Polo Benítez, estudiante de biología, descubrió un potente hongo que crece en la Sierra de Michoacán que sólo se alimenta de la celulosa que está en las colillas de cigarro.
No hace daño a la gente, ni degrada la piel. A partir de ese hallazgo, los dos jóvenes mexicanos crearon la empresa Eco Filter que reutiliza desechos de forma casera para fabricar cuadernos, macetas y aislantes acústicos. Así evitan la tala y la contaminación de mantos acuíferos.
Desde entonces decenas de iniciativas en el país se les han sumado para recolectar colillas en espacios públicos y convertirlas luego en papel. Esto