MADRID – Ninguna región del mundo posee un sistema de seguridad como el europeo, dotado de un complejo entramado de tratados, reglas e instituciones. Sin embargo, la sofisticación del sistema de seguridad europeo no puede llevarnos a concluir que se trate de una obra finalizada, sino una en constante revisión.
Tres décadas más tarde, en 1975, la Conferencia de Helsinki sentó las bases de un periodo de distensión en la Guerra Fría. En los años 90, la Conferencia dio paso a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE). Estos acuerdos fueron de gran trascendencia para la seguridad en Europa, pero no la eximirían de retos futuros.
Con la caída del bloque soviético a finales del siglo pasado, la seguridad europea se tambaleó. El último presidente de la Unión Soviética (URSS) Mijaíl Gorbachov era consciente de los cambios a los que se enfrentaba Rusia: ‘Vivimos en un mundo nuevo’, declaró en el discurso que disolvía la URSS de forma oficial la noche del 25 de diciembre de 1991. Entre 1989 y 1991, Moscú perdería el control sobre una extensión de territorio mayor que la Unión Europea.
En ese mundo nuevo del que hablaba Gorbachov, Ucrania seguiría siendo, para muchos líderes rusos, parte fundamental de la identidad nacional rusa. El entonces Ministro de Asuntos Exteriores ruso Yevgueni Primakov, con quien negocié, como secretario general de la OTAN, el acuerdo que permitió la primera ampliación de la Alianza Atlántica tras el final de la Guerra Fría, y cuya mujer era ucraniana, me decía con frecuencia: ‘Ukraine is in my heart’.
Tras la firma del Acta Fundacional entre Rusia y la Alianza Atlántica en 1997, tuvo lugar la Cumbre de la OTAN en Madrid. En esta misma cumbre, en la que se invitó a formar parte de la Alianza a tres países (Hungría, Polonia y la República Checa), tendría lugar la primera reunión OTAN-Ucrania, que formalizó la relación diferenciada con Ucrania a través de la firma de la Carta de Relación Especial. La ex república soviética no pasaría a formar parte de la OTAN, pero se posicionaba como un interlocutor de privilegio con Occidente.
A principios de siglo surgían nuevas amenazas, Estados Unidos lideraba un nuevo orden mundial, y Rusia no se sentía cómoda en ese nuevo orden. En la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2007, Putin expresaba este descontento con claridad: ‘El mundo unipolar no solo es inaceptable, sino insostenible’.
El reajuste del espacio postsoviético fue especialmente traumático para la política exterior rusa, por su concepción del poder basada en la territorialidad. Rusia se siente arrinconada por la reducción progresiva de su espacio de seguridad, y Ucrania es su línea roja, como hemos visto con el reciente envío masivo de tropas rusas a la frontera ucraniana. Sin embargo, el objetivo no es anexionar Ucrania, sino evitar su salida de la esfera de influencia del Kremlin.
El orden de seguridad europeo se fundamenta en unos principios básicos, entre ellos la integridad territorial de los Estados, que se viola de forma clara con el referéndum ilegal de 2014 en Crimea y su posterior anexión por parte de Rusia. Desgraciadamente, la actual situación de tensión a lo largo de la frontera con Ucrania pone en riesgo la estabilidad en este país y, por lo tanto, la seguridad en Europa.
En este sentido, las diversas iniciativas que se han puesto en marcha para resolver la situación en Ucrania son de una gran urgencia. En las últimas semanas han tenido lugar reuniones bilaterales entre Estados Unidos y Rusia, la reunión OTAN-Rusia, y las reuniones en el marco de la OSCE, pero la situación sigue estancada.
Por su parte, la Unión Europea tiene que seguir apoyando todos aquellos formatos diplomáticos para la resolución del conflicto en Ucrania, como el Cuarteto de Normandía, que junta en un grupo de contacto informal a Francia, Alemania, Rusia y Ucrania. Además de apoyar estos formatos, la Unión Europea debe hacerse oír.
Para llegar a una solución negociada, la Unión Europea debe estar representada de forma efectiva en las negociaciones. Como ha recordado el Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad Josep Borrell, la Unión Europea no puede ser un ‘espectador neutro’ en aquellos asuntos que afectan directamente a su propia seguridad. Además, esta posición no es exclusivamente europea, sino que es parte de un consenso transatlántico. En palabras del presidente de EE.UU. Joe Biden, ‘nothing about you, without you’.
La inclusión de la Unión Europea en la arquitectura de la seguridad del continente es también una cuestión práctica, dado que ya no es la comunidad de países que existía al final de la Guerra Fría. En los últimos treinta años, la Unión Europea ha pasado de tener doce miembros a veintisiete, que conforman el mayor bloque comercial del mundo. Además, la Política Exterior y de Seguridad Común europea no tiene relación alguna con los instrumentos de los que disponía hace treinta años, que ya tiene todos los elementos de una política exterior eficaz. Lo que tiene que conseguir ahora es ejecutarla.
Gorbachov advirtió a los rusos en 1991 que el mundo había cambiado. Europa también ha cambiado, y en virtud del rechazo a la guerra y la voluntad de construir la paz como base esencial de su proyecto político, la arquitectura de la seguridad europea deberá reflejar esta nueva realidad.
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