WASHINGTON, DC – Ahora que empieza el 2024, la perspectiva para la economía global parece estar mejorando. Las principales economías están saliendo prácticamente ilesas del alza más acelerada de las tasas de interés en 40 años, sin las heridas habituales de las crisis financieras o del alto desempleo. Los países rara vez logran dominar tasas de inflación pronunciadas sin desatar una recesión. Sin embargo, hoy es cada vez más factible un “aterrizaje suave”. No sorprende que los mercados financieros transiten un estado de ánimo festivo.
Pero la cautela está a la orden del día. El último informe Perspectivas Económicas Mundiales del Banco Mundial indica que la mayoría de las economías -desarrolladas, así como en desarrollo- crecerán mucho más lentamente en 2024 y 2025 que en los diez años previos al COVID-19. Se espera que el crecimiento global se desacelere por tercer año consecutivo -a 2,4%- antes de repuntar a 2,7% en 2025. Y se calcula que la inversión per cápita en 2023 y 2024 promediará solo 3,7%, apenas la mitad del promedio de los veinte años previos.
Los años 2020 están cobrando la forma de una era de oportunidades perdidas. El fin de 2024 marcará el punto intermedio de lo que se suponía iba a ser una década transformadora para el desarrollo -cuando se eliminara la extrema pobreza, se erradicaran las enfermedades transmisibles y se redujeran prácticamente a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero-. Lo que se asoma en el horizonte, en cambio, es un hito poco feliz: el desempeño más débil del crecimiento global de cualquier lustro desde 1990, con ingresos per cápita promedio en un trimestre, en todos los países en desarrollo, que van camino a ser más bajos a fines de 2024 que en el período previo a la pandemia del COVID-19.
El débil crecimiento económico amenaza con afectar a muchos imperativos globales y hacer que a las economías en desarrollo les resulte más difícil generar la inversión necesaria para abordar el cambio climático, mejorar la salud y la educación y lograr otras prioridades clave. Dejaría a las economías más pobres atrapadas en cargas de deuda paralizantes. Prolongaría la miseria de casi una de cada tres personas en los países en desarrollo que son víctimas de inseguridad alimentaria. Y representaría un fracaso histórico: una década perdida no solo para unos pocos países, sino para el mundo.
Todavía es posible cambiar el rumbo. Nuestro análisis sugiere que el desempeño de la mayoría de las economías en desarrollo en la segunda mitad de los años 2020 puede al menos no ser peor que en la década previa al COVID si hacen dos cosas. Primero, deben enfocar sus políticas en generar un auge de inversión muy beneficial -que impulse el crecimiento de la productividad, alzas de los ingresos, una reducción de la pobreza, mayores ganancias y muchas otras cosas positivas-. Segundo, deben evitar el tipo de políticas fiscales que muchas veces entorpecen el progreso económico y contribuyen a la inestabilidad.
La evidencia de las economías avanzadas y en desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial muestra que una combinación correcta de políticas puede aumentar la inversión aun cuando la economía global no sea fuerte. Hay países en todo el mundo que han logrado generar casi 200 auges de inversión extraordinarios, que se definen como episodios en los que el crecimiento de inversión per cápita se aceleró a 4% o más y se mantuvo allí durante más de seis años. La inversión tanto pública como privada saltó durante estos episodios. El condimento secreto fue un paquete de políticas integral que consolidó las finanzas gubernamentales, expandió el comercio y los flujos financieros, fortaleció a las instituciones fiscales y financieras y mejoró el clima de inversión para las empresas privadas.
Si cada economía en desarrollo que pergeñó un auge de la inversión de esas características en los años 2000 y 2010 repitiera la proeza en los años 2020, las economías en desarrollo se acercarían un tercio del camino a su potencial económico pleno. Y si todas las economías en desarrollo repitieran su mejor desempeño en diez años a la hora de mejorar la salud, la educación y la participación de la fuerza laboral, eso serviría para cerrar gran parte de la brecha restante. El crecimiento potencial de las economías en desarrollo en los años 2020 se acercaría a lo que fue durante los años 2010.
