LONDRES – Hace exactamente un mes dí un discurso en la víspera de la Conferencia de Seguridad de Múnich. Desde entonces pasaron tantas cosas notables —y tan rápidamente— que vale la pena comparar mis predicciones con lo que realmente ocurrió.
Los cambios más grandes se dieron en el sistema climático mundial. Con esto me refiero tanto a las cuestiones climáticas en sí como a la comprensión que de ellas tienen los científicos climáticos. El mensaje principal que procuré transmitir en Múnich fue que el sistema climático mundial depende en gran medida de lo que ocurre en el círculo ártico. El sistema climático del círculo ártico solía estar separado del sistema climático mundial: los vientos solían soplar predeciblemente en dirección antihoraria, pero debido al aumento de la interferencia humana, la separación entre ese sistema y el mundial dejó de imperar.
De hecho, ahora el aire frío escapa del círculo ártico y es reemplazado por aire caliente que este absorbe del exterior. Por eso el círculo ártico se calentó cuatro veces más rápidamente que el resto del mundo durante las últimas cuatro décadas, y la tasa de calentamiento se acelera rápidamente. Desde que di el discurso las temperaturas del círculo ártico se dispararon para subir más de 20 °C por encima de lo normal, marcando récords y aumentando la preocupación por la tasa a la que se derrite la capa de hielo en Groenlandia.
La comprensión de proceso de calentamiento por los científicos climáticos también dio un gran salto adelante, lograron demostrar que la liberación del metano, un gas de efecto invernadero mucho más peligroso que el dióxido de carbono, es mayor a la explicable por las fuentes de emisiones asociadas con la actividad humana. Esto implica la existencia de otras fuentes —por ejemplo, el aumento de las emisiones de metano por el calentamiento del permafrost— cuyo origen es la perturbación humana de la naturaleza.
Son cada vez más los científicos climáticos que creen que sería adecuado declarar la emergencia climática debido a que, a la tasa actual, el calentamiento global superará los 1,5 °C. Como dijo el mes pasado Sir David King, jefe asesor científico del gobierno británico durante la gestión de Gordon Brown y actual director del Grupo Asesor para la Crisis Climática, «debemos reducir rápidamente las emisiones y eliminar el exceso de gases de efecto invernadero, pero lo más importante y urgente es volver a congelar el Ártico». Se trata de un programa de gran envergadura, considerando que ya estamos atrasados.
La otra esfera donde hubo cambios importantes es la guerra de Rusia contra Ucrania. Hasta octubre Ucrania ganaba en el campo de batalla, luego Rusia, con ayuda de Irán, introdujo drones a gran escala. El objetivo era socavar la moral de los ucranianos privando a la población civil de electricidad, calefacción y agua. Eso puso a Ucrania a la defensiva.
El ejército ruso regular está en una situación desesperada: el liderazgo es malo, está mal equipado y profundamente desmoralizado. El presidente Vladímir Putin lo notó e hizo una apuesta desesperada: recurrió a Yevgeny Prigozhin, quien había conducido un ejército de mercenarios llamado Grupo Wagner y estaba ansioso por demostrar que sus fuerzas podían superar a las del ejército regular. Putin le permitió a Prigozhin reclutar prisioneros de las cárceles rusas. Con la ayuda de los exconvictos y un costo enorme en términos de sus vidas y las de otros mercenarios, el Wagner comenzó a ganar terreno alrededor del pueblo de Bajmut, donde el ejército regular seguía estancado o perdía terreno.
La apuesta de Putin funcionó… hasta cierto punto. El ejército regular se sintió amenazado y comenzó una guerra burocrática contra Prigozhin, y la ganó. Logró que Prigozhin no pudiera reclutar más prisioneros y entregó munición equivocada a los combatientes del Wagner. En las últimas semanas Prigozhin se quejó públicamente, una acción que dejó a Putin en una posición complicada. Inicialmente trató de ayudar a Prigozhin, pero la clase dirigente apoyó al ejército militar, y juntos convencieron a Putin de que Prigozhin representa una amenaza a su continuidad en el poder.
Ucrania está aprovechando las luchas internas rusas. El presidente Volodímir Zelenski consultó a los líderes de su ejército, cuya recomendación fue unánime: pasar al ejército de Prigozhin por la clásica trituradora de carne mientras está tan en desventaja. La fuerzas ucranianas podrán entonces montar un contraataque cuando reciban armamento actualizado, especialmente los tanques Leopard 2 que les prometieron. Eso debiera ocurrir alrededor de mayo, pero podría darse antes.
La mayoría de las previsiones importantes sobre la guerra que hice en Múnich un mes atrás —incluso que una poderosa ofensiva de primavera ucraniana será decisiva para cambiar la tendencia—, probablemente se hagan entonces realidad. Soy consciente, por supuesto, de que diversas publicaciones de confianza difundieron artículos que describen una situación mucho más sombría sobre el avance de la guerra. ¿Cómo se las puede conciliar con mi mirada, más optimista? Solo postulando una campaña de desinformación exitosa.
Putin está desesperado por lograr el cese de las hostilidades, pero no quiere admitirlo. El presidente chino Xi Jinping está en la misma situación. Pero es poco probable que el presidente estadounidense Joe Biden aproveche lo que parece una oportunidad para concertar un alto el fuego, porque prometió que su país no negociará a espaldas de Zelenski.
Los países de la ex Unión Soviética, ansiosos por afirmar su independencia, esperan impacientes que el ejército ruso sea aplastado en Ucrania. En ese punto, el sueño de Putin de renovar el imperio ruso se desintegrará y dejará de ser una amenaza para Europa.
La derrota del imperialismo ruso tendrá vastas consecuencias para el resto del mundo. Traerá un gran alivio a las sociedades abiertas y causará enormes problemas a las cerradas, pero lo más importante es que permitirá que el mundo se concentre en el problema mayor: el cambio climático.