¿Estarías dispuesto a invadir la privacidad de tu familia para mantenerla segura? Esa es la pregunta que muchas personas deberían hacerse si es que piensan en implantar chips en sus seres queridos para rastrearlos en tiempo real.
Aunque parezca algo salido de la ciencia ficción, estos diminutos chips sí existen. En México hay empresas que ofrecen estos servicios desde hace más de 10 años, aunque a nivel internacional aún se discute el tema moral detrás de esta medida.
Sabemos que en México los secuestros han aumentado considerablemente en los últimos años, cifras del gobierno federal indican que al cierre de octubre de 2019 se tiene registro de mil 142 carpetas de investigación relacionadas con este delito. El miedo a ser víctima se podría decir que está justificado.
Actualmente ya es posible compartir la ubicación personal en tiempo real por medio de aplicaciones de uso común como Facebook o Whatsapp, también hay otras herramientas que funcionan principalmente con celulares que permiten esta opción, pero ahí radica la gran diferencia con los chips de rastreo: el usuario decide si utilizarlas o no.
Con los chips de rastreo, el portador estará monitoreado todo el tiempo, su privacidad habrá desaparecido. ¿Los padres de familia que decidan implantar un chip a su hijo le dirán lo que hicieron? Esa es otra cuestión a plantearse.
En 2017 un reportaje de la BBC sobre el tema señaló que muchos de los chips en humanos son de una tecnología básica pero funcional, debido al diminuto tamaño.
Por lo mismo algunos aparatos son difíciles de extirpar cuando se quiere retirar del portador o incluso hay modelos que no tiene forma de apagarse de manera remota. Es decir, toda su vida estarán vigilados por un centro de monitoreo, aún cuando se dé de baja el servicio.
Estos microchips, o al menos la mayoría, se venden en planes de anualidades que cuestan menos de 10 mil pesos. Cuando se decide terminar con el servicio, la empresa solamente restringe el acceso al sistema de monitoreo a los usuarios, aunque el chip seguirá funcionando.
Muchos de padres de familia consideran que sí usarían un chip para vigilar a sus hijos, lo mismo que a un perro o un vehículo. Para entenderlo hay que remontarse al año de 2002, fecha en que inició todo este asunto.
En aquel tiempo, un profesor universitario de Reino Unido decidió crear un implante para rastrear a los niños, luego del secuestro de dos niñas de su localidad. A los pocos meses en que su idea se dio a conocer ya había miles de padres que hacían pedidos para comprar los aparatos.
Pero el tema ético se interpuso entre los feroces compradores, ¿estarían dispuestos a que sus hijos perdieran la intimidad? ¿quién más tendría acceso a esos datos? ¿cómo afectaría la vida de un niño que sabe que todo el tiempo es vigilado? ¿y si esa tecnología fuera hackeada y la localización exacta de los usuarios esté expuesta?
Pero no pasó mucho tiempo para que el producto saliera al mercado y para que otras empresas ofrecieran el servicio. La solución para evitar el dilema fue crear accesorios como pulseras o pines que tuvieran el chip y que de esta forma no estuviera implantado dentro del cuerpo de los niños.
Pero esto causó muchos episodios de falsas alarmas cuando los niños perdían por accidente estos aparatos. El uso de estas herramientas dieron una falsa sensación de seguridad a los padres, ya que cuando miraban alguna anomalía inmediatamente entraban en histeria, según lo documentaron medios de comunicación europeos.
Si una familia se plantea la idea de usar chips GPS se recomienda hablar con todos los miembros involucrados y hacerles saber que su autonomía será invadida, pero que a cambio, sí se usa correctamente, pueden mantenerse un poco más seguros.
La decisión debe ser tomada escuchado los pros y contras de lo que implica un rastreo permanente y con una consulta previa de las opciones que hay en el mercado.
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