BERLÍN – Aunque todavía no sabemos en qué momento —ni, lo más importante, de qué manera— terminará la guerra de agresión de Vladímir Putin en Ucrania, ya quedó claro que el conflicto transformará dramáticamente a la Unión Europea.
La UE fue la respuesta de Europa Occidental a la explosiva violencia de las dos guerras mundiales, que a su vez fueron producto de la industrialización y el nacionalismo a partir del siglo XIX. Esos procesos históricos llevaron a la completa destrucción del orden europeo tradicional. Después de la Segunda Guerra Mundial, el continente europeo quedó bajo el dominio de dos potencias no europeas: Estados Unidos y la Unión Soviética. Debido a que era imposible reconciliar los intereses materiales e ideológicos de ambas, se dieron a continuación la Guerra Fría y la carrera nuclear que duraron décadas.
Apenas finalizada la Segunda Guerra Mundial, la economía de Europa Occidental estaba destruida y la región era incapaz de defenderse militarmente de una invasión soviética. Sin el plan Marshall estadounidense y la garantía de protección militar que otorgó ese país, difícilmente Europa Occidental hubiera logrado sobrevivir.
La creación de la OTAN en 1949 garantizó que en lado occidental del continente estaría protegido tanto de las invasiones soviéticas como de una Alemania reemergente, aunque dividida. Este acuerdo luego dio lugar a la idea de que se podía lograr un orden estable para Europa Occidental mediante la integración económica con un mercado único, instituciones colectivas y un sistema legal común, que implicaban en última instancia una integración completa de los estados involucrados.
El objetivo no era solo superar las causas socioeconómicas y políticas del nacionalismo destructivo, sino también meter en vereda a la economía europea históricamente más problemática y fuerte: Alemania. En las décadas siguientes la OTAN y la UE (inicialmente, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, luego la Comunidad Económica Europea) se convirtieron en los respectivos pilares militar y económico de la seguridad y prosperidad europeas y, con ello, del orden de Europa Occidental.
Pero con el fin de la Guerra Fría se volvió a cuestionar la forma que adoptaría el orden europeo. La respuesta fue que ambos pilares de Europa Occidental —la OTAN y la UE— crecerían para incorporar a los países de Europa Central y Oriental que cumplieran sus requisitos de inclusión. Por su parte, las ex repúblicas soviéticas y miembros del pacto de Varsovia deseaban una garantía vinculante de que Rusia no modificaría el orden europeo.
La membresía de la OTAN y la UE trajo entonces la promesa de la seguridad colectiva y un mercado común. Se esperaba eliminar los últimos resabios de la confrontación entre Oriente y Occidente, y garantizar la paz permanente a través del intercambio económico y la interdependencia.
Con Putin, sin embargo, la política rusa fue diferente. Trató de reestablecer su condición de potencia mundial reclamando cada vez más «tierra rusa», lo que implicaba revertir el orden postsoviético. Mirando hacia el pasado en vez de al futuro, Putin desea restaurar el antiguo imperio ruso.
Mientras los ucranianos expresaban cada vez más su deseo de integrarse a Occidente, Putin tomó medidas para negarles su libertad y soberanía. En 2014 anexó Crimea y comenzó una guerra a fuego lento en la región de Dombás, Ucrania. Y ahora lanzó una guerra de agresión sin cuartel, destruyendo cualquier posibilidad de coexistencia pacífica entre Rusia y la UE, al menos mientras siga en el poder. La separación geográfica, a fuerza de chantaje nuclear, prevalecerá una vez más por sobre el intercambio económico y la cooperación.
La UE tendrá ahora que centrarse mucho más en la seguridad y las cuestiones geopolíticas que en el pasado. Además, ahora que Suecia y Finlandia se unirán a la OTAN, Austria, Irlanda, Malta y Chipre serán los únicos miembros de la UE que no pertenecerán también a la alianza. La relación entonces entre los dos pilares del orden europeo también cambiará. Los miembros de la UE tendrán que aumentar sustancialmente su gasto en defensa, además de reforzar con urgencia sus aportes a la OTAN.
La UE también enfrentará cada vez más desafíos geopolíticos de alto riesgo, como ya lo evidencian las solicitudes de membresía de Ucrania, Georgia y Moldavia. Hasta ahora, el único instrumento geopolítico a disposición de la UE era la promesa de la membresía de pleno derecho (y, con ella, del crecimiento económico y la prosperidad), pero esa promesa resultó una ilusión para Turquía y los Balcanes Occidentales.
Dentro del marco institucional y legal actual, la UE solo puede tratar de alcanzar sus objetivos geopolíticos en términos muy limitados, si acaso. La futura UE necesitará entonces una estructura más flexible, con un acuerdo cuasiconfederado en torno a un núcleo federado. En lugar de ofrecer la alternativa entre la membresía de pleno derecho y la total exclusión, la UE podría ofrecer un acceso más limitado al mercado común, la seguridad común, la comunidad legal de la UE, la moneda común, etc.
La UE no puede crecer indefinidamente, pero sí debe aceptar que sus intereses geopolíticos van mucho más allá del instrumento de la membresía de pleno derecho. Mientras haya un régimen autoritario que implique una amenaza significativa, la UE —como alternativa económica y social— se convertirá en una fuerza cada vez más significativa, no solo en el continente europeo sino también en una zona gris más amplia hacia el Este, donde la frontera con Asia no está claramente definida.
Independientemente de lo que ocurra en Ucrania, la situación requiere una nueva flexibilidad estructural en vez de la adhesión rígida a acuerdos antiguos y sobreexigidos, o a promesas imposibles de cumplir.
Te puede interesar: