NUEVA YORK – Ya no puede haber dudas sobre los hechos ocurridos el 6 de enero de 2021 en Washington, DC. A pesar de que su círculo más íntimo, incluido su fiel abogado general William Barr, le dijo que había perdido unas elecciones justas en noviembre de 2020, el Presidente estadounidense Donald Trump rompió una regla básica de la democracia: se negó a aceptar su derrota y desde entonces ha denunciado teorías conspirativas sobre un supuesto “fraude” electoral. Trump incitó deliberadamente a una turba armada a irrumpir en el Capitolio, y cuando la multitud empezó a aullar para que se colgara al Vicepresidente Mike Pence, no hizo nada y le dijo a su equipo que Pence se lo merecía porque se había negado a dar un golpe de estado en su nombre.
Estas fueron las conclusiones a las que llegó el Comité de la Cámara de Representantes sobre los acontecimientos del 6 de enero tras realizar más de 1000 entrevistas. Parte de la evidencia más incriminatoria vino de miembros del propio equipo de Trump. Liz Cheney, vicepresidenta republicana del comité, señaló en su discurso de cierre: “¿Puede volverse a confiar algún cargo de autoridad de nuestra gran nación a alguien que está dispuesto a tomar las decisiones que Donald Trump tomó durante la violencia del 6 de enero?”
Para la mayoría de los republicanos, que tienden a ver a Cheney como una traidora, la respuesta resonante es “Claro que puede”. Kevin McCarthy, líder de la minoría republicana de la Cámara de Representantes se negó a tener nada que ver con el comité. Según una encuesta reciente, un 40% de los republicanos cree que lo que ocurrió el 6 de enero no tiene nada de preocupante. La misma proporción piensa que el violento asalto al Capitolio fue una protesta política legítima.
Más de la mitad de los estadounidenses no comparten estas opiniones. Obviamente, no los demócratas, y muchos independientes también se están alejando de Trump. Pero entonces, ¿qué explica el que tantos republicanos sigan confiando y sintiendo afecto por el expresidente? La ignorancia y la falta de interés pueden explicarlo en parte pero, de ser así, es ignorancia voluntaria, ya que todos los hechos en torno al 6 de enero han quedado expuestos, incluso si Fox News se negó a transmitir las audiencias del comité.
Sin embargo, hablar demasiado sobre los hechos puede desviarnos del punto. Para muchos de sus partidarios, Trump es más que solo un político. Gran parte de su atractivo es que nunca lo fue realmente. La gente se ha vuelto hacia él como si fuera un mesías. No solo lo apoyan, sino que lo consideran un salvador que les da un sentido de orgullo, no en menor medida de pertenecer a algo mayor que la vida de cualquier persona por sí sola.
La clase social tiene mucho que ver. Los partidarios más fieles de Trump son estadounidenses blancos sin educación superior, que suelen vivir en áreas rurales, y que sienten que los urbanitas con mejor nivel educacional no los escuchan, les hablan con una actitud condescendiente e incluso los desprecian. Mientras más deploren los liberales educados lo que el expresidente Barack Obama una vez describió como personas que “se aferran a las armas de fuego o a la religión o a la antipatía a quienes no son como ellas”, más los típicos votantes de Trump se afirmarán en sus creencias.
Trump comprende esto y, a pesar de su riqueza, comparte el resentimiento popular hacia las elites que nunca lo aceptaron del todo a él o su familia de oscuros operadores inmobiliarios. El hecho de ser un pecador en serie contra los valores religiosos de muchos de sus seguidores no los descorazona. La mayor parte de la gente peca, después de todo. Las tasas de divorcio y parto adolescente son más altas en estados sólidamente republicanos que en las áreas más liberales de los Estados Unidos. Mientras sus oponentes políticos más califiquen a Trump de adúltero, fanático y mentiroso, más lo defienden sus seguidores. Por eso los hechos descritos por el Comité del 6 de enero no les importan.
La clave es que Trump, como todos los demagogos hábiles, da a la gente que se siente sin poder una sensación de poder colectivo. Genera un cálido sentimiento de “nosotros” contra “ellos”, y de ser “patriotas” enfrentados a urbanitas cosmopolitas y arrogantes que miman a las minorías no blancas, a los inmigrantes y a los transexuales.
¿Podrá el persistente atractivo que sienten estos fieles creyentes hacia Trump hacer que vuelva a la presidencia? Sería insensato descartarlo en esta etapa. Pero se enfrenta a grandes retos. Una creciente cantidad de estadounidenses votará por candidatos de su agrado, con independencia de su afiliación política. Y a muchos no les gusta Trump. Particularmente las mujeres, que están preocupadas por la reciente decisión de la Corte Suprema estadounidense, que está llena de jueces reaccionarios nombrados por Trump, de quitarles su derecho constitucional al aborto.
Incluso peor para Trump es la erosión de su apoyo entre los medios cercanos a los republicanos. Periódicos conservadores como el The Wall Street Journal y el New York Postcritican ahora su conducta del 6 de enero, y hasta Fox News ya no es un cómplice fiable. Ya la noche en que Trump perdió las presidenciales, se dice que Rupert Murdoch, que posee esos tres medios, gruñó: “Que se joda”.
Ninguno de estos argumentos necesariamente significa que la mayoría de los republicanos no apoyen a Trump. Muchos todavía creen su afirmación de que la victoria de Joe Biden fue fraudulenta. Pero una cantidad creciente de republicanos señala estar cansada de que Trump hable una y otra vez de lo que ocurrió hace casi dos años. Quieren que su partido pase página.
El olvido y el aburrimiento surgen con rapidez en la política estadounidense. Pero hay otra razón por la que puede que la marea se esté volviendo contra Trump. La estratega republicana Sarah Longwell describió lo que muchos sienten en su partido: “Piensan que las audiencias son estúpidas y les gusta Donald Trump, pero están haciendo cálculos políticos sobre quién puede ganar”. Que te rechacen porque te ven como un perdedor: esa sí que sería la peor pesadilla de Trump.
Te puede interesar: