambio climático y las tecnologías disruptivas. El reloj se pone en hora una vez al año, eso ocurrió el 20 de enero. Si lo hubieran hecho el 1 de marzo, indudablemente el reloj se hubiera acercado a la medianoche y al apocalipsis.
El riesgo de guerra nuclear parece mayor que en cualquier otro momento desde la crisis de los misiles de Cuba en octubre de 1962, o al menos desde el ejercicio Able Archer de la OTAN en 1983, cuando los miembros del politburó y las fuerzas armadas de la Unión Soviética interpretaron que el ejercicio era la fachada de un ataque nuclear inicial genuino y los preparativos para la guerra nuclear. El impacto de la crisis de los misiles de Cuba sobre los mercados bursátiles estadounidenses fue menor: el índice S&P 500 cayó el 7 % y se recuperó casi completamente cuando el líder soviético Nikita Jrushchov cedió. El incidente de Able Archer no se hizo público hasta 2015, por lo que no se puede culpar a los mercados por su falta de respuesta.
Actualmente, la evidencia de que los mercados hayan notado el aumento del riesgo de un conflicto nuclear es escasa. El nombre del juego es «negación».
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