En México no basta con echarle ganas. La meritocracia (o su topicalización: echaleganismo) asume que quien no es exitoso en la vida es porque no quiere. Investigadores sociales desmontan este mito.
Esta forma de pensar es la base de todo un modelo de negocio para gente que se dedica a vender cursos de coaching de vida o libros de superación personal, por ejemplo, que valoran más el pararse temprano que las condiciones económicas y sociales de sus clientes o audiencias.
La meritocracia, el echaleganismo y la cultura del ‘eres pobre porque quieres’ se han estudiado por años desde perspectivas filosóficas, económicas, sociales, antropológicas, psicológicas y de políticas públicas. Muchas de estas investigaciones concluyen en lo mismo: no todos tienen las mismas oportunidades de salir adelante, por más ganas que le echen.
En una entrevista publicada en BBC, el filósofo Michael J. Sandel ganador del premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2018, explicó que aunque la meritocracia tiene problemas desde sus cimientos, esto no significa que no haya que animar a los hijos a estudiar una carrera o superarse a sí mismos:
“No debemos convertir la educación sólo en un instrumento de progreso económico, porque eso privará a nuestros hijos del amor por el aprender por el placer de aprender. Otro aspecto importante que debemos inculcarles es que si tienen éxito el día de mañana será en parte gracias a su propio esfuerzo, pero en parte gracias también a sus maestros, a su comunidad, a su país, a los tiempos en que viven, a las circunstancias, a las ventajas de las que hayan podido disfrutar”.
En México no basta con echarle ganas
La desigualdad en México no permite que todos tengan las mimas oportunidades de triunfar en el aspecto económico. Este fenómeno se ha documentado por décadas.
Y es que el fundamento principal de la meritocracia es que todas las personas tienen las mismas oportunidades de ser exitosas y que solo deben esforzarse todos los días pra alcanzarlas.
Estimaciones de Leticia Merino Pérez, del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, señalan que, en México, el 10% de los más ricos acaparan el 36% del ingreso del país; el 50% de la población se divide el 20%, mientras que el 10% más pobre recibe sólo el 1.8%.
Entonces pues, el terreno no es parejo. Una persona que nace en un hogar acaudalado tendrá siempre mayores ventajas para generar riqueza que alguien de una familia indígena, por ejemplo, o que un niño o niña de un barrio dominado por la violencia.
Otra de las creencias más afianzadas en la sociedad es que una carrera universitaria es la clave para lograr un ascenso en la jerarquía económica, un pensamiento inspirador que tiene mucho de cierto y otro tanto de mentira.
Es decir, una carrera y un título universitario sin duda amplían las posibilidades de acceder a mejores ingresos; pero no siempre existen los espacios necesarios para poder ejercer o bien, los salarios no son los más justos para alguien con estudios profesionales.
El echaleganismo o meritocracia sugieren que una persona con estudios universitarios que no logra obtener un buen puesto de trabajo fracasó como profesionista y persona, ya que toda la culpa de no tener éxito es completamente suya.
Nuevamente, se parte desde el argumento erróneo de que todos tienen las mismas oportunidades, pero no es así. Simplemente en México, no hay suficientes espacios de trabajo para todos los profesionistas. La inversión (pública o privada) que se le da a cada sector económico no es la misma.
Salir de la pobreza en México es sumamente difícil. Algunos lo han hecho, sí. Pero no exclusivamente por sus méritos, sino por la conjunción de varios factores que le permitieron acceder a nuevas oportunidades.
El echaleganismo puede fomentar el odio y la discriminación
Despertar con una buena actitud y celebrar tender la cama como primer logro del día no es suficiente para alcanzar el éxito. Hay hogares en los que ni siquiera cuentan con una cama individual para cada miembro de la familia y no es su culpa ser pobres. Su condición social no se solucionará de la noche a la mañana con leer un libro de consejos para ser un líder en los negocios.
Un estudio realizado en 2016 por Alice Krozer, investigadora de la Universidad de Cambridge señala que muchas de esas oportunidades han sido tomadas por minorías ricas, creando una desigualdad que afecta directamente a los que menos tienen:
“Las grandes corporaciones han hecho fortunas, estas se dedican principalmente a los sectores extractivo, agroindustrial, infraestructura, medios y telecomunicaciones. La toma del poder por parte de las élites económicas, incluidas las empresas, impulsa la desigualdad al hacer que las reglas permanezcan amañadas a favor de los ricos”.
Hay casos en los que cuando alguien que no nació en esa minoría adinerada logra saltar esa brecha, genera un discurso en el que basa su éxito en su propio esfuerzo, sin considerar las condiciones que tuvieron que darse para que haya tenido una oportunidad de ‘dar el brinco’, por llamarlo de alguna forma.
Alice Krozer explica que, en una serie de entrevistas que realizó para su estudio, platicó un funcionario público que era afín a la ideología de la meritocracia y describió su ascenso a la élite adinerada de la siguiente manera:
“He hecho lo que me da la gana toda la vida. Me ha costado un trabajo horrible; o sea, no me lo ha regalado nadie. Nada. Pero supe [aprovechar mis oportunidades] de alguna forma intuitivamente, naturalmente”.
El discurso del echaleganismo comúnmente apunta a que todos tienen las mismas oportunidades de dejar de ser pobre. Esta idea la comparten quienes han logrado acceder a un estatus económico con más comodidades.
La culpa, señala este tipo de pensamiento, es de lo pobres que no aprovechan las oportunidades. Humillan a quien tiene carencias y critican su forma de vida o sus bajas aspiraciones.
Quienes se dedican a vender cursos de coaching de vida o superación personal logran hacer creer a las personas que son pobres por su propia culpa. Michael J. Sandel señala que esto crea todavía más división en la sociedad:
“A medida que estas actitudes se afianzaban, la arrogancia meritocrática llevó a los ganadores a creer que su éxito era el resultado de sus propios talentos y del trabajo duro, y llevó la desmoralización y la humillación a los perdedores”.
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