La viruela es, prácticamente, la única enfermedad humana que se ha podido erradicar con el uso de la ciencia. Por casi 3 mil años, este virus mató a millones de personas en todo el mundo y no fue hasta inicios del Siglo XIX que, gracias a una mujer y 22 niños, la carrera contra esta terrible infección comenzó a dar sus primeros resultados.
Hoy en día, en el contexto de la pandemia de Covid 19, la producción masiva de vacunas es una realidad y hay una gran variedad de mecanismos para transportarla a todos los rincones del mundo.
Pero en el Siglo XIX, la única manera de trasladar un medicamento por diferentes continentes era por barco y estos demoraban mucho tiempo en llegar a su destino. Además, las condiciones higiénicas de las naves y el clima oceánico eran factores que terminaban por afectar a la mayoría de los productos que transportaban, incluidos los fármacos.
Los científicos de la época emprendieron una de las misiones médicas más arriesgadas de las que se tiene registro: llevar por primera vez la vacuna contra la viruela de Europa a América. Para ello, se optó por usar a niños huérfanos como recipientes vivos.
Para acompañar y cuidar a los ‘niños vacuna’ en esta aventura, se eligió a Isabel Zendal, una madre soltera de La Coruña, España, quien llevó consigo a su hijo Benito Zendal en lo que la Organización Mundial de la Salud considera la primera misión internacional de una enfermera. Esta es su historia.
La viruela en Nueva España
El virus de la viruela llegó a la América junto con los conquistadores españoles, se sabe que los primeros casos documentados ocurrieron entre 1518 y 1519 en República Dominicana. Fue cuestión de tiempo para que la enfermedad alcanzara a la América continental.
En la compañía de Hernán Cortés había hombres que portaban la viruela. Historiadores señalan que muchos de los españoles que participaron en la Conquista estaban infectados, pero debido a que en Europa la enfermedad era muy común en ese tiempo, la mayoría ya contaban con cierta ‘inmunidad de rebaño’ y resistencia a los síntomas.
Pero el organismo de los indígenas no estaba preparado para sobrevivir un virus de tal magnitud. No solo en México-Tenochtitlán, sino en todo el continente, en donde la enfermedad mató hasta al 40% de la población nativa de los países en los que se propagó.
Cuando la Conquista derivó en la creación de la Nueva España, la viruela siguió siendo una de las principales causas de muerte, debido a que atacaba de manera indiscriminada a niños, jóvenes, adultos y ancianos; tanto españoles, criollos e indígenas.
De hecho, se considera que la viruela (y otras enfermedades) fueron un factor que ayudó a los conquistadores a derrotar a las fuerzas de Tenochtitlán, luego de que la ciudad fue azotada por una pandemia de esta infección en las últimas semanas de asedio, antes de la caída en agosto de 1521.
Los siguientes años, la viruela se extendió por toda Nueva España y los pueblos conquistados de América. En Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Brasil, Chile y otros países, la enfermedad acabo con comunidades nativas enteras.
Por casi 200 años desde la Conquista de México, la viruela siguió acabando con la vida de millones de personas en el mundo, hasta que en 1796 un médico inglés llamado Edward Jenner descubrió la manera de combatir el virus.
Sus investigaciones derivaron en la primera vacuna contra la enfermedad. El siguiente paso en la agenda, era llevar la cura al ‘Nuevo Mundo’, lo cual parecía una tarea imposible, dadas las limitaciones tecnológicas de la época.
El viaje de Isabel Zendal y los ‘niños vacuna’
Entrado el Siglo XIX, la vacuna contra la viruela era el máximo logro médico hasta la fecha. Significaba un éxito para la humanidad frente a una de las enfermedades de mayor índice de mortalidad en toda la historia.
Pero esta cura solo estaba disponible en Europa, Asia y algunas zonas de África. En América, la gente no tenía forma de acceder a ella, pues no había manera de transportarla sin que quedara inutilizable por las condiciones del viaje en barco.
Los expertos llegaron a la conclusión de que la mejor manera de llevar la vacuna era en un organismo vivo, especialmente uno sano que no haya tenido complicaciones con otras enfermedades mortales.
La mayoría de jóvenes y adultos en Europa ya habían tenido alguna infección grave en alguna etapa de su vida, desde una pesada gripe o incluso problemas de sífilis, salmonela o la propia viruela. Es por ello que se optó por usar niños sanos para la misión.
Como era de esperarse, ninguna familia permitiría que sus niños se usaran para un experimento que nadie sabía si funcionaría. Mucho menos los dejarían ir solos a un viaje que no aseguraba su regreso.
Francisco Javier Balmis, médico impulsor de la misión para transportar la vacuna a Nueva España, tuvo entonces que recurrir a niños huérfanos del Orfanato de la Caridad de La Coruña para encontrar a los ‘contenedores humanos’.
