BERLÍN – los últimos 14 años fueron desalentadores para «hombre de Davos». El ya fallecido politólogo de la Universidad de Harvard Samuel P. Huntington popularizó el término en 2004 para describir a una nueva clase dominante de evangelistas de la globalización. El hombre de Davos, afirmó, buscaba la desaparición de las fronteras internacionales y que la lógica del mercado reemplazara a la de la política.
Pero desde la crisis financiera mundial de 2008, la política prevalece cada vez más sobre la economía, una tendencia que llegó al súmmum en 2016 con la elección de Donald Trump en Estados Unidos y el referendo por la brexit. Ambos eventos representaron un contragolpe contra la visión del hombre de Davos: un mundo libre de fricciones y gobernado (no dirigido) de la manera más eficiente posible a través de «procesos con múltiples partes interesadas».
Más aún, en la reunión anual de Davos de este año, los asistentes debieron enfrentar un desafío aún mayor que la política nacional: el regreso de la geopolítica. El tema del Foro Económico Mundial fue «La historia en un punto de inflexión», para reconocer que llegamos al fin del «fin de la historia». Aunque los valores del FEM promueven la cooperación en la búsqueda de «un solo mundo», la nueva agenda se centra necesariamente en el conflicto y la división.
Obviamente, la guerra de agresión en Ucrania del presidente ruso Vladímir Putin dominó el encuentro de este año. En la apertura del evento, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski —quien se presentó de manera virtual en su ya familiar uniforme de fajina— habló de la división mundial creada por la fractura estructural entre valores fundamentales. Y los activistas ucranianos transformaron la Casa Rusia —donde las delegaciones rusas organizaron en años pasados fiestas y eventos para hacer contactos— en la Casa de los Crímenes de Guerra Rusos, con una exposición centrada en las atrocidades rusas en Ucrania.
Después de revisar el programa de este año, rápidamente quedó claro que ni un solo aspecto de la globalización se salvó de las secuelas de los nuevos conflicto geopolíticos (entre Rusia y Occidente, China y Occidente, China y sus vecinos, etc.). En vez de paneles de discusión sobre acuerdos de libre comercio, hubo varias sesiones sobre guerra económica. Los líderes políticos y comerciales lidiaron con el hecho de que vivimos ahora en un mundo donde se pueden confiscar las reservas de los bancos centrales, desconectar sumariamente a los bancos comerciales del sistema internacional de pagos SWIFT, y en el que sería posible confiscar activos privados para financiar la reconstrucción de un país.
Las sesiones sobre cambio climático, mientras tanto, fueron más allá de las metas de descarbonización del acuerdo climático de París para centrarse en los vínculos entre la guerra en Ucrania, la actual crisis energética, la escasez de alimentos y la inflación. Por ejemplo, el vicecanciller alemán Robert Habeck estuvo en un panel con el ministro de Gas y Petróleo de la India y el director ejecutivo de una empresa petrolera para discutir si Europa e India pueden dejar de usar el petróleo y el gas rusos sin afectar negativamente sus metas económicas.
Un panel sobre migraciones no se dedicó al desarrollo de habilidades —como hubiera ocurrido en años anteriores— sino al uso de los refugiados como arma. Como advirtió un policía militar ucraniano, Putin busca «convertir la inmigración en una “guerra híbrida 2.0” con la esperanza de que la expulsión de millones de ucranianos de sus hogares cause el colapso de Europa».
En un panel sobre el futuro de la tecnología, un japonés de alto rango a cargo de la creación de políticas discutió sobre el impacto de la geopolítica en la relación entre el mercado y el Estado. En otros tiempos era el Estado quien desarrollaba innovaciones como Internet, luego las empresas privadas las incorporaban. Pero en la actualidad es el sector privado el que desarrolla la inteligencia artificial, la computación cuántica, los drones y otras tecnologías, que luego el Estado convierte en armas. Los controles a las exportaciones y restricciones a las transferencias de tecnología se convirtieron entonces en elementos fundamentales para la seguridad nacional.
Pero las sesiones que más ansiedad generaron fueron las que se centraron en el temor a una nueva guerra fría, que podría significar el fin del mundo globalizado. Muchos líderes de fuera de Europa y Norteamérica simpatizaron con Ucrania, pero se negaron a catalogar la guerra como un conflicto mundial sobre valores. Les preocupa que la agresión de Putin y la reacción contra Rusia aceleren la fragmentación de un mundo ya dividido a través del aumento del precio de la energía, las hambrunas y la politización de los mercados.
Además, no les convence la noción, en la que insistió con fuerza el gobierno de Biden, de que estamos todos en una batalla entre la democracia y la autocracia. Ese marco, temen, llevaría a un mundo aún más dividido en términos ideológicos. Los representantes de Medio Oriente, África y Asia expresaron reiteradamente su temor a tener que elegir entre China y Estados Unidos, una perspectiva que describieron como una «amenaza existencial».
El encuentro de Davos de este año fue irreconocible respecto de la conferencia a la que comencé a asistir hace 15 años. Queda claro ahora que aunque al hombre de Davos no le interesaba la geopolítica, la geopolítica se ha interesado mucho por él. El uso de la interdependencia como arma cambió todos los aspectos de su vida. El asalto geopolítico a la globalización está casi completo y su dominio ciertamente durará más que la guerra en Ucrania.
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