También existe una opción adicional a la que podrían apelar los dos tercios de las economías en desarrollo que dependen de las exportaciones de materias primas. Les puede ir mejor si, simplemente, aplican el principio hipocrático a la política fiscal: antes que nada, no hacer daño. Estas economías ya son proclives a debilitar los ciclos de auge y caída (porque los precios de las materias primas pueden subir o bajar repentinamente) y sus políticas fiscales suelen agravar las cosas.
Cuando los aumentos de los precios de las materias primas impulsan el crecimiento un punto porcentual, por ejemplo, los gobiernos incrementan el gasto de manera de impulsar el crecimiento 0,2 puntos porcentuales adicionales. En general, en los buenos tiempos, la política fiscal tiende a sobrecalentar la economía. En los tiempos de vacas flacas, profundiza la crisis. Esta “pro-ciclicalidad” es 30% más fuerte en las economías en desarrollo que exportan materias primas que en otras economías en desarrollo. Las políticas fiscales también tienden a ser 40% más volátiles en estas economías que en otras economías en desarrollo.
El resultado es una rémora crónica para sus perspectivas de crecimiento. Esta rémora se puede reducir -entre otras cosas- si se crean marcos fiscales para disciplinar el gasto del gobierno, si se adoptan sistemas de tipo de cambio flexibles y si se evitan las restricciones a los movimientos internacionales de capital. Si estas medidas políticas se instituyeran como un paquete, las economías en desarrollo que exportan materias primas alcanzarían un incremento del crecimiento del PIB per cápita de un punto porcentual cada 4-5 años.
Hasta el momento, los años 2020 han sido un período de promesas incumplidas. Los gobiernos no han alcanzado los objetivos “sin precedentes” que prometieron cumplir para 2030: “poner fin a la pobreza y al hambre en todas partes; combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos; … y garantizar la protección duradera del planeta y sus recursos naturales”. Pero para 2030 todavía faltan más de cinco años. Es tiempo suficiente para que los mercados emergentes y las economías en desarrollo recuperen el terreno perdido. Los gobiernos que actúen de inmediato para implementar las políticas necesarias crearían motivos para que todos puedan celebrar.
WASHINGTON, DC – Ahora que empieza el 2024, la perspectiva para la economía global parece estar mejorando. Las principales economías están saliendo prácticamente ilesas del alza más acelerada de las tasas de interés en 40 años, sin las heridas habituales de las crisis financieras o del alto desempleo. Los países rara vez logran dominar tasas de inflación pronunciadas sin desatar una recesión. Sin embargo, hoy es cada vez más factible un “aterrizaje suave”. No sorprende que los mercados financieros transiten un estado de ánimo festivo.
Pero la cautela está a la orden del día. El último informe Perspectivas Económicas Mundiales del Banco Mundial indica que la mayoría de las economías -desarrolladas, así como en desarrollo- crecerán mucho más lentamente en 2024 y 2025 que en los diez años previos al COVID-19. Se espera que el crecimiento global se desacelere por tercer año consecutivo -a 2,4%- antes de repuntar a 2,7% en 2025. Y se calcula que la inversión per cápita en 2023 y 2024 promediará solo 3,7%, apenas la mitad del promedio de los veinte años previos.
Los años 2020 están cobrando la forma de una era de oportunidades perdidas. El fin de 2024 marcará el punto intermedio de lo que se suponía iba a ser una década transformadora para el desarrollo -cuando se eliminara la extrema pobreza, se erradicaran las enfermedades transmisibles y se redujeran prácticamente a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero-. Lo que se asoma en el horizonte, en cambio, es un hito poco feliz: el desempeño más débil del crecimiento global de cualquier lustro desde 1990, con ingresos per cápita promedio en un trimestre, en todos los países en desarrollo, que van camino a ser más bajos a fines de 2024 que en el período previo a la pandemia del COVID-19.
El débil crecimiento económico amenaza con afectar a muchos imperativos globales y hacer que a las economías en desarrollo les resulte más difícil generar la inversión necesaria para abordar el cambio climático, mejorar la salud y la educación y lograr otras prioridades clave. Dejaría a las economías más pobres atrapadas en cargas de deuda paralizantes. Prolongaría la miseria de casi una de cada tres personas en los países en desarrollo que son víctimas de inseguridad alimentaria. Y representaría un fracaso histórico: una década perdida no solo para unos pocos países, sino para el mundo.
Todavía es posible cambiar el rumbo. Nuestro análisis sugiere que el desempeño de la mayoría de las economías en desarrollo en la segunda mitad de los años 2020 puede al menos no ser peor que en la década previa al COVID si hacen dos cosas. Primero, deben enfocar sus políticas en generar un auge de inversión muy beneficial -que impulse el crecimiento de la productividad, alzas de los ingresos, una reducción de la pobreza, mayores ganancias y muchas otras cosas positivas-. Segundo, deben evitar el tipo de políticas fiscales que muchas veces entorpecen el progreso económico y contribuyen a la inestabilidad.
La evidencia de las economías avanzadas y en desarrollo desde la Segunda Guerra Mundial muestra que una combinación correcta de políticas puede aumentar la inversión aun cuando la economía global no sea fuerte. Hay países en todo el mundo que han logrado generar casi 200 auges de inversión extraordinarios, que se definen como episodios en los que el crecimiento de inversión per cápita se aceleró a 4% o más y se mantuvo allí durante más de seis años. La inversión tanto pública como privada saltó durante estos episodios. El condimento secreto fue un paquete de políticas integral que consolidó las finanzas gubernamentales, expandió el comercio y los flujos financieros, fortaleció a las instituciones fiscales y financieras y mejoró el clima de inversión para las empresas privadas.
Si cada economía en desarrollo que pergeñó un auge de la inversión de esas características en los años 2000 y 2010 repitiera la proeza en los años 2020, las economías en desarrollo se acercarían un tercio del camino a su potencial económico pleno. Y si todas las economías en desarrollo repitieran su mejor desempeño en diez años a la hora de mejorar la salud, la educación y la participación de la fuerza laboral, eso serviría para cerrar gran parte de la brecha restante. El crecimiento potencial de las economías en desarrollo en los años 2020 se acercaría a lo que fue durante los años 2010.
También existe una opción adicional a la que podrían apelar los dos tercios de las economías en desarrollo que dependen de las exportaciones de materias primas. Les puede ir mejor si, simplemente, aplican el principio hipocrático a la política fiscal: antes que nada, no hacer daño. Estas economías ya son proclives a debilitar los ciclos de auge y caída (porque los precios de las materias primas pueden subir o bajar repentinamente) y sus políticas fiscales suelen agravar las cosas.
Cuando los aumentos de los precios de las materias primas impulsan el crecimiento un punto porcentual, por ejemplo, los gobiernos incrementan el gasto de manera de impulsar el crecimiento 0,2 puntos porcentuales adicionales. En general, en los buenos tiempos, la política fiscal tiende a sobrecalentar la economía. En los tiempos de vacas flacas, profundiza la crisis. Esta “pro-ciclicalidad” es 30% más fuerte en las economías en desarrollo que exportan materias primas que en otras economías en desarrollo. Las políticas fiscales también tienden a ser 40% más volátiles en estas economías que en otras economías en desarrollo.
El resultado es una rémora crónica para sus perspectivas de crecimiento. Esta rémora se puede reducir -entre otras cosas- si se crean marcos fiscales para disciplinar el gasto del gobierno, si se adoptan sistemas de tipo de cambio flexibles y si se evitan las restricciones a los movimientos internacionales de capital. Si estas medidas políticas se instituyeran como un paquete, las economías en desarrollo que exportan materias primas alcanzarían un incremento del crecimiento del PIB per cápita de un punto porcentual cada 4-5 años.
Hasta el momento, los años 2020 han sido un período de promesas incumplidas. Los gobiernos no han alcanzado los objetivos “sin precedentes” que prometieron cumplir para 2030: “poner fin a la pobreza y al hambre en todas partes; combatir las desigualdades dentro de los países y entre ellos; … y garantizar la protección duradera del planeta y sus recursos naturales”. Pero para 2030 todavía faltan más de cinco años. Es tiempo suficiente para que los mercados emergentes y las economías en desarrollo recuperen el terreno perdido. Los gobiernos que actúen de inmediato para implementar las políticas necesarias crearían motivos para que todos puedan celebrar.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/global-growth-investment-low-developing-economies-must-change-course-by-indermit-gill-and-m-ayhan-kose-2024-01/spanish
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