Washington DC – Ahora que el presidente estadounidense Joe Biden está contemplando algunos ajustes de rumbo después de sus primeros meses en el cargo, hay un cambio que parece especialmente digno de consideración: pasar a una política exterior más pragmática y menos ideológica.
Hasta el momento Biden centró su habilidad política en el choque entre la democracia y la autocracia. En su discurso ante el Congreso el mes pasado identificó a los adversarios del país como los «autócratas del mundo» y prometió que «[…] el futuro no será de los autócratas, será nuestro, será estadounidense». Prevé para el siglo XXI una «batalla entre la utilidad de las democracias […] y las autocracias», y convocó a una «Cumbre por la democracia» mundial para movilizar a los países que comparten su opinión contra los rivales iliberales.
Este enfoque puede ayudar a que los estadounidenses se aglutinen en torno a su bandera, pero es un error estratégico. Las relaciones de EE. UU. tanto con China como con Rusia se vinieron abajo desde que Biden asumió el cargo: China anduvo con bravuconadas en Taiwán y los funcionarios chinos y estadounidenses discuten en público; Rusia lanzó nuevamente amenazas militares contra Ucrania y Estados Unidos y el Kremlin intercambian sanciones y expulsan a los diplomáticos rivales.
Considerando la diferencia de intereses, es inevitable que haya una tensión significativa en las relaciones chino-estadounidenses y ruso-estadounidenses, pero la reciente escalada de hostilidades aumenta el riesgo de una fea ruptura diplomática o algo peor aún, e impide la necesaria cooperación para abordar desafíos compartidos como el cambio climático, la salud mundial, la proliferación nuclear y gestión de una economía mundial interdependiente.
Será muy difícil para EE. UU. colaborar en algo con China y Rusia si la principal estrategia estadounidense se centra en derrocar al poder iliberal. En vez de aldabonazos ideológicos, el gobierno de Biden debiera diseñar respuestas calibradas según las amenazas específicas que plantean Rusia y China, al tiempo que trata de trabajar conjunta y pragmáticamente con esos países.
En cuanto a China, EE. UU. y sus aliados debieran oponerse a sus prácticas comerciales injustas, repatriar las cadenas de aprovisionamiento críticas, mantener la ventaja en cuestiones tecnológicas clave y contrarrestar sus crecientes capacidades militares. En el caso Rusia, la meta debiera ser controlar y sancionar el expansionismo militar del Kremlin, los ciberataques y su interferencia en las elecciones extranjeras. Y, en términos más amplios, todas las democracias debieran denunciar las violaciones a los derechos políticos y humanos dondequiera que ocurran.
Pero en un mundo irreversiblemente globalizado e interdependiente, para enfrentar peligros claros y existentes no debiera ser necesaria la creación de una nueva falla geológica en términos ideológicos. Aunque la contención funcionó contra la Unión Soviética en la Guerra Fría, una estrategia de amigos o enemigos no logrará los mismos resultados hoy día. Con una economía que en su punto máximo representó las tres quintas partes de la estadounidense, la Unión Soviética nunca estuvo cerca de contar con los medios para superar a sus rivales democráticos. El socialismo esclerótico y las alianzas coercitivas perjudicaron su economía y debilitaron su atractivo para el resto del mundo.
No es ese el caso de China, cuyo PBI pronto será mayor que el de EE. UU. y luego lo superará con creces. Con su competente gobernanza política y económica centralizada, proezas tecnológicas, significativa inversión extranjera y ambicioso alcance diplomático (incluida la exportación a gran escala de su propia vacuna contra la COVID-19), China ya disfruta un importante influjo mundial. No hay regreso posible al orden mundial con dos bloques desconectados que prevaleció durante la Guerra Fría.
En este mundo emergente, el gobierno democrático mantendrá su ventaja intrínseca: la gente prefiere la libertad, pero, por primera vez desde que surgió como potencia mundial en la década de 1940, EE. UU. se encuentra con China frente a un competidor a toda regla. Y debido a que EE. UU. necesita su ayuda para frenar a Corea del Norte, detener el calentamiento global y solucionar otros problemas internacionales, lo mejor será que comience a diseñar una estrategia que no se limite al «nosotros contra ellos».
Basar la política estadounidense en el choque entre la democracia y la autocracia no solo sería ineficaz para contener a China, llevaría a algo peor: alentar la obstinación de ese país afianzando su nefasta alianza con la Rusia de Vladímir Putin. China y Rusia son rivales históricos y el ascenso chino naturalmente debiera alarmar al Kremlin, pero, en vez de eso, ambas autocracias formaron un matrimonio de conveniencia para oponerse a lo que perciben como una invasiva ambición occidental.
En vez de empujar a Rusia y China a los brazos del otro, EE. UU. debiera alejar a Rusia de su cómodo alineamiento con China. Así como EE. UU. se acercó a China en la década de 1970 para debilitar al bloque comunista, Biden y sus aliados europeos debieran tratar de atraer a Rusia hacia Occidente. La voluntad que expresó Biden de llevar a cabo un encuentro de verano con Putin es un paso en la dirección correcta. Aunque no será fácil encontrar coincidencias, EE. UU. cuenta con un impresionante historial de trabajo conjunto con regímenes que le son desagradables, cuando decide hacerlo.
Si Biden sigue atrincherándose ideológicamente, se arriesga también a debilitar, en vez de fortalecer, la solidaridad entre las democracias del mundo. Después de todo, no parece que los socios europeos y asiáticos de Estados Unidos estén buscando una pelea con China. En diciembre del año pasado la Unión Europea concretó un tratado de inversión con China a pesar de las objeciones del gobierno de Biden (aunque todavía no hay certeza sobre su ratificación por el Parlamento Europeo). De manera similar, ni Corea del Sur, Japón y otras democracias asiáticas en las proximidades de China están interesadas en una confrontación tempestuosa. Biden haría bien en no obligar a los aliados estadounidenses a tomar decisiones difíciles.
Los propios fundadores de Estados Unidos recomendaban paciencia y mesura en la política exterior. Durante mucho tiempo EE. UU. logró atraer a otros países al redil democrático a través del ejemplo… es hora de retomar esta estrategia de largo plazo. La mejor forma en que las democracias pueden difundir sus valores es ordenarse puertas adentro para superar finalmente a las potencias iliberales a fuerza de un mejor desempeño. EE. UU. y sus aliados democráticos deben enfrentar las amenazas que representan las autocracias, pero también han de mantener un espacio de cooperación para los desafíos mundiales.
Traducción al español por Ant-Translation
Charles A. Kupchan, investigador superior en el Consejo de Relaciones Exteriores (Council on Foreign Relations), es profesor de Asuntos Internacionales en la Universidad de Georgetown. Escribió Isolationism: A History of America’s Efforts to Shield Itself from the World [Aislacionismo: una historia de los esfuerzos estadounidenses para aislarse del mundo].
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