SAN DIEGO – Un día antes de que comenzara la última Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP27), un grupo de expertos globales convocados por The Lancet publicó un informe sobre los efectos adversos del cambio climático para la salud. Su conclusión fue tan estremecedora como evidente: la salud humana está a merced de los combustibles fósiles.
Desafortunadamente, la salud no se movió del final de la lista de prioridades en la COP27. Sin duda, se llevaron a cabo varias conversaciones importantes centradas en la salud en el pabellón lateral de la Organización Mundial de la Salud. Estas discusiones fueron particularmente oportunas, dada el alza actual del COVID-19, alimentada por las subvariantes más nuevas de ómicron, en Europa y Estados Unidos. Pero, más allá de una mención fugaz en el preámbulo, la declaración de la COP27 no hace ninguna mención sustancial al nexo clima-salud.
Es una omisión asombrosa. La conexión entre clima y salud es profunda y multifacética. Consideremos, por ejemplo, cómo las temperaturas en ascenso y las inundaciones sin precedentes han estimulado la propagación de los mosquitos -portadores de enfermedades como la fiebre del dengue, la malaria y el virus Zika- mucho más allá de sus áreas de reproducción tradicionales. Si no se hace nada, el Zika amenazará a otras 1.300 millones de personas para 2050, y la fiebre del dengue afectará a la gigantesca cifra del 60% de la población mundial para 2080.
De la misma manera, la migración motivada por el clima y la reducción de los hábitats animales aumentan el riesgo de que los virus y las bacterias salten de los animales huéspedes a los seres humanos -como probablemente sucedió con el SARS-CoV-2, el virus que causa el COVID-19-. Esto hace que otra pandemia sea cada vez más probable.
El calentamiento global también está empeorando la contaminación ambiental y, a su vez, las enfermedades crónicas no transmisibles como el asma y la enfermedad pulmonar obstructiva crónica. Arvind Kumar, que fundó la Fundación de Atención Pulmonar en Nueva Delhi, lamenta que prácticamente todos en la India tengan el perfil sanitario de un fumador, simplemente como consecuencia de la contaminación ambiental. De hecho, casi 1,7 millones de indios mueren todos los años por sus efectos.
La gente más afectada por estas cuestiones sanitarias relacionadas con el clima muchas veces es la que menos hizo para provocarlas. Muchos residentes de Bangladesh, Mozambique y Pakistán ni siquiera tienen autos. Sin embargo, padecen las inundaciones, los ciclones y los niveles crecientes de los océanos que han resultado de las emisiones de los países desarrollados.
Afortunadamente, las lecciones clave de la respuesta a la pandemia pueden ayudarnos a enfrentar los desafíos sanitarios que plantea el cambio climático. Para empezar, necesitamos una revolución en la recopilación y el análisis de datos. Los sistemas globales para capturar y compartir datos relevantes avanzaron de manera significativa durante la pandemia, pero todavía estamos usando sólo un pequeño porcentaje de la información generada. Peor aún, los datos tienden a dividirse en silos.
Para obtener un panorama más completo de los efectos del cambio climático en la salud debemos integrar datos clínicos, epidemiológicos y genómicos de los sistemas de salud con diversos datos no sanitarios, como por ejemplo los patrones climáticos, el control de las aguas residuales, el comportamiento de los consumidores y hasta las redes sociales y la movilidad. Las nuevas plataformas de fuente abierta como Global.health son un paso importante en la dirección correcta, pero es mucho más lo que todavía resta por hacer.
Otra lección de la pandemia es que, para no caer nuevamente en el ciclo de pánico y negligencia, cualquier agenda de resiliencia exige un financiamiento sustentable. Cuando apareció el COVID-19, decenas de actores globales -particularmente en el terreno de la investigación de vacunas- actuaron con una celeridad y una coordinación sin precedentes.
Pero si bien hubo grandes cantidades de financiamiento destinado a iniciativas de corto plazo, a posteriori no se ha canalizado una inversión suficiente hacia la prevención y la preparación para una pandemia. De la misma manera, mientras que los gobiernos han respondido a algunos efectos dramáticos inmediatos del cambio climático, como los desastres naturales, las intervenciones para afrontar la crisis climática siguen siendo exiguas.
Como primera medida, los líderes mundiales deberían respaldar la Agenda Bridgetown, que aspira a reformar las finanzas globales para el siglo XXI, asegurándose inclusive de que respalde la acción climática y la prevención de las pandemias. También deberían aprovechar cada oportunidad de conectar el clima con las cuestiones de salud en los foros internacionales, inclusive en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad en Montreal de este mes.
Una lección crítica final de la pandemia del COVID-19 es que una respuesta efectiva depende de la confianza y el compromiso de la comunidad. Como con las mascarillas faciales y las vacunas, las organizaciones basadas en la comunidad y la sociedad civil desempeñarán un papel central a la hora de determinar si existe una amplia aceptación pública para una agenda audaz que cubra tanto el clima como la salud.
Esto exigirá una discusión integral para diseñar políticas que establezca un lenguaje común e intenciones compartidas entre los sectores. ¿Dónde deberíamos apuntar para prevenir las consecuencias sanitarias asociadas con el cambio climático y dónde deberíamos mitigarlas? ¿Dónde deberíamos adaptarnos a los efectos sanitarios de un planeta que se calienta y por qué una agenda de adaptación se está volviendo cada vez más urgente?
En octubre, las Naciones Unidas confirmaron que el mundo está lejos de cumplir con el objetivo, establecido en el acuerdo climático de París de 2015, de limitar el calentamiento global a 1,5°C por encima de los niveles preindustriales y, en cambio, tal vez estemos encaminados hacia un ascenso de la temperatura de 2,8°C para fines de siglo. Como observó el representante del Reino Unido ante la COP27, Alok Sharma, después de la conferencia, el objetivo de 1,5°C ahora está “vivo con asistencia artificial”.
Debe emprenderse una acción concertada para reanimarlo -y eso empieza por reconocer que el clima y la salud son parte de la misma conversación-. Se los puede y se los debe enfrentar juntos.