Washington D. C. – En 1965, el punto más álgido de la Guerra Fría, se estrenó la serie de comedia Superagente 86 en la televisión estadounidense (podríamos traducir su nombre en inglés, Get Smart, como «Espabílate»). La popular serie mostraba al incompetente agente Maxwell Smart —quien representaba a la agencia de contraespionaje estadounidense CONTROL— en su lucha contra su archienemigo, una organización llamada KAOS (casi siempre uno de sus agentes era ruso).
Hoy, según un reciente estudio de RAND, Rusia es «un estado canalla fuertemente armado, que pretende trastocar un orden internacional cuyo dominio quedó fuera de sus posibilidades». En otras palabras, perdió la capacidad de controlarlo y procura sembrar el caos.
El gobierno del presidente estadounidense Joe Biden es consciente de la amenaza rusa. Pero, como muestran los recientes comunicados del G7 y la OTAN, se está centrando principalmente en los ciberataques rusos a objetivos estadounidenses y europeos. Frente a la gran estrategia mundial que implementa Rusia para ampliar su influencia y socavar el orden del mundo liberal, esto no alcanza.
La estrategia rusa implica, en primer lugar, intervenir en los conflictos en curso apoyando a los gobiernos o fuerzas militantes hostiles a Occidente. Por ejemplo, en la República Centroafricana, Rusia brinda apoyo político y militar al presidente Faustin-Archange Touadéra (a cambio, las empresas rusas son autorizadas a extraer oro y diamantes).
De manera similar, en Libia, el gobierno ruso y sus contratistas mercenarios, como el Grupo Wagner, apoyan al general rebelde Jalifa Hafter, comandante del Ejército Nacional Libio y enemigo del Gobierno de Acuerdo Nacional (Government of National Accord, GNA), reconocido por las Naciones Unidas. Esto permitió a Rusia acceder a los sectores petrolero, de transporte y de defensa libios. Rusia también está usando esta estrategia en los países de África occidental, como Mali, donde el gobierno francés está tratando de reducir su presencia.
El segundo pilar de la gran estrategia rusa es la venta de armas. En el sudeste asiático, Rusia le vende armas a Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Birmania y Vietnam. En Oriente Medio, de donde Estados Unidos se está retirando, Rusia abrió, de hecho, un bazar de armas. En 2017, los Emiratos Árabes unidos compraron armas rusas por más de USD 700 millones durante la Exposición y Conferencia Internacional de Defensa. Egipto también aumentó sus compras de armas rusas durante la última década. Cuando el gobierno de Biden suspendió temporalmente la venta de armas a Arabia Saudita a principios de este año, el Reino recurrió a Rusia.
La proliferación de ventas de armas rusas refleja, en parte, que ese país necesita dinero. Después de todo, su economía quedó paralizada por las sanciones de Occidente y la crisis de la COVID-19. Pero Rusia además firmó pactos de cooperación militar con 39 países (hasta principios de 2020), lo que sugiere que sus motivos no son meramente comerciales.
El tercer pilar de la estrategia mundial rusa —que se remonta a las tácticas soviética durante la Guerra Fría— es apoyar a las antiguas colonias para que se rebelen contra sus «amos imperiales» y el orden mundial liberal que estos promueven. Por ejemplo, en una reunión con su contraparte de Sierra Leona en mayo, el ministro de Relaciones Exteriores ruso Sergey Lavrov recordó que «Rusia y la Unión Soviética hicieron [allí] un aporte fundamental para apoyar la lucha contra el colonialismo». En la actualidad, continuó Lavrov, Rusia cree en «una solución africana a los problemas africanos» y apoya las exigencias de los países en vías de desarrollo para aumentar su representación en el Consejo de Seguridad de la ONU. Aunque ese compromiso aún no fue respaldado con acciones, la declaración claramente busca distinguir a Rusia de los países occidentales que se resisten a esa reforma.
Rusia también está promoviendo narrativas anticolonialistas en América Latina. Según EUvsDisinfo, las cuentas de redes sociales en España de las agencias de noticias RT y Sputnik (que cuentan con financiamiento estatal) tienen más de 26 millones de seguidores. Una de las historias que promueve el Kremlin es que EE. UU. está bloqueando la entrega de la vacuna rusa contra la COVID-19, Sputnik V, en Latinoamérica.
Ahora la agencia de noticias rusa (TASS) anunció sus planes para brindar noticias en español. Afirma que responde a numerosos pedidos de «noticias que reflejen el punto de vista ruso» en el idioma local. «Actualmente», dijo el director general de TASS, Sergei Mikhailov, «esta demanda es cubierta por medios extranjeros que solo ofrecen una visión parcial de la historia, que suele ser hostil tanto hacia Rusia como hacia la gente de esos propios países».
EE. UU. debe redoblar sus esfuerzos para oponerse a Rusia. Ciertamente, Rusia no es hoy la superpotencia de otrora, pero su presidente, Vladímir Putin, ha demostrado ser un experto en aprovechar oportunidades para impedir los logros ajenos. EE. UU. debe responder con una estrategia que tenga en cuenta toda la gama de tácticas perjudiciales rusas.
El «poder suave» es fundamental en este caso y los esfuerzos para poner fin a la pandemia de la COVID-19 representan una oportunidad espectacular para crearlo. EE. UU. reconoce la importancia fundamental de vacunar al mundo. Pero, más allá de unir a las economías ricas para garantizar la entrega de vacunas en todo el mundo, los líderes estadounidenses deben movilizar recursos para fortalecer los sistemas sanitarios de los países en vías de desarrollo en el largo plazo.
EE. UU. debiera además trabajar para ganarse la confianza de las poblaciones cuyos gobiernos compran en la actualidad armas a Rusia. Biden ya lanzó una sólida política anticorrupción. Debiera considerar además la construcción de una coalición global de gobiernos, corporaciones y actores de la sociedad civil para desarrollar e implementar herramientas tecnológicas que permitan a los ciudadanos participar de manera más directa para obligar a sus gobiernos a rendir cuentas. Por ejemplo, los actores de la sociedad civil están aprovechando tecnologías para combatir la desinformación relacionada con el virus, compartir datos precisos basados en las situaciones de los distintos países y empoderar a los ciudadanos para que se vinculen con las instituciones gubernamentales. Esta movilización puede funcionar como ejemplo para esfuerzos futuros que obliguen a los gobiernos a rendir cuentas.
Finalmente, tanto para contrarrestar la creciente influencia rusa como la china, Occidente debe desarrollar una estrategia para crear un sistema internacional más inclusivo. Esto implica, en primer lugar, apoyar completamente la expansión del Consejo de Seguridad de la ONU y garantizar que una gama de actores mundiales mucho más amplia participe para dar forma al orden internacional. También vale la pena explorar otras formas de cooperación internacional —como los «centros de impacto», centrados en redes con múltiples partes interesadas, en vez de estados nación—.
Rusia juega un juego mundial, EE. UU. y Europa están tan ocupados protegiendo los laterales que dejan los arcos sin defensa alguna. Solo con una contraestrategia que incluya un sistema internacional más inclusivo EE. UU. y Europa tienen alguna posibilidad de recuperar el control del campo de juego. Tendrán que espabilarse.
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