AUSTIN – En un reciente ensayo sobre Samantha Power, la nueva administradora del presidente Joe Biden para la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, Michelle Goldberg, de The New York Times escribió —con razón— que, para Power, “el primer gran desafío […] reside en qué hará EEUU para vacunar al resto del mundo contra la COVID-19”. Y cita a la propia Power: “Se trata de una agenda muy, pero muy, tangible y orientada a resultados”.
Y dio la sensación de que los resultados estaban en camino. Durante la cumbre del G7, informa debidamente Goldberg, Biden anunció que EEUU aportaría 500 millones de dosis de vacunas para “países con ingresos bajos y medios”. Según Goldberg, esto “alentaría a otros países a aumentar sus contribuciones” para garantizar “1000 millones de dosis para 2022”.
Pero eso no sucedió. Según la Organización Mundial de la Salud, el nuevo compromiso real fue de 870 millones de dosis adicionales, no de 1000 millones, «con el objetivo de entregar al menos la mitad para fines de 2021». En otras palabras, el «objetivo» es conseguir «al menos» 435 millones de dosis adicionales de vacunas para iniciativa COVAX (el mecanismo internacional establecido para garantizar el acceso a las vacunas en los países más pobres) “para 2022”. Incluso si se consiguieran los 1000 millones en 2022, Agnès Callamard, la secretaria general de Amnistía Internacional, lo consideró «una gota en el océano», hecha de «míseras medidas a medias y gestos insuficientes». Gavin Yamey, de la Universidad de Duke, resumió el resultado para un grupo de trabajo de Lancet diciendo que «los países ricos se comportaron peor que en las peores pesadillas».
Y hay otro problema: los compromisos del G7 solo son promesas… y su historial de cumplimiento no es particularmente bueno. En este caso, el comunicado del G7 dice «con el objetivo de entregar». Incluso si creemos que esas palabras se eligieron de buena fe, no son ni precisas ni categóricas.
Al día de hoy África y la India apenas vacunaron al 3 % de su población conjunta, de 2500 millones de personas. ¿Por qué? Se afirma que EEUU por sí solo es capaz de producir 4700 millones de dosis para fines de 2021, 4000 millones más de las dosis que necesita. Nuevamente, según Amnistía Internacional, el G7 tendrá «un superávit de 3000 millones de dosis al final [de 2021]».
¿Quién recibirá esas dosis? Aparentemente, los clientes ricos. Esto incluye 1800 millones de dosis comprometidas para «vacunas de refuerzo» en la UE, según lo informó Varsha Gandikota-Nellutla, de Progressive International. Mientras tanto, fuera de la burbuja de los países ricos, el virus puede diseminarse, mutar, enfermar a la gente y matarla.
Esta no es una mera cuestión humanitaria. Si no erradicamos los virus, estos evolucionan. Ya existen múltiples variantes del coronavirus. Hasta donde sabemos, ninguna logró derrotar a las vacunas disponibles, pero nadie puede garantizar que esa variante no surgirá y, cuanto más tiempo perdamos, mayor será el riesgo (no solo para los pobres).
Una solución obvia es lograr que esos suministros acaparados lleguen a los brazos de personas en todo el mundo. Otra sería dejar de aplicar la protección de patentes y restricciones de aprovisionamiento a las vacunas occidentales, para que se las pueda producir más rápidamente en otros países. Si únicamente la India —el mayor productor de vacunas en el mundo— logra superar las actuales dificultades de producción, podría retomar las exportaciones y comenzar a proporcionar dosis al resto de Asia y África, cubriendo al mismo tiempo sus propios requisitos para fines de este año. Y se podrían fabricar suficientes dosis para poner fin a la pandemia, a efectos prácticos, para fines de 2022.
A principios de mayo el gobierno de Biden anunció su apoyo a una propuesta, presentada por India y Sudáfrica, para eximir a los suministros relacionados con la COVID-19, incluidas las vacunas, de los requisitos del Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC). ¿Qué significa esto? Hasta ahora, solo su apoyo en las negociaciones. ¿Con quién?, ¿y para qué?
Fue el gobierno, no las grandes farmacéuticas, quien financió la investigación básica utilizada para inventar esas vacunas. Las empresas tienen patentes solo porque se las otorgaron como «incentivo» para producirlas. Cuando afirman que de otro modo no lo harían plantean algo absurdo: el gobierno estadounidense puede obligarlas según la Ley de Producción para la Defensa, que ya usó para aumentar la producción de vacunas (incluso en forma tal que afectó brevemente la producción india).
Mientras tanto tenemos a China y, a menor escala, a Rusia. China actualmente vacuna a más de 10 millones de personas al día, a un ritmo cada vez más acelerado que cubrirá a toda su población este año. En 2022 China podría fabricar hasta 5000 millones de dosis para el mundo, suficiente para la India y África juntas. Mientras tanto, los productores chinos están decididos a construir sitios para la producción en todo el mundo, algo que empezaron recientemente en Egipto. Y Rusia tiene planes para producir más de 850 millones de dosis de la Sputnik V solo en la India este año. Es aproximadamente la misma cantidad que la comprometida por todo el G7… y ocurrirá antes.
No todo lo que leemos sobre estos temas es necesariamente confiable. No todas las proyecciones funcionan. Tal vez sea cierto, como se informó, que las vacunas chinas son menos eficaces que las producidas por Pfizer-BioNTech, Moderna, AstraZeneca, Johnson & Johnson y Sputnik V.
Pero, por ahora, es obvio hacia donde se encamina todo esto. EE. UU. y Europa ofrecen migajas, protegen a sus multimillonarios, los grupos de presión de las farmacéuticas y las contribuciones a las campañas de sus políticos. Mientras tanto, China y Rusia tienen otras ideas, y capacidad para ponerlas en práctica. En poco tiempo, entonces, cuando lo peor de la pandemia haya pasado, el mundo contará con nueva evidencia sobre quién es confiable y quien no.
Diría que no hay precedentes de todo esto, pero los hay. En el frío y hambriento invierno europeo de 1947-48, Jan Masaryk, ministro de Relaciones Exteriores checoslovaco, suplicó a EE. UU. que enviara alimentos, pero EE. UU. vaciló e impuso condiciones. Klement Gottwald, director del Partido Comunista checoslovaco, apeló a Joseph Stalin, quien envió por tren 300 000 toneladas de trigo. Checoslovaquia quedó bajo el completo control de los comunistas en febrero de 1948.
Samantha Power tiene razón. Es cuestión de resultados tangibles.