SANTIAGO – Los latinoamericanos tenemos muchos talentos. Uno de ellos es la notable aptitud para gobernarnos mal, como lo ha puesto de manifiesto la pandemia. Seis de los 20 países con más muertes per cápita del mundo a causa del Covid-19 se encuentran en América Latina. Perú encabeza la lista y Brasil ocupa el octavo lugar.
Sin duda que la pobreza, la escasez de camas en los hospitales, y las hacinadas condiciones de vivienda, contribuyeron a la diseminación del virus, pero estos factores por sí solos no explican por qué la región lo ha hecho tan mal. Muchas naciones de Asia y de África padecen de los mismos problemas, pero sufrieron menos muertes per cápita. Incluso países que vacunaron a su población tempranamente, como Chile, –o que al principio de la pandemia parecían exitosos, como Uruguay– han terminado con un desempeño mediocre.
Una vez más América Latina se prepara para liderar al mundo, esta vez en el fracaso económico pospandemia. La región gozó de un par de trimestres de vigorosa recuperación, impulsada por los altos precios de los productos básicos, pero el motor del crecimiento ya empieza a chisporrotear en varios países. El Fondo Monetario Internacional proyecta que América Latina será la región del mundo con crecimiento más bajo en 2022. Peor aún, las pérdidas serán permanentes. Un informe recién publicado por el FMI concluye que la región probablemente no regrese nunca a la senda de ingreso per cápita que se vislumbraba antes de la pandemia. Esto contrasta con las economías avanzadas, las que según las proyecciones del FMI pronto retomarán sus trayectorias prepandemia.
La teoría estándar sobre el crecimiento económico sostiene que los países pobres gradualmente deberían alcanzar a los ricos. América Latina es la excepción que confirma la regla: en el futuro previsible quedará todavía más rezagada.
En el pasado, la economía de la región sufría cuando caían los precios de los productos primarios. Esta vez, sufrirá cuando dichos productos parecen atravesar un miniauge. Esto se debe parcialmente a que en América Latina el crecimiento lento de la productividad y del ingreso son problemas de larga data. Entre las décadas de 1970 y 1990, la región no fue capaz de producir las manufacturas para la exportación que enriquecieron al este de Asia. En el siglo XXI, se ha perdido el auge de las cadenas de suministro, que ha beneficiado a países desde Vietnam hasta Bulgaria. México está íntimamente ligado a las cadenas de suministro de América del Norte, pero las grandes economías sudamericanas de Argentina, Brasil y Colombia no lo están.
Las cicatrices económicas de la pandemia amenazan con debilitar aún más el crecimiento a largo plazo. Gracias a la egoísta conducta de los sindicatos de profesores, que se negaron a reabrir las escuelas hasta mucho después de que gran número de trabajadores de otros sectores retornaran a su labor, los estudiantes latinoamericanos estuvieron alejados de las aulas por un promedio de 48 semanas durante la pandemia. En otras naciones emergentes y en desarrollo, la cifra fue de solo 30 semanas. Los niños privilegiados con acceso a banda ancha siguieron aprendiendo desde sus casas, pero no así los niños pobres. Esta catástrofe educacional afectará la productividad en América Latina durante décadas, y hará aún más profunda la desigualdad de ingresos.
El colapso de las inversiones también contribuye a frenar el crecimiento. Un sondeo reciente realizado en Chile revela que el 70% de las empresas ha suspendido sus planes de expansión, por razones que no es difícil imaginar. Durante la misma semana en la que se realizó este sondeo, el centro de Santiago fue objeto de vandalismo, al mismo tiempo que los chilenos se enteraban de que un candidato de extrema derecha había alcanzado a uno de extrema izquierda en el primer lugar de las encuestas de opinión acerca de las elecciones presidenciales que se llevarán a cabo el 21 de noviembre.
Hace tiempo que América Latina padece del populismo de izquierda. Nicolás Maduro en Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, y los Kirchner (marido y mujer) en Argentina, fueron muy hábiles para presentarse como los únicos verdaderos representantes del pueblo –y luego procedieron a debilitar las instituciones democráticas que podían haberles exigido rendir cuentas sobre sus desastrosas políticas–. Ahora, la región también padece de la plaga del populismo de derecha. Jair Bolsonaro en Brasil, algunos de los discípulos de Álvaro Uribe en Colombia, y José Antonio Kast en Chile, repiten el mismo guión estilo Trump: la ley y el orden, el nacionalismo antiinmigrantes, y la guerra cultural contra quienes defienden la justicia social y se oponen al racismo. Chile, Brasil y Colombia pronto celebrarán elecciones presidenciales en cuyas segundas vueltas probablemente se enfrente un King-Kong de derecha con un Godzilla de izquierda. En la película, el enfrentamiento entre estos monstruos deja solo destrucción. Lo mismo podría ocurrir en América Latina.
Y aunque la región parece estar superando la pandemia, el espectro de la crisis de la deuda todavía se cierne sobre ella. La buena noticia es que la mayor parte de los países no perdió el acceso al mercado financiero durante la crisis sanitaria, de modo que gobiernos y empresas pudieron continuar endeudándose para eludir el escollo de la pandemia. La mala noticia es que ahora están obligados a vivir con las consecuencias. Los fuertes incrementos en las deudas públicas y privadas, el acortamiento de los plazos de madurez, y las alzas en las tasas de interés a nivel mundial, constituyen una combinación tóxica. En varios países, entre ellos Brasil y Argentina, los niveles en que se encuentra la deuda pública ya son preocupantes. Si la Reserva Federal de Estados Unidos contrae la política monetaria antes de lo previsto, se podrían crear condiciones propicias para las corridas contra la deuda y las crisis de refinanciamiento por las que la región ha pasado repetidamente.
Pese a sus problemas, América Latina podría volver a crecer si aprovecha dos oportunidades. Una es el retorno a casa de ciertos procesos productivos, impulsado por la pandemia y por el aumento de las tensiones entre China y Occidente. Lo que pierda Guangdong, lo puede ganar Guadalajara. Y si las economías más avanzadas de América del Sur mejoran tanto sus puertos como sus redes de vialidad y logran mantener sus finanzas relativamente estables, también podrían beneficiarse con dicha tendencia. Esta es su segunda (y tal vez última) oportunidad de embarcarse en el auge de las cadenas de suministro que se perdieron hace una generación.
Una mayor inversión en infraestructura verde también podría tener un impacto significativo. Las instituciones multilaterales de crédito estarán dispuestas a financiar proyectos de cualquier tono de verde, y la región debería sacar amplio provecho de esta oportunidad. El truco consistirá en incrementar las inversiones aumentando lo menos posible la deuda pública de la región. En los países de ingresos bajos, las donaciones deberían desempeñar el papel más importante, mientras que en las naciones de ingresos medios, los aportes de capital, la colaboración público-privada y otras fórmulas financieras novedosas deben asumir un rol central.
De acuerdo al Banco Interamericano de Desarrollo, los gobiernos latinoamericanos pueden dar cabida a la inversión verde si recortan los gastos regresivos. Esto es cierto, pero resulta más fácil decirlo que hacerlo. Los actores poderosos a menudo desean intensamente los llamados gastos indeseables. Los subsidios energéticos regresivos y perjudiciales para el medioambiente, son un buen ejemplo. Basta con preguntarles a los políticos argentinos y ecuatorianos que han luchado por eliminarlos.
“Brasil es el país del futuro y siempre lo será”, dice un antiguo refrán. Hoy día, muchos otros países latinoamericanos mal gobernados bien podrían tener este mismo destino.
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