BUDAPEST – Mi despertar político coincidió con los cambios sistémicos que se desarrollaron luego del colapso del comunismo en Hungría en 1989. Yo estaba fascinado y a la vez alborozado por la rápida democratización de mi país. Era un adolescente y persuadí a mi familia de llevarme a la frontera austríaca para ver la historia en ciernes: el desmantelamiento de la Cortina de Hierro, que les permitió a los refugiados de Alemania del este dirigirse a Occidente. Al leer muchas publicaciones nuevas y asistir a mítines de partidos políticos democráticos recién fundados, me dejé llevar por la atmósfera de esperanza infinita para nuestro futuro.
Hoy, esos sentimientos parecen pura ingenuidad infantil, o por lo menos el resultado de un estado mental idílico. Tanto la democracia como el futuro de la civilización humana hoy están en grave peligro, aquejados por crisis multifacéticas y superpuesctas.
Tres décadas después de la caída del comunismo, otra vez nos vemos obligados a confrontar fuerzas políticas antidemocráticas en Europa. Sus acciones muchas veces se asemejan a las de los comunistas de la vieja usanza, sólo que ahora forman parte de una plataforma de populismo autoritario y nativista. Siguen refunfuñando, como los comunistas de antes, en contra de los “agentes extranjeros” y “enemigos del estado” –en referencia a quienes se oponen a sus valores o preferencias políticas- y siguen menospreciando a Occidente, muchas veces utilizando los mismos términos abusivos que eran moneda corriente durante el comunismo. Sus prácticas políticas han erosionado las normas e instituciones democráticas, destruyendo la esfera pública y lavándole el cerebro a los ciudadanos con mentiras y manipulación.
El populismo nativista tiende a estar motivado por un solo propósito: monopolizar el poder estatal y todos sus activos. En mi país, el régimen del primer ministro Viktor Orbán prácticamente ha capturado a todo el estado a través de la manipulación hábil de las instituciones democráticas y la corrupción de la economía. La elección parlamentaria del año próximo (en la que me enfrento a Orbán) demostrará si la captura del estado de Hungría todavía se puede revertir.
Creo que va a ser posible. Pero responsabilizar plenamente a los populistas de la erosión de nuestra democracia es confundir causa y efecto. Las raíces de nuestras falencias democráticas son más profundas que el nacionalismo ferviente, el conservadurismo social y el deseo de recortar los derechos constitucionales del partido gobernante. Al igual que el ascenso de los partidos políticos iliberales en las antiguas democracias occidentales, la recaída democrática en Europa central y del este surge de cuestiones estructurales como una injusticia y una desigualdad social desenfrenadas. Estos problemas le deben mucho a la mala gestión y al abuso del proceso de privatizaciones y la transición a una economía de mercado después de 1989.
Las democracias más antiguas y bien consolidadas están experimentando desenlaces sociales igual de distorsionados. Con el desarrollo de un estado benefactor con un enfoque social en las décadas inmediatas de posguerra (un período que el demógrafo francés Jean Fourastié llamó “los treinta gloriosos”), el crecimiento económico en las democracias occidentales dio lugar a una enorme expansión de la clase media. Pero esto fue seguido por una ola de desregulación neoliberal y políticas económicas y sociales fundamentalistas de mercado, cuyos resultados se han vuelto notoriamente visibles hoy.
Más que cualquier otra cosa, fue el desacople radical del crecimiento económico y el bienestar social lo que hizo salir al genio populista iliberal de la botella y rompió el consenso democrático en muchos países.
Peor aún, nuestra generación está maldecida con algo más que “apenas” un levantamiento político y social de grandes dimensiones. También enfrentamos una crisis climática que pone en cuestionamiento las precondiciones mismas sobre las cuales están organizadas las sociedades modernas. Los progresistas como yo vemos esto también como una consecuencia directa de cómo funciona nuestro sistema económico. Un crecimiento económico infinito y desregulado –la dinámica central del capitalismo- simplemente no es compatible con la vida en un planeta con recursos finitos. Tal como están las cosas, nuestro sistema capitalista acciona una mayor extracción y genera más emisiones cada año.
Frente a estos desafíos, no podemos permitirnos sucumbir al fatalismo o a la apatía. Los progresistas, después de todo, debemos creer en la promesa del progreso humano. Nuestras instituciones y políticas económicas se pueden adaptar para responder a las circunstancias cambiantes. Las injusticias que distancian a la gente de la democracia se pueden rectificar. Los canales para un diálogo democrático se pueden restablecer.
Como alcalde de Budapest, una ciudad europea importante, puedo dar testimonio de que la gobernanza local importa. Ya sea a través del compromiso democrático, de las reducciones de emisiones o de la inversión social (áreas en las que ya hemos dado pasos importantísimos a pesar de la feroz resistencia del régimen de Orbán), los gobiernos locales están bien posicionados para mejorar la vida de los ciudadanos. Y al hacerlo, también podemos crear sinergias y nuevos modelos que contribuirán a un cambio progresista de mayor escala. De manera que, más allá de lo que hacemos por cuenta propia, la ciudad de Budapest está ansiosa por contribuir a todos los esfuerzos internacionales destinados a preservar la democracia y un planeta habitable.
Con ese fin, este mes llevaremos a cabo el Foro de Budapest para Construir Democracias Sustentables donde se reunirá un amplio rango de partes interesadas, incluidos alcaldes, funcionarios de la Unión Europea, activistas y académicos de alto perfil. Los participantes discutirán estrategias para abordar los retos más apremiantes de nuestro tiempo en materia de políticas, y luego ofrecer recomendaciones de políticas ejecutables y de cara al futuro.
Como parte del foro, Budapest también llevará a cabo la cumbre Pacto de Ciudades Libres para construir una red global más amplia de alcaldes y líderes de ciudades progresistas que estén comprometidos con la defensa de la democracia y el pluralismo. Más de 20 líderes de ciudades –desde Los Ángeles y París hasta Barcelona y Taipei- están sumándose a una alianza creada por los alcaldes de las ciudades capitales de los cuatro países de Visegrado (República Checa, Hungría, Polonia y Eslovaquia) en diciembre de 2019.
Martin Luther King, Jr. dijo que quienes quieren la paz deben aprender a organizarse con la misma eficiencia que quienes quieren la guerra. Lo mismo es válido para la democracia. Con el Foro de Budapest y el Pacto de Ciudades Libres, Budapest pretende ayudar a organizar las fuerzas de todos los segmentos de la sociedad para garantizar un futuro democrático y habitable en Europa central y del este, y en otras partes. Debemos ganar el combate intelectual contra el populismo nativista y la lucha civilizacional contra el cambio climático –y debemos hacer ambas cosas al mismo tiempo.
Project Syndicate, 2021.
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