LIUBLIANA – Al final de la película de 1999 de David Fincher El Club de la Pelea, el narrador anónimo (representado por Edward Norton) mata a su alter ego, Tyler Durden (Brad Pitt), y luego ve cómo los edificios que lo rodean estallan en llamas, cumpliendo su deseo y el de su alter ego de destruir la civilización moderna. Pero, en la versión china estrenada a comienzos de este año, el final fue reemplazado por unos títulos en inglés que dicen que “La policía rápidamente desbarató todo el plan y arrestó a todos los criminales, impidiendo exitosamente que la bomba explotara. Después del juicio, Tyler fue enviado a un manicomio para recibir tratamiento psicológico. Fue dado de alta del hospital en 2012”.
¿Por qué las autoridades chinas cambiarían el final de una película que es sumamente crítica de la sociedad liberal occidental, descalificando su postura política crítica como una expresión de locura? La razón es simple: para los líderes de China, defender el poder establecido es más importante que promover una agenda ideológica particular.
Recordemos que a mediados de 2019, los medios chinos lanzaron una campaña de propaganda que sostenía que, como señala CNN, “las manifestaciones en Europa y Sudamérica son el resultado directo de la tolerancia occidental del malestar en Hong Kong”, cuya implicancia es que los manifestantes en Chile y España estaban siguiendo el ejemplo de los de Hong Kong. Como suele suceder, el Partido Comunista Chino promovía discretamente un sentido de solidaridad entre todos los que ejercen el poder y enfrentan a una población rebelde o descontenta. Los líderes occidentales y chinos, parecía estar diciendo el PCC, en definitiva, tienen el mismo interés básico –trascender las tensiones ideológicas y geopolíticas- en mantener la quietud política.
Ahora consideremos los acontecimientos recientes en Estados Unidos. El 18 de junio, los republicanos de Texas declararon que el presidente norteamericano, Joe Biden, “no había sido elegido legítimamente”, haciéndose eco de declaraciones de otros republicanos en todo el país. El rechazo del Partido Republicano de la legitimidad de Biden es equiparable a un rechazo del sistema democrático de Estados Unidos. Cada vez más, el partido ha defendido el poder puro y duro por sobre el gobierno por consenso.
Si consideramos este hecho en el marco de la creciente fatiga del pueblo norteamericano por la guerra de Ucrania, aparece una perspectiva oscura: ¿Qué pasa si el antecesor de Biden, Donald Trump, gana la elección presidencial de 2024? Además de oponerse al disenso y a la oposición política en su país, también podría sellar un pacto con Rusia, abandonando a los ucranianos de la misma manera que lo hizo con los kurdos en Siria. Después de todo, Trump nunca se ha mostrado reacio a solidarizarse con los autócratas del mundo.
Durante el levantamiento de Maidán de 2014 en Ucrania, una grabación filtrada de una llamada telefónica captó a una alta funcionaria del Departamento de Estado norteamericano, Victoria Nuland, diciéndole al embajador norteamericano en Ucrania, “Al diablo con la UE”. Desde entonces, el presidente ruso, Vladimir Putin, ha venido persiguiendo precisamente ese objetivo, respaldando el Brexit, el separatismo catalán y a figuras de extrema derecha como Marine Le Pen en Francia y Matteo Salvini en Italia.
El eje antieuropeo que une a Putin con ciertas tendencias en Estados Unidos es uno de los elementos más peligrosos de la política actual. Si los gobiernos africanos, asiáticos y latinoamericanos siguen sus viejos instintos antieuropeos y se inclinan hacia Rusia, habremos entrado en un nuevo mundo lamentable en el que quienes están en el poder se solidarizan férreamente entre sí. En este mundo, ¿qué les sucedería a las víctimas marginadas y oprimidas de un poder que no rinde cuentas, a quienes la izquierda tradicionalmente ha defendido?
Es triste decirlo, pero algunos izquierdistas occidentales, como el director de cine Oliver Stone, han repetido como loros el argumento del Kremlin de que Maidán fue un golpe de Estado orquestado por Estados Unidos contra un gobierno elegido democráticamente. Esto es claramente falso. Las protestas que comenzaron el 21 de noviembre de 2013 en Maidan Nezalezhnosti (Plaza de la Independencia) en Kiev pueden haber sido caóticas ya que retrataban una variedad de tendencias políticas e interferencia extranjera; pero no hay ninguna duda de que fueron una auténtica revuelta popular.
Durante el levantamiento, Maidán se convirtió en un gigantesco campo de protesta, ocupado por miles de manifestantes y protegido por barricadas improvisadas. Había cocinas, puestos de primeros auxilios e instalaciones de televisión, así como escenarios para discursos, charlas, debates y representaciones. Era lo más alejado de un golpe de Estado “nazi” que uno pueda imaginar. Por cierto, los acontecimientos en Maidán fueron una pieza de la Primavera Árabe y levantamientos similares en Hong Kong, Estambul y Bielorrusia. Si bien las protestas bielorrusas de 2020-21 fueron reprimidas brutalmente, a los manifestantes sólo se les puede reprochar haber sido demasiado ingenuos en su pro-europeísmo; ignoraban las divisiones y antagonismos que hoy atraviesan a Europa.
Por el contrario, el 6 de enero de 2021, el ataque al Capitolio de Estados Unidos sin duda no fue un “Maidán norteamericano”. Cada vez hay más evidencia que demuestra que estuvo esencialmente orquestado con mucha antelación y que Trump –el hombre más poderoso en el país- más o menos sabía lo que se estaba gestando para ese día. Aun así, inmediatamente después de la insurrección, antes de que se conocieran todos los detalles, algunos de mis amigos izquierdistas manifestaron una sensación de pérdida. “La gente equivocada está ocupando el asiento del poder”, se lamentaban. “¡Nosotros deberíamos ir por él!”
Vale la pena volver a analizar lo que Putin dijo el 21 de febrero de 2022. Después de sostener que Ucrania fue creada por Lenin, pasó a decir que la “progenie agradecida” de los bolcheviques en Ucrania habían “derribado monumentos a Lenin. Lo llaman descomunización. ¿Quieren descomunización? Muy bien, nos parece perfecto. ¿Pero por qué parar a mitad de camino? Estamos dispuestos a demostrar lo que una verdadera descomunización significaría para Ucrania”. Así, Putin lanzó su “operación militar especial”.
La lógica de Putin es clara: como Ucrania fue (supuestamente) una creación comunista, una verdadera descomunización requiere que Ucrania sea eliminada. Pero una “descomunización” también implica una agenda que apunte a borrar los últimos vestigios del estado de bienestar –un pilar central del legado de la izquierda-. Por lo tanto, debemos sentir lástima por todos los “izquierdistas” occidentales que han surgido como apologistas de Putin. Son como los pacifistas “antiimperialistas” que, en 1940, decían que no se debía hacer frente a la ofensiva nazi en toda Europa.
Durante años, los líderes rusos y chinos han entrado en pánico cada vez que ha estallado una rebelión popular en alguna parte en su esfera de influencia. Como regla, interpretan esos acontecimientos como conspiraciones –su término para definirlos es “revoluciones de color”– instigadas por Occidente. El régimen de China ahora es por lo menos lo suficientemente honesto como para admitir que existe una profunda insatisfacción en todo el mundo. Su respuesta es apelar a la sensación compartida de inseguridad que sienten muchos de quienes están en posiciones de poder. La respuesta de la izquierda, por el contrario, debería ser mantener la solidaridad con quienes resisten el poder agresivo y arbitrario, en Ucrania o en cualquier otra parte. De lo contrario, bueno, todos sabemos cómo termina la película.
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