Conciliar seguridad y economía en el nuevo orden mundial
Si Estados Unidos y sus aliados quieren maximizar tanto la seguridad como la prosperidad en los próximos años, los formuladores de políticas y estrategas tendrán que comprender la compleja interacción de fuerzas que está haciendo que el mundo sea más conflictivo y lleno de riesgos. El entorno global exige una nueva agenda integral de seguridad económica.
ESTOCOLMO – El orden mundial está experimentando cambios significativos que exigen una nueva agenda de seguridad económica. Desde guerras candentes e insurgencias localizadas hasta enfrentamientos entre grandes potencias, los conflictos geopolíticos han convertido la compleja relación entre economía y seguridad en una preocupación diaria para la gente corriente de todo el mundo. Lo que complica aún más las cosas es el hecho de que los mercados emergentes están ganando influencia económica y desafiando directamente el dominio de larga data de las potencias tradicionales a través de nuevas redes y alianzas estratégicas.
Estos acontecimientos por sí solos habrían hecho de este un período tumultuoso marcado por la inestabilidad económica, la inflación y las interrupciones en la cadena de suministro. Pero también hay que tener en cuenta los rápidos avances tecnológicos –que han introducido nuevos riesgos para la seguridad (como carreras armamentistas y amenazas cibernéticas)–, así como riesgos naturales como las pandemias y el cambio climático.
Para navegar en este nuevo y peligroso mundo, debemos tener en cuenta tres dimensiones interrelacionadas: los efectos de la geopolítica en la economía global; la influencia de las relaciones económicas globales en la seguridad nacional; y la relación entre la competencia económica global y la prosperidad general.
Cada camino arroja luz sobre la interacción multifacética entre economía y seguridad. Necesitaremos comprenderlos todos si queremos abordar los variados y complejos desafíos que presenta nuestro sistema global altamente interconectado.
Como lo han demostrado los últimos años, la geopolítica puede afectar profundamente a la economía global, remodelando el comercio, los flujos de inversión y las políticas, a veces casi de la noche a la mañana. Aparte de su devastador costo humano, guerras como la invasión rusa de Ucrania y la campaña de Israel en Gaza a menudo repercuten mucho más allá del teatro inmediato del conflicto.
Por ejemplo, las sanciones impuestas por Occidente a Rusia y la interrupción de las exportaciones de cereales ucranianas a través del Mar Negro provocaron que los precios de la energía y los alimentos se dispararan, lo que provocó inseguridad del suministro e inflación a escala mundial. Además, China ha profundizado su relación económica con Rusia tras el éxodo masivo de empresas occidentales en 2022 y 2023.
De manera similar, el bombardeo israelí de Gaza ha desestabilizado todo el Medio Oriente, especialmente los países vecinos dependientes del turismo como Egipto, Jordania y el Líbano. Mientras tanto, los rebeldes hutíes yemeníes, abastecidos durante mucho tiempo por Irán, han estado atacando buques de carga en el Mar Rojo, lo que ha llevado a las empresas navieras internacionales a suspender o ajustar sus rutas e impidiendo directamente el comercio a través del Canal de Suez, una importante arteria del comercio mundial.
También estamos siendo testigos de los efectos desestabilizadores de las amenazas naturales. La pandemia de COVID-19 impulsó un cambio masivo de cadenas de suministro rentables “justo a tiempo” a un modelo “ por si acaso ” destinado a fortalecer la resiliencia durante las interrupciones. Y, más recientemente, una sequía inducida por El Niño ha disminuido la capacidad del Canal de Panamá, otra importante arteria del comercio mundial. Ya sea por razones geopolíticas o ecológicas, desviar estos nuevos obstáculos inevitablemente aumenta los costos de envío, provoca retrasos en las entregas, altera las cadenas de suministro globales y crea presión inflacionaria.
Pasando a la segunda dimensión –las implicaciones de las relaciones económicas globales para la seguridad nacional–, está claro que será más probable que los países adopten políticas de seguridad audaces o agresivas si ya cuentan con una red de vínculos económicos que puedan atraer apoyo o frenar la oposición. China, por ejemplo, cuenta con que los países económicamente dependientes dentro de su Iniciativa de la Franja y la Ruta acepten su influencia política y su apuesta por la hegemonía a largo plazo. Muchos países ahora también dependen de China para componentes críticos de la cadena de suministro relacionados con la defensa, lo que los deja vulnerables diplomática y militarmente.
En términos más generales, la conectividad global, en forma de redes e infraestructuras económicas, se está utilizando cada vez más como arma con fines geopolíticos. Como muestra la guerra de Rusia contra Ucrania, los vínculos económicos pueden crear dependencias que elevan el costo de oponerse a políticas de seguridad asertivas (o incluso a una agresión abierta). La amenaza implícita de interrupciones en el suministro tiene un efecto coercitivo –a veces bastante sutil e insidioso– sobre los objetivos de seguridad nacional de un país. Debido a los efectos de red del sistema del dólar, Estados Unidos conserva una influencia significativa para hacer cumplir el orden internacional mediante sanciones coercitivas contra Estados que violan las normas internacionales.
Comerciar con el enemigo puede ser lucrativo o simplemente práctico, pero también altera la distribución del poder. Como aprendieron los gobiernos occidentales durante las últimas dos décadas, las ventajas que confiere la superioridad tecnológica pueden verse sustancialmente contrarrestadas por transferencias forzadas de tecnología, robo de propiedad intelectual e ingeniería inversa.
La tercera dimensión –la relación entre la competencia económica global y la prosperidad– se ha visto complicada por estas dos primeras dinámicas, porque la búsqueda del bienestar material ahora debe sopesarse con consideraciones de seguridad. Por lo tanto, las discusiones en esta área se centran en el concepto de seguridad económica, es decir, ingresos estables y un suministro confiable de los recursos necesarios para mantener un nivel de vida determinado. Tanto el lema “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” de Donald Trump como el plan “Reconstruir mejor” del presidente Joe Biden reflejan la preocupación de que las relaciones económicas con China perjudiquen la prosperidad de Estados Unidos.
El desafío para Estados Unidos y sus aliados es gestionar las tensiones entre estos diferentes objetivos económicos y de seguridad. Existe un conflicto potencial entre adaptarse a los cambios en el poder económico impulsados por el mercado y la geopolítica y sostener la fortaleza económica para financiar una fuerza militar capaz de proteger la economía global. Estados Unidos, como potencia dominante, debe seguir dispuesto y ser capaz de preservar una economía global abierta y basada en reglas y un orden internacional pacífico. Eso requerirá inversiones adicionales en capacidades y alianzas militares para contrarrestar la agresión territorial y salvaguardar las rutas marítimas, así como políticas y marcos ambientales más sólidos para distribuir las ganancias económicas globales de acuerdo con los principios del mercado.
Al intentar mitigar los riesgos de seguridad a través de la desglobalización (reshoring, onshoring y “friend-shoring”), corremos el riesgo de aumentar las amenazas económicas y de seguridad que presenta un mundo más fragmentado. Aunque los vínculos económicos con rivales pueden crear dependencias peligrosas, también pueden actuar como salvaguardia contra la hostilidad.
Todos los gobiernos tendrán que lidiar con estas tensiones mientras desarrollan una nueva agenda de seguridad económica. El mundo se está volviendo cada vez más conflictivo y plagado de riesgos. Para maximizar tanto la seguridad como la prosperidad, tendremos que comprender la compleja interacción de fuerzas que las están creando.
De manera similar, el bombardeo israelí de Gaza ha desestabilizado todo el Medio Oriente, especialmente los países vecinos dependientes del turismo como Egipto, Jordania y el Líbano. Mientras tanto, los rebeldes hutíes yemeníes, abastecidos durante mucho tiempo por Irán, han estado atacando buques de carga en el Mar Rojo, lo que ha llevado a las empresas navieras internacionales a suspender o ajustar sus rutas e impidiendo directamente el comercio a través del Canal de Suez, una importante arteria del comercio mundial.
