WASHINGTON, DC – En el lapso de un solo día, el 28 de febrero, la “Fortaleza Rusa” colapsó. El rublo se derrumbó alrededor del 30% y las autoridades rusas cerraron todos los mercados financieros. Los rusos se apresuraron a llegar a los cajeros automáticos para retirar todo el dinero posible, desesperados por cambiarlo por algo que no fueran rublos. Al no poder hacerlo, invadieron las tiendas para comprar cualquier cosa que pudieran encontrar antes de que los precios se dispararan por las nubes.
El flujo de noticias provenientes de Rusia ya era limitado y sesgado antes de la guerra de Putin. Ahora, prácticamente se ha interrumpido. Las nuevas leyes de censura han hecho imposible el trabajo de los periodistas independientes. La mayoría de los corresponsales extranjeros se han ido y los periodistas rusos que quedan se arriesgan a 15 años de prisión si comparten alguna información que vaya en contra del relato del Kremlin. Mientras tanto, la mayoría de los sitios web estatales rusos han sido desmantelados por hackers o están vedados a los extranjeros por orden de las autoridades.
De todos modos, los contornos del desastre económico de Rusia saltan a la vista. En los días posteriores a la invasión de Rusia el 24 de febrero, un Occidente unido respondió con sanciones mucho más severas de las que había impuesto después de la anexión de Crimea por parte de Rusia y la incursión en el este de Ucrania en 2014.
Las sanciones más importantes han sido financieras. Estados Unidos ha prohibido transacciones con cuatro de los bancos estatales más grandes de Rusia; ha impedido la comercialización de bonos soberanos rusos; ha limitado la capacidad de préstamo a 13 compañías rusas importantes; ha bloqueado el acceso de bancos clave al sistema de mensajes financieros SWIFT y, más relevante, ha congelado las reservas de moneda extranjera del banco central ruso. De una sola vez, Rusia quedó fuera del mercado financiero internacional. Ningún occidental se atreverá a interactuar con instituciones financieras rusas en el futuro previsible.
Otras sanciones han prohibido la exportación de alrededor de la mitad de los insumos tecnológicos clave que Rusia les compra a proveedores estadounidenses. Y cientos de compañías de tecnología occidentales –encabezadas por Apple- han declarado voluntariamente que dejarán de hacer negocios en Rusia, o de venderle a Rusia.
Otras sanciones han tenido como blanco las elites rusas y sus empresas. La mayoría de los políticos de alto rango de Rusia ya eran objeto de sanciones, pero ahora el ministro de Relaciones Exteriores, Sergei Lavrov, y el propio Putin han sido incorporados a la lista. Asimismo, si bien los altos oligarcas rusos hace mucho tiempo que han evadido las sanciones gracias a sus muchos contactos en Occidente, ahora se tienen que valer por sí solos. Sus mega yates están siendo expropiados y los leales a Putin en Europa están siendo perseguidos como criminales –para gran satisfacción de los tabloides occidentales.
Las sanciones por lo general introducen tres tipos de riesgos para las empresas o los inversores en un país sancionado. Primero, existe el riesgo de que las medidas, que se pueden modificar de un plumazo, sigan evolucionando de maneras impredecibles. Segundo, existe el riesgo de que nadie garantice las transacciones o las inversiones en el país sancionado. Y tercero, existen riesgos reputacionales, y potencialmente hasta criminales, para cualquier entidad que siga trabajando con el régimen que fue sancionado.
Frente a estos riesgos, tratar con Rusia se ha vuelvo demasiado tóxico. Las empresas occidentales respetables no sólo no están dispuestas a seguir comprándole o vendiéndole a Rusia; también están abandonando inversiones importantes en el país. Casi todas las grandes petroleras occidentales –BP, Shell, ExxonMobil, Equinor, OMW y ENI- han dicho que se están yendo del país. El único bastión que queda es Total de Francia.
Antes de la guerra de Putin, las sanciones occidentales a Rusia eran aproximadamente el 30% de lo severas que son las sanciones contra Irán; sin embargo, en un solo día, aumentaron a alrededor del 90%. La única diferencia significativa era que las exportaciones de materias primas de Rusia todavía no habían sido sancionadas. Pero el 8 de marzo, Estados Unidos y la UE introdujeron sanciones importantes a la energía rusa.
El repentino aislamiento y colapso económico de Rusia ha sorprendido prácticamente a todos. Después de haberse burlado durante mucho tiempo de las sanciones de 2014, Putin y sus acólitos no creían la amenaza de los gobiernos occidentales de “sanciones infernales” adicionales. Pero es evidente que el Kremlin subestimó el poder de sanción de Occidente. Nadie puede decir ahora que las sanciones no son efectivas. El único interrogante es si se implementarán y se sostendrán en el tiempo.
Si bien Estados Unidos ha defendido persistentemente sanciones más duras que la UE, ambos ahora están casi por completo de acuerdo. Específicamente, Alemania ha adoptado una línea más dura en su nuevo gobierno –un giro sorprendente que garantiza ser material de estudio en el futuro.
Esta respuesta unida ha sido más que suficiente para quebrantar la ciudadela supuestamente a prueba de sanciones de Putin. Desde que regresó a la presidencia en 2012, Putin ha ignorado ampliamente la necesidad de un crecimiento y desarrollo económico, centrándose en cambio en amasar unos 630.000 millones de dólares de reservas de divisas internacionales. El presupuesto federal ruso se ha mantenido más o menos equilibrado, y la deuda externa se mantuvo en niveles mínimos, en aproximadamente el 20% del PIB. La política monetaria ha sido estricta, y el rublo ha tenido un tipo de cambio flotante.
Pero los frutos de estas políticas hoy se descomponen. El grueso de las reservas de divisas de Rusia están congeladas, los mercados bursátiles rusos están cerrados y el valor de las 31 acciones rusas que se comercializan en Londres se ha derrumbado un 98% -más de la caída del 94% de las acciones rusas durante la crisis financiera de 1998-. Todos los activos rusos han sido degradados a categoría basura, donde se quedarán indefinidamente. Los mercados de capital de Rusia están esencialmente muertos.
Los economistas predicen que el rublo seguirá derrumbándose, alcanzando una tasa de 200 por dólar estadounidense para fin de año (comparado con alrededor de 70 rublos antes de la guerra de Putin). Y el 8 de marzo, el banco central decidió dejar de cambiar rublos por monedas extranjeras, lo que significa que el rublo ya no es convertible. Una suposición lógica es que la tasa de inflación anual alcance por lo menos el 50% y que el PIB ruso probablemente caiga por lo menos el 10% este año.
Putin todavía puede tener a sus generales, a sus servicios de seguridad y a sus intelectuales bajo control. Pero la economía rusa depende de los trabajadores, que en muchos casos ya están viendo caer sus ingresos ajustados por inflación como resultado de su guerra sin sentido. A pesar del régimen de censura extremo de Rusia, ya había una huelga importante en Nizhnekamsk, Tartaristán, por la depreciación de los salarios reales. Es probable que se genere un mayor malestar social y laboral. Los efectos desastrosos de la política exterior y económica de Putin serán demasiado extremos y de muy amplio alcance como para que se los pueda esconder.
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