MÚNICH – Tras 16 años en el cargo, Angela Merkel está dejando la cancillería de Alemania. Mientras presidentes y primeros ministros de otros países iban y venían, Merkel se ha mantenido en el poder durante cuatro mandatos electorales sucesivos, disfrutando en general de altas cifras de aprobación. Pero con su Unión Democratacristiana (CDU) potencialmente cruzando hacia la oposición después de las elecciones federales del 26 de septiembre, ¿cómo podemos evaluar su largo gobierno?
Como hija de un clérigo protestante que se había reubicado en Alemania del Este desde Alemania Occidental por convicción personal, Merkel disfrutó de beneficios. Se le permitió asistir a la universidad en la RDA, participó en visitas de intercambio en Moscú y perteneció a la elite de las juventudes comunistas (FDJ) hasta los 35 años, cuando cayó el Muro de Berlín. Cuando la CDU de Alemania Occidental se estableció en los nuevos estados orientales antes de las elecciones federales de 1990, el entonces Canciller Helmut Kohl reclutó a la avispada y joven política, que inmediatamente ascendió a la dirigencia para acabar por convertirse en lideresa del partido. Tras las elecciones de 2005, reemplazó a Gerhard Schroeder como canciller.
Si bien Merkel no creció en una economía de mercado, corrió frente a Schroeder defendiendo el liberalismo económico y con la promesa de ampliar las reformas al mercado laboral que este había impulsado. Debido a los altos costes de las compensaciones por parte del sistema de seguridad social, a principios del milenio Alemania tenía la más alta tasa de desempleo entre trabajadores de baja calificación de todos los países industrializados y, de manera intermitente, las menores tasas de crecimiento de la Unión Europea. Muchos la consideraban el “enfermo de Europa”. Las reformas de Schroeder fueron un éxito porque permitieron al país recuperar la salud de su economía –irónicamente, ya bajo Merkel- y redujeron el desempleo en todos los segmentos del mercado laboral.
Pero Merkel misma no contribuyó a estos logros económicos, ya que decidió no llevar a cabo sus promesas electorales tras observar que los medios de comunicación no las estaban recibiendo bien. Así, mientras Schroeder había reducido el salario cuasi mínimo que implicaban las compensaciones por reemplazo laboral, Merkel introdujo un salario mínimo legal.
Con los años, Merkel se fue alejando cada vez más de las políticas de libre mercado, adoptando en su lugar las posturas tradicionales del Partido Socialdemócrata (SPD) y simpatizando con el neodirigismo del partido Verde, posiciones más cercanas a su modo de ver el mundo. Esto le permitió ganar votos de izquierda, pero perjudicó las ideas centrales del CDU, partido que había sido garante de la orientación libremercadista desde la Segunda Guerra Mundial. Por ello, mientras Merkel empujaba al SPD hacia la izquierda y mantenía a raya a los Verdes, dejó libre tanto espacio a la derecha que un nuevo partido político –el ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD)) apareció para quitar al CDU una importante cantidad de votos.
Sin duda, Merkel fue una maestra a la hora de equilibrar distintas posturas políticas en los ámbitos nacional e internacional. Cooperó hábilmente con líderes de opinión y consultaba a las encuestadoras cada semana. Más que ninguno de sus predecesores de posguerra, descartó cualquier política propia y, en lugar de ello, se alineó con los puntos de vista de los medios de comunicación principales. Pero, si bien se las arregló para traducir eso en votos, a menudo quedaron al margen la racionalidad económica y lo que el sociólogo alemán Max Weber llamaba la “ética de la responsabilidad”.
Por ejemplo, Merkel respondió a la histeria mediática generada por el desastre de Fukushima en 2011 en Japón con la decisión de eliminar de manera gradual la energía nuclear, incluso cuando le debería haber parecido evidente que, sin ella, Alemania no tendría una estrategia creíble para luchar contra el cambio climático. Y , puesto que desde entonces ha sido obligada por la UE y los Verdes a aceptar también la eliminación gradual de todas las fuentes de energía fósil, deja tras su gobierno un país que va derecho a un importante ajuste de cuentas en materia de política energética.
De manera similar, cuando en 2015 Europa se enfrentó a la perspectiva de un gran flujo de refugiados desde Oriente Medio, dejó que la conmovieran las imágenes de los medios y decidió abrirles las fronteras, medida que irritó enormemente a los países de Europa del Este y al Reino Unido. Cuando el entonces Primer Ministro británico David Cameron le pidió apoyar su sugerencia de limitar la migración social hacia Europa para ayudarle a mantener el Reino Unido dentro de la UE, ella se negó. La subsiguiente inundación de refugiados ayudó a inclinar la balanza en favor del voto por el Brexit en el Reino Unido en 2016.
Como todos los cancilleres alemanes de posguerra, Merkel tiene el mérito de haber buscado la reconciliación con Francia. Forjó relaciones amistosas con los cuatro presidentes franceses con los que le tocó convivir.
Pero fue problemática la carta blanca que dio al Banco Central Europeo para su política de rescate a los inversionistas internacionales –por insistencia de Francia-, ya que permitió al BCE esquivar lo dispuesto en el Tratado de Maastricht, que prohíbe la monetización de la deuda nacional. Las medidas del BCE sustituyeron la disciplina de mercado –mayores tasas de interés- necesaria para evitar que los países altamente endeudados se endeudaran más todavía. Si el alza de las cargas de la deuda nacional genera una mayor inflación en los próximos años, Merkel tendrá parte de la responsabilidad.
Por último, debido a sus bajas tasas de natalidad, Alemania –como muchos países europeos- enfrenta importantes problemas demográficos que representan un serio peligro para su sistema de pensiones públicas. Merkel siempre estuvo consciente de este asunto, pero no estuvo dispuesta a impulsar reformas sustanciales que fueran incómodas para la mayoría de los alemanes. La única excepción potencial fue su política sobre los refugiados.
Sea como sea que se valore el gobierno de Merkel, su partida marca el fin de una era política. Pero la evaluación última de su notable durabilidad política será mixta, porque en lugar de intentar conducir los acontecimientos y la opinión pública, demasiado a menudo se dejó manejar por ellos.
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