Sin embargo, hacía falta alguien que ayudara a cuidar a los infantes durante las cuatro semanas que pasarían en un barco. Fue así que Balmis buscó a una mujer, preferentemente con conocimientos en letras y enfermería, para que se uniera a la misión.
Entre las candidatas estaba Isabel Zendal, que cumplía todos los requisitos. Además, era una madre soltera, por lo que tenía todavía más experiencia en el cuidado de niños.
A falta de familia con la que pudiera dejar encargado a su hijo de 9 años, Isabel decidió llevarlo consigo al viaje, convirtiéndose él también en parte de la tripulación infantil que sería inoculada con la cura.
En noviembre de 1803, todas las personas que participarían en la misión subieron al barco llamado ‘María Pita’ para navegar rumbo a la Nueva España, en lo que se llamó la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
Benito ‘el niño vacuna’ y los huérfanos que salvaron millones de vidas
Los niños elegidos para la misión no sabían realmente el motivo del viaje, tampoco el propio Benito Vélez, hijo de Isabel Zendal, conocía a detalle el porqué estaban abandonando Europa.
La manera en que se solucionó el traslado de la cura contra la viruela fue con una especie de ‘vacunación en cadena’.
Francisco Javier Balmis inoculó a los niños con pus de una vesícula de la viruela ya tratada con el activo de la vacuna, para ello tenía que hacer una incisión en el brazo de cada menor.
La pus infectada con la vacuna tenía un tiempo de vida efectivo, por lo que tenía que ser trasladada de un niño a otro cada noche para no romper la cadena.
Se eligieron 21 niños para que cada cierto tiempo se pudieran infectar a dos de ellos, en caso de que en uno la cadena se rompiera o el efecto tardase en activarse. Con Benito, el número de ‘vacunas humanas’ se incrementó a 22, lo que daba un pequeño margen de seguridad adicional al experimento.
Isabel Zendal no tuvo una participación médica en el viaje, fue más un acompañamiento maternal para los niños, a quienes cuidó, limpió y alimentó en los momentos en que se lograba la incubación en sus cuerpos, debido a que les causaba fiebres y malestares.
Benito ‘el niño vacuna’ se hizo amigo de los 21 huérfanos, de quienes se sabe que se llamaron: Francisco Antonio, de nueve años; Andrés Naya, de ocho; Santiago Vicente Ferrer, Antonio Veredia, Cándido y Gerónimo María, de siete; Jacinto, José Manuel María, Domingo Naya y Clemente, de seis años.
Con cinco años, estaba Juan Antonio y Francisco Florencio. Y los niños más pequeños de la expedición fueron Pascual Aniceto, Tomás Metitón, Manuel María, Jorge Nicolás de los Dolores, José, y Vicente María Sale y Bellido, todos con apenas tres años de edad.
De los 22 ‘niños vacuna’, solamente Benito tenía apellido, aunque realmente su padre había abandonado a Isabel durante su embarazo. Los demás niños, al ser huérfanos solo tenían su nombre de pila.
La llegada a la Nueva España
El primer punto al que la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna llegó fue a Santa Cruz de Tenerife, una isla de dominio español que está cerca de África. Ahí comenzó la extracción de la vacuna contra la viruela de los niños inoculados.
La tripulación del María Pita permaneció algunos días en esas tierras antes de zarpar de nuevo en la parte más complicada del viaje. El 6 de enero de 1804, la misión se reanudó y el barco emprendió rumbo a Puerto Rico, sin embargo, en el camino uno de los niños perdió la vida.
En febrero de ese año, finalmente llegaron a América, pero en Puerto Rico a algunos de los niños se les perdió el rastro, otros fueron llevados a orfanatos o adoptados por familias locales, debido a que no podían seguir con la misión.
Para seguir con el transporte de la vacuna contra la viruela, nuevos niños fueron reclutados y el barco partió rumbo a la América Continental, llegando a Venezuela en marzo de 1804, en donde más infantes fueron inoculados de emergencia, para evitar que se rompiera la cadena.
Con la idea de acelerar los trabajos de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, Francisco Javier Balmis decidió dividir a la tripulación. Una mitad se encargaría de la mitad sur del continente y la otra de Nueva España y la parte norte.
A Isabel y Benito les tocó viajar hacia el norte, junto con el grupo de Javier Balmis, los niños que partieron de España también fueron divididos y poco a poco se perdió la información de su paradero al crecer.
A su llegada a Nueva España, los ‘niños vacuna’ comenzaron con la difícil tarea de viajar por tierra para cubrir la mayor parte del territorio. Los siguientes años siguieron con su misión en Cantón, Macao y Filipinas.
En 1810, las condiciones físicas y de salud de Isabel Zendal la obligaron a dejar la misión y junto con su hijo Benito llegaron a Puebla para iniciar una nueva vida, a partir de ese momento no se sabe mucho de lo que pasó con ellos.
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