Max Ramos administra la librería El Hallazgo, en la calle Mazatlán 30, colonia Condesa, en la Ciudad de México. Inició en diciembre de 1999 cuando se asoció con un amigo para juntar las colecciones de libros que tenían.
“Cuando estudiaba literatura dramática y teatro, me puse un letrero en la mochila, con la leyenda: se compran y venden libros, y la gente me abordó en el Metro para preguntarme qué títulos ofrecía”, recuerda. Desde entonces se dedicó a conseguir ejemplares en tianguis, como el de la Lagunilla, y va a remates de libros en otras librerías antiguas.
Ahora tiene más de 160 mil volúmenes. Además de El Hallazgo está la Librería José Cuesta, que surgió en 2011, en 2008 inició La Niña Oscura. La más reciente se llama Mula Sabia, y El Burro Oculto que surgieron en 2009 pero con un formato de librerías secretas.
“No develamos la dirección porque se manejan como librerías en secrecía. Solamente cuando el cliente ya está muy interesado o es conocido le damos la ubicación”, cuenta Max.
Para llegar a este tipo de librerías generalmente se pacta una hora y son para clientes especiales que buscan un libro raro, una obra específica o algo más detallado. Algunos han pedido libros que se imprimieron una sola vez y nunca más se volvieron a editar, también libros firmados o ejemplares que formaron parte de la biblioteca de algún coleccionista.
“La curiosidad es un elemento importante entre los lectores y es una forma de fomentarla. Además de preservar los materiales más delicados”, añade Max Ramos. Además cuando entrega los libros, tiene la oportunidad de platicar o tomarse un café con el lector quien le cuenta acerca de su gusto por la lectura o por determinado autor.
Entre sus principales clientes están doctores, licenciados, investigadores, estudiantes, periodistas y bibliófilos que conocen varios ámbitos de la literatura. Cuando inició en el negocio de las librerías fue cuando comenzó a descubrir estos tesoros.
Libros históricos
Asegura que por sus manos han pasado libros que datan de 1508, 1520, pergaminos y otros folletines. Esto ha formado parte de colecciones o las han vendido para formar las mismas.
No solo los museos y galerías esconden tesoros de la Ciudad, también está su oferta literaria. Hay varias librerías antiguas que aún sobreviven en varias de sus calles.
Venden libros desde 10 y hasta 60 pesos, los más baratos, de editoriales que exhiben ejemplares de sellos ya desaparecidos. La más conocida para encontrarlos es Donceles, en el Centro Histórico, aunque hay también en la colonia Condesa, Roma, cerca del Metro Eugenia, Miguel Ángel de Quevedo; entre otros lugares.
Los libreros que organizan estos ejemplares aseguran que una de las razones por las que más disfrutan su trabajo es encontrar tesoros ocultos entre las páginas de los libros. Algunos, como Max, han encontrado boletos de Metro, trolebús y hasta de avión de hace 50 años.
Es también el caso de Sergio Núñez quien asegura que el libro que más recuerda es un primer ejemplar de Cien Años de Soledad, del colombiano Gabriel García Márquez. “Me conmovió muchísimo porque es una obra que conozco, que me gusta y no imaginé encontrar una primera edición en mis manos”.
Aunque en la última década han encontrado lo que él llama “testigos” de los libros que son estos recados escritos a prisa y que dejan la huella de que alguien los leyó. Entre los más peculiares están también cartas escritas de Octavio Paz a Elena Poniatowska, por ejemplo, o libros dedicados.
Él dirige Librero en Andanzas que está cerca de la colonia Roma y tiene una sede más en Hidalgo. En su caso, vende y compra colecciones a partir de 200 libros, aunque también acepta ejemplares de una sola pieza.
La única condición es que todos estén en buen estado: no rotos ni deshojados, sin rastros de hongos o humedad. Eso es lo primero que revisan.
Asegura que los precios varían y pueden ir desde los cinco pesos, diez o hasta 50 mil con libros muy exclusivos. Estos se remontan a primeras ediciones o libros firmados.
Dice que reciben alrededor de dos colecciones por día y las otorgan, sobre todo, por fallecimiento. “Cuando una persona muere no sabe, la familia no sabe qué hacer con todos sus libros y prefieren venderlos”.
Para él, es triste ver cómo las librerías de viejo se van acabando debido a que en México hace falta fomentar la lectura. “Creo que todo radica en que desde niños los hacen leer por imposición y sobre todo libros que son aburridos o no les llama la atención, entonces desde ahí queda ese estigma de que la lectura es aburrida”, comenta Sergio.
Por lo que es importante darse la oportunidad de hojear el ejemplar, leerlo y de esta forma acercarse a la lectura para encontrar así el libro que sea adecuado para el momento que atraviese el futuro lector.
Te puede interesar:
Carlos Monsiváis. “La otra ciudad está en el Metro”, aseguraba el escritor