También estamos siendo testigos de los efectos desestabilizadores de las amenazas naturales. La pandemia de COVID-19 impulsó un cambio masivo de cadenas de suministro rentables “justo a tiempo” a un modelo “ por si acaso ” destinado a fortalecer la resiliencia durante las interrupciones. Y, más recientemente, una sequía inducida por El Niño ha disminuido la capacidad del Canal de Panamá, otra importante arteria del comercio mundial. Ya sea por razones geopolíticas o ecológicas, desviar estos nuevos obstáculos inevitablemente aumenta los costos de envío, provoca retrasos en las entregas, altera las cadenas de suministro globales y crea presión inflacionaria.
Pasando a la segunda dimensión –las implicaciones de las relaciones económicas globales para la seguridad nacional–, está claro que será más probable que los países adopten políticas de seguridad audaces o agresivas si ya cuentan con una red de vínculos económicos que puedan atraer apoyo o frenar la oposición. China, por ejemplo, cuenta con que los países económicamente dependientes dentro de su Iniciativa de la Franja y la Ruta acepten su influencia política y su apuesta por la hegemonía a largo plazo. Muchos países ahora también dependen de China para componentes críticos de la cadena de suministro relacionados con la defensa, lo que los deja vulnerables diplomática y militarmente.
En términos más generales, la conectividad global, en forma de redes e infraestructuras económicas, se está utilizando cada vez más como arma con fines geopolíticos. Como muestra la guerra de Rusia contra Ucrania, los vínculos económicos pueden crear dependencias que elevan el costo de oponerse a políticas de seguridad asertivas (o incluso a una agresión abierta). La amenaza implícita de interrupciones en el suministro tiene un efecto coercitivo –a veces bastante sutil e insidioso– sobre los objetivos de seguridad nacional de un país. Debido a los efectos de red del sistema del dólar, Estados Unidos conserva una influencia significativa para hacer cumplir el orden internacional mediante sanciones coercitivas contra Estados que violan las normas internacionales.
Comerciar con el enemigo puede ser lucrativo o simplemente práctico, pero también altera la distribución del poder. Como aprendieron los gobiernos occidentales durante las últimas dos décadas, las ventajas que confiere la superioridad tecnológica pueden verse sustancialmente contrarrestadas por transferencias forzadas de tecnología, robo de propiedad intelectual e ingeniería inversa.
La tercera dimensión –la relación entre la competencia económica global y la prosperidad– se ha visto complicada por estas dos primeras dinámicas, porque la búsqueda del bienestar material ahora debe sopesarse con consideraciones de seguridad. Por lo tanto, las discusiones en esta área se centran en el concepto de seguridad económica, es decir, ingresos estables y un suministro confiable de los recursos necesarios para mantener un nivel de vida determinado. Tanto el lema “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” de Donald Trump como el plan “Reconstruir mejor” del presidente Joe Biden reflejan la preocupación de que las relaciones económicas con China perjudiquen la prosperidad de Estados Unidos.
El desafío para Estados Unidos y sus aliados es gestionar las tensiones entre estos diferentes objetivos económicos y de seguridad. Existe un conflicto potencial entre adaptarse a los cambios en el poder económico impulsados por el mercado y la geopolítica y sostener la fortaleza económica para financiar una fuerza militar capaz de proteger la economía global. Estados Unidos, como potencia dominante, debe seguir dispuesto y ser capaz de preservar una economía global abierta y basada en reglas y un orden internacional pacífico. Eso requerirá inversiones adicionales en capacidades y alianzas militares para contrarrestar la agresión territorial y salvaguardar las rutas marítimas, así como políticas y marcos ambientales más sólidos para distribuir las ganancias económicas globales de acuerdo con los principios del mercado.
Al intentar mitigar los riesgos de seguridad a través de la desglobalización (reshoring, onshoring y “friend-shoring”), corremos el riesgo de aumentar las amenazas económicas y de seguridad que presenta un mundo más fragmentado. Aunque los vínculos económicos con rivales pueden crear dependencias peligrosas, también pueden actuar como salvaguardia contra la hostilidad.
Todos los gobiernos tendrán que lidiar con estas tensiones mientras desarrollan una nueva agenda de seguridad económica. El mundo se está volviendo cada vez más conflictivo y plagado de riesgos. Para maximizar tanto la seguridad como la prosperidad, tendremos que comprender la compleja interacción de fuerzas que las están creando.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/economic-security-agenda-balancing-competing-objectives-by-carla-norrlof-2024-01
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