Desde hace muchos años, las mujeres lo que menos tienen es tiempo para ellas, pues al parecer sus horas son destinadas a realizar otras actividades que no se enfocan en sí mismas.
Un texto realizado por la periodista estadounidense Brigid Schulte, cuenta que en un momento en que, buscaba obtener tiempo entre sus múltiples actividades para poder escribir, un colega le sugirió la lectura de un libro sobre los rituales diarios de los grandes artistas. Sin embargo, en vez de encontrar la inspiración que buscaba, lo que llamó su atención fue la vida de las mujeres que estaban detrás de todos los genios (hombres) creativos, ya que gracias a sus labores, muchos de los artistas pudieron destacar.
Sus esposas los cuidaron de cualquier tipo de interrupción; sus empleadas domésticas les hacían su desayuno y llevaban el café a la hora que lo requirieran; sus niñeras mantenían a sus hijos ocupados y fuera de su alcance. Martha Freud le hacía muchas actividades a Sigmud, desde hacerse cargo de su ropa diaria hasta poner la pasta de dientes en su respectivo cepillo. El ama de llaves de Marcel Proust, Celeste, estaba completamente a disposición, le llevaba el desayuno, el café, los periódicos y la correspondencia, es más siempre tenía que estar disponible para cuando Proust quisiera charlar, así fuera durante varias horas.
Por lo menos, dichas mujeres son mencionadas por sus nombres, no como el caso de la esposa de Karl Max, de quien se hace referencia por lo que soportaba, ya que vivía en la miseria con los tres sobrevivientes de sus seis hijos mientras él pasaba pasaba sus días escribiendo el el Museo Británico.
Entonces, a diferencia de los artistas masculinos, quienes tuvieron su tiempo sin restricciones como si fuera un derecho de nacimiento, los días, las horas y trayectorias de vida de las pocas artistas femeninas siempre estuvieron limitados por las expectativas y Los deberes del hogar. George Sand solía trabajar de noche, debido a que la mayor parte de su tiempo estaba ocupado porque debía cuidar a su abuela. El día de escritura de Francine Prose se definía por la ida y venida de sus hijos a la escuela. Alice Munro, pudo escribir dentro de los pocos espacios que le quedaban entre la limpieza y la crianza de los hijos. Y Maya Angelou tuvo que alejarse de su casa, huyendo a una habitación de hotel para poder pensar, leer y escribir.
Con estos ejemplos, se puede ver que el tiempo de las mujeres siempre ha sido interrumpido y fragmentado a lo largo de la historia; sus días están basados en atender las tareas domésticas, el cuidado de los hijos, en ayudar a la familia así como mantener fuertes los lazos de ésta. Si para poder crear se necesitan largos periodos de tiempo que uno puede controlar, decidir qué y cómo hacer; es algo que en realidad las mujeres nunca han tenido, al menos no sin ser criticadas como egoístas.
Incluso, hoy en día, en todo el mundo, aunque las mujeres ya representan un gran número en la fuerza laboral remunerada, todavía pasan el doble del tiempo que los hombres realizando labores domésticas y cuidando a los hijos. Un estudio realizado a 32 familias de Los Ángeles, descubrió que el “tiempo libre” de la mayoría de las madres duraba, en promedio, no más de 10 minutos. Y de acuerdo con un análisis de la vida cotidiana de los académicos, escrito por la socióloga Joya Misra y sus colegas, arrojó que los días de trabajo de las profesoras era más largo que el de los profesores, esto, tomando en cuenta el trabajo no remunerado en el hogar. También se descubrió que los hombres y mujeres que analizaron para dicho estudio, pasaban el mismo tiempo en su trabajo remunerado. Pero, las horas de las mujeres fueron fragmentadas para pedirles realizar trabajos de servicio, tutoría y enseñanza, mientras que los hombres, pasaron más de sus días de trabajo en largos periodos ininterrumpidos que les permitían investigar, escribir, crear y publicar; situación que les ayuda a avanzar en su carrera, crear renombre y hacer llegar sus ideas al mundo.