NUEVA YORK – El líder de un país autoritario con enormes reservas de energía acumula sus fuerzas armadas a lo largo de la frontera de un vecino más débil, del que afirma que no tiene derecho a existir como país independiente. A continuación procede a lanzar una invasión, con el objetivo de engullir a su vecino y borrarlo del mapa. El mundo se enfrenta a la inmediata pero difícil cuestión de qué hacer en respuesta.
Esto es lo que ocurrió en el verano de 1990, cuando Saddam Hussein reunió sus fuerzas militares en la frontera de Irak con Kuwait y, para sorpresa de muchos, lanzó una invasión total. En pocos días, las fuerzas iraquíes se hicieron con el control de todo el país, que Sadam mantenía como una provincia de Irak.
Ahora sustituyan a Sadam por el presidente ruso Vladimir Putin, a Irak por Rusia y a Kuwait por Ucrania. Todo lo escrito anteriormente se aproximaría a lo que ocurrió en febrero de 2022, cuando Putin reunió a los militares rusos a lo largo de su frontera con Ucrania, un país cuya independencia había rechazado en un ensayo publicado en julio anterior, en el que escribió: “Estoy seguro de que la verdadera soberanía de Ucrania sólo es posible en asociación con Rusia”.
En ambas crisis estaba en juego la más básica de todas las normas que influyen en la política internacional: que las fronteras de los países soberanos deben respetarse y no alterarse por la fuerza armada. En ambos casos, el líder que inició la agresión sobrestimó sus posibilidades de éxito y, en ambos casos, gran parte del mundo subestimó la amenaza, pensando que era un farol hasta que resultó ser cualquier cosa menos eso.
La diplomacia y las sanciones económicas se quedaron cortas ante los retos planteados por Irak y Rusia. Lo que se necesitaba era fuerza militar, y mucha. El liderazgo estadounidense también resultó esencial para revertir la agresión en un caso y resistirla en el otro.
Pero las importantes diferencias entre ambos escenarios ponen de relieve lo mucho que ha cambiado el mundo. Empecemos por Rusia. En 1990, las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética eran relativamente buenas, lo que permitió un final pacífico de la Guerra Fría, el tipo de resultado que la historia sugiere que es cualquier cosa menos automático. La Unión Soviética prestó apoyo diplomático a Estados Unidos en su esfuerzo por resistir la agresión iraquí, a pesar de que Irak había sido durante mucho tiempo un socio cercano.
Hoy, la Unión Soviética ya no existe, tras haber perdido sus imperios interno y externo por igual. Rusia, su principal sucesor, se ha enfadado, resentido y alienado. Está cometiendo agresiones en lugar de oponerse a ellas.
Hace treinta años, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas condenó la agresión iraquí y autorizó no sólo sanciones económicas, sino también el uso de la fuerza militar contra ella para liberar Kuwait. Hoy, el Consejo de Seguridad está marginado, como consecuencia del veto permanente que Rusia ostenta en el órgano más importante de la ONU.
China apoyó o al menos no bloqueó los esfuerzos internacionales para oponerse a la agresión iraquí. La relación entre Estados Unidos y China era mucho mejor entonces que ahora, reflejo de la cooperación sino-estadounidense contra la Unión Soviética en las últimas décadas de la Guerra Fría.
China era también mucho más débil, con una economía que sólo representaba una pequeña fracción del tamaño de la estadounidense, y el dictado de Deng Xiaoping de ocultar las capacidades y esperar el momento oportuno seguía animando la estrategia diplomática china. En esta ocasión, China declaró una asociación sin límites con Rusia en vísperas de su invasión y ha estado a su lado desde entonces, eludiendo las sanciones económicas en el proceso.
Hace treinta años, Estados Unidos envió medio millón de soldados a Oriente Medio e intervino decisivamente en favor de Kuwait. Esta vez, Estados Unidos, receloso de la guerra tras sus infructuosas intervenciones posteriores al 11-S en Afganistán e Irak, y preocupado por enfrentarse directamente a una Rusia con armas nucleares, se ha abstenido de participar directamente en el conflicto, limitando su papel al suministro de armas, munición, inteligencia y formación.
La última vez, el mundo se unió contra la agresión. Ahora no. Por una razón u otra, muchos países son reacios a oponerse a Rusia. India compra sus armas y su petróleo, al igual que otros países.
Además, la capacidad de Estados Unidos para unir al mundo está muy mermada, en gran parte porque el respeto por Estados Unidos está muy disminuido, como consecuencia de sus divisiones internas y de la oposición mundial generalizada a las intervenciones estadounidenses en Irak en 2003 y en Libia en 2011.
La administración del presidente Joe Biden no se ayudó a sí misma insistiendo en enmarcar la guerra como un enfrentamiento entre democracia y autoritarismo. Gran parte del mundo no es democrático y podría haber respondido más favorablemente si Estados Unidos hubiera hecho hincapié en la amenaza que supone para la libertad de un país la invasión, que la mayoría de los gobiernos del mundo sí apoyan.
¿Qué conclusión cabe sacar de estas diferencias? La geopolítica y la rivalidad entre grandes potencias, habituales a lo largo de la historia, han vuelto, al igual que los conflictos armados entre países. El respiro de la posguerra fría, las vacaciones de la historia, han terminado.
Estados Unidos sigue siendo el primero entre iguales (o desigual, para ser precisos), pero eso no debe confundirse con nada parecido a la hegemonía. Las ventajas de que gozaba Estados Unidos en 1990 se han desvanecido a medida que otros países han ido adquiriendo mayor poder.
Y lo que es más importante, la diferencia entre la respuesta del mundo a la agresión de entonces y la de ahora es una advertencia aleccionadora de que el sistema internacional se ha deteriorado. El mundo se ha dividido más justo cuando necesita la unidad más que nunca para afrontar retos comunes como las enfermedades infecciosas, el cambio climático y tecnologías emergentes como la inteligencia artificial.
La unidad es un recurso escaso en las relaciones internacionales. La “comunidad internacional” es sobre todo ficticia. Por el contrario, cada vez hay más pruebas de que la era posterior a la Guerra Fría ha dado paso a una nueva era definida más por la turbulencia y la fragmentación que por el orden. Puede que la nueva era aún no tenga nombre, pero la realidad está a la vista de todos.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/changes-to-world-order-between-kuwait-1990-and-ukraine-2022-by-richard-haass-2023-06
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