NUEVA YORK – En los últimos meses Rusia posicionó una gran y competente fuerza militar a lo largo de su frontera con Ucrania. Lo que no sabemos es por qué (siempre resulta más fácil evaluar las capacidades que las intenciones), o incluso si el presidente ruso Vladímir Putin ha decidido ya cómo procederá. Hasta el momento creó opciones, no resultados.
Esto trae a la memoria a julio de 1990, cuando otro autócrata, Sadam Husseín, posicionó importantes fuerzas militares al sur de Irak, a lo largo de su frontera con Kuwait. En ese entonces, como ahora, sus intenciones no resultaban claras, pero el desequilibrio de fuerzas era obvio. Los líderes árabes pidieron al entonces presidente estadounidense George H.W. Bush que no reaccionara desmedidamente, convencidos de que era una estratagema para forzar a Kuwait a tomar medidas para aumentar el precio del petróleo, lo que ayudaría a Irak a recuperarse y armarse nuevamente después de su larga guerra con Irán.
Para principios de agosto, sin embargo, lo que para muchos parecía histrionismo político se había convertido en algo demasiado real. La invasión llevó a la conquista y fue necesaria una gran coalición internacional liderada por Estados Unidos para expulsar a las fuerzas iraquíes de Kuwait y recuperar la soberanía del país.
¿Es posible que actualmente se esté dando una dinámica parecida en la frontera ruso-ucraniana?
El gobierno del presidente estadounidense Joe Biden reaccionó a la acumulación de tropas rusas con una combinación de miel y vinagre. El objetivo es persuadir a Rusia de que no invada dejándole en claro que los costos superarían a los beneficios y que se podrían solucionar algunos de los asuntos rusos, al menos parcialmente, si se retira. Llamémoslo disuasión con diplomacia.
Hay quienes criticaron la respuesta estadounidense porque creen que es excesivamente tibia. Pero el equilibrio geográfico y militar hacen que la defensa directa de Ucrania resulte prácticamente imposible. Biden obró correctamente cuando eliminó la opción de la intervención estadounidense directa: de no actuar después de esa amenaza, solo reforzaría las crecientes dudas sobre la confiabilidad de Estados Unidos.
Pero Biden también actuó correctamente al oponerse a Rusia. EE. UU. y el Reino Unido, junto con la propia Rusia, aseguraron a Ucrania 1994 que, a cambio de que entregara el arsenal nuclear que había heredado de la Unión Soviética, se respetarían su soberanía y fronteras. Esto no constituyó un compromiso de seguridad similar a los de la OTAN, pero implicaba que no la dejarían en la estacada.
Y, sin embargo, quienes se oponen a la resistencia directa a la agresión rusa contra Ucrania, están a favor de emplearla en el caso de una posible agresión china contra Taiwán. En ambas instancias la geografía juega en contra de las opciones estadounidenses, y en ninguna de ellas EE. UU. está atado a un compromiso de seguridad invulnerable. Pero en el caso de Ucrania los aliados de la OTAN no están preparados para defenderla contra un ataque ruso y no esperan que EE. UU. lo haga. Por el contrario, los aliados y socios de Estados Unidos están preparados para resistir la agresión china y esperan que EE. UU. los ayude a frustrar cualquier intento chino de hacerse con la hegemonía regional.
Esto no significa que se debieron dejar las manos libres a Rusia frente a Ucrania. El orden que existe en el mundo se basa en el principio de que ningún país puede invadir a otro y cambiar las fronteras por la fuerza. Esto más que justifica proporcionar a Ucrania armas para que se defienda, y amenazar a Rusia con graves sanciones económicas que implicarían un costo significativo para su ya frágil economía, que depende del sector energético.
Biden también tomó la decisión correcta al ofrecer un camino diplomático a Putin si decide que es más sensato dar marcha atrás desde el borde del abismo. Surgieron varias ideas valiosas: una mayor participación diplomática de EE. UU. en el proceso diplomático iniciado después de la intervención rusa en la región oriental de Ucrania en 2014, el retiro recíproco de las fuerzas rusas y ucranianas de la frontera que comparten, y la voluntad de discutir con Rusia la arquitectura de la seguridad europea.
El gobierno de Biden también actúa correctamente al limitar sus ofertas a Putin. Una cosa es no llevar ahora a Ucrania a la OTAN, otra muy diferente es dejarla fuera permanentemente. Lo mismo ocurre con las garantías que se puedan ofrecer a Rusia sobre otras políticas de la OTAN. Nunca hay que confundir democracia con rendición.
En última instancia, el próximo paso será decisión de Putin. Putin ve a Ucrania como parte orgánica de una Rusia más grande y bien tratar de anexarla para consolidar su legado y revertir, al menos parcialmente, el colapso de la Unión Soviética (que describió en 2005 como «uno de los grandes desastres geopolíticos del siglo»). Esperemos que la política de aumentar los costos de una invasión y ofrecer a Putin ciertos gestos que le permitan cuidar las apariencias lo convenza de desactivar la crisis que creó.
Si de todas formas fracasa la disuasión y Putin termina invadiendo Ucrania, habrá que implementar las sanciones prometidas. Eso implica desmantelar el gasoducto Nord Stream 2 e imponer costos reales a las instituciones financieras rusas y al círculo más cercano a Putin. Sería también el momento de fortalecer a la OTAN y proporcionar a Ucrania armas, asesoramiento e inteligencia adicionales.
Esto me lleva nuevamente a Irak, pero, en este caso, a 2003 y los años siguientes. EE. UU. lo invadió por temor a que Sadam estuviera escondiendo armas de destrucción masiva y porque consideró que era una oportunidad para difundir la democracia, no solo en Irak sino en todo el mundo árabe. Pero cuando comenzó la guerra con una enorme campaña aérea de dominio rápido, y ante la veloz caída de Bagdad, consolidar los avances militares resultó tanto difícil como costoso, ya que los grupos emplazados en los entornos urbanos ofrecieron una fuerte oposición a las tropas lideradas por EE. UU. El pueblo estadounidense se opuso a la guerra y a una política exterior que consideró excesivamente ambiciosa y cara.
Algo similar podría ocurrirle a Rusia si sus tropas marchan sobre Kiev y tratan de controlar la totalidad o la mayor parte de Ucrania. También en este caso, consolidar el control frente a una resistencia generalizada y fuertemente armada podría resultar extremadamente difícil. Una gran cantidad de soldados rusos volvería a casa en bolsas para cadáveres, como ocurrió en Afganistán después de la intervención soviética de 1979. Una década después las tropas soviéticas habían abandonado ese país, al igual que los líderes soviéticos vinculados con la invasión. La propia Unión Soviética se desintegró. Sería sensato para Putin que considere las lecciones de ese pasado antes de tomar decisiones para el futuro.
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