CAMBRIDGE – Es comprensible que grandes perturbaciones a la economía mundial, como la invasión rusa de Ucrania, se lleven la mayor parte de la atención. Pero está surgiendo un patrón de «pequeños focos de incendio distribuidos», que puede ser igual de trascendente para el bienestar económico a más largo plazo. Con el tiempo, estos focos pueden fundirse en un solo fuego tan peligroso como el gran incendio inicial que les sirvió de catalizador.
Además de causar muerte y destrucción a gran escala, y desplazamiento de millones de personas, la guerra en Ucrania está impulsando fuertes vientos estanflacionarios en toda la economía mundial. El daño resultante (sea en la forma de encarecimiento de los alimentos y de la energía o nuevos trastornos en las cadenas de suministro) no se puede contrarrestar en forma fácil o rápida con ajustes de las políticas en el nivel nacional.
En la mayoría de los países, las consecuencias económicas inmediatas de la guerra incluyen más inflación (con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo), menos crecimiento, aumento de la desigualdad y mayor inestabilidad financiera. Para el sistema multilateral, por su parte, ahora es más difícil obtener la clase de coordinación transfronteriza de políticas que se necesita para dar respuesta a problemas mundiales acuciantes como el cambio climático, las pandemias y las migraciones con riesgo de muerte.
Los desafíos son particularmente graves para países en desarrollo frágiles que importan commodities, sobre todo si se los compara con los problemas para las economías avanzadas. Es la diferencia entre una inquietud legítima respecto de una crisis del costo de vida en el Reino Unido, por poner un ejemplo, y el temor a la hambruna en algunos países africanos. El aumento del déficit comercial y fiscal de los Estados Unidos no parece tan problemático como la posibilidad de que países de bajos ingresos muy endeudados caigan en cesación de pagos. Y aunque la reciente pérdida de valor del yen puede llamar la atención en el contexto japonés, un derrumbe desordenado de los tipos de cambio de países pobres puede provocar inestabilidad financiera a gran escala.
Como me señaló hace poco Michael Spence, Premio Nobel de Economía y experto en la dinámica del crecimiento y del desarrollo, la probabilidad de que numerosos países en desarrollo enfrenten crisis simultáneas de crecimiento, energía, alimentos y deuda es inquietantemente alta. Si ese escenario de pesadilla se materializa, los efectos se extenderán mucho más allá de los países afectados, y abarcarán mucho más que la economía y las finanzas.
De modo que redunda en interés de las economías avanzadas ayudar a los países pobres a reducir el riesgo creciente de la proliferación de pequeños focos económicos de incendio. Felizmente, hay un registro histórico abundante (sobre todo, de los años setenta y ochenta) que puede servir como modelo. Una acción eficaz de las autoridades demandará refinar soluciones comprobadas y reforzar con grandes cuotas de liderazgo, coordinación y perseverancia su implementación sostenida.
Para empezar, se necesita una iniciativa multilateral preventiva de reestructuración y alivio de deudas, que dé a países sobreendeudados y acreedores sobreexigidos un espacio de maniobra esencial para el logro de soluciones ordenadas, caso por caso. También es crucial un abordaje multilateral coordinado que reduzca el riesgo disruptivo y a veces paralizante de que algunos actores no quieran hacer su parte; es necesario garantizar un reparto equitativo de costos entre los acreedores oficiales y en relación con los prestamistas privados.
Es fundamental reforzar reservas de commodities y mecanismos financieros de emergencia, para reducir el riesgo de hambrunas y disturbios por falta de alimentos. Esas medidas también pueden ser útiles para contrarrestar la inclinación (comprensible pero corta de vista) de algunos países a prohibir las exportaciones agrícolas o a buscar protección en una acumulación excesiva de recursos que resultará ineficiente.
Finalmente, los gobiernos de los países ricos tienen que proveer más ayuda oficial al desarrollo para colaborar con las iniciativas de reforma de los países receptores. Es necesario hacerlo en condiciones extremadamente favorables, por medio de préstamos a tasa reducida y con plazos generosos, o incluso mediante la subvención lisa y llana.
Sin un progreso más rápido en estas áreas, el fenómeno de los pequeños focos de incendio distribuidos perjudicará el bienestar económico mundial, al debilitar aun más el crecimiento, aumentar el riesgo de recesión e impulsar una mayor inestabilidad financiera. Esto supondría agravar los desafíos migratorios actuales, obstaculizar la lucha contra el cambio climático y demorar la campaña mundial de vacunación, que es esencial para una convivencia más segura con la COVID‑19. Además, todos estos problemas promoverán la inestabilidad geopolítica en un momento en que el sistema internacional ya está sometido a crecientes presiones de fragmentación.
Los países ricos han mostrado una unidad impresionante para ayudar a Ucrania a enfrentar la invasión rusa. Ahora deben mostrar el mismo grado de determinación para proteger el bienestar de sus ciudadanos y de todo el mundo frente a una acumulación de desafíos económicos y financieros. El objetivo de las autoridades debe ser evitar que los muchos focos económicos de incendio que se iniciaron en diversas partes como resultado del conflicto en Ucrania terminen causando un segundo infierno devastador que destruya las vidas y los medios de vida de numerosas personas entre las más vulnerables del mundo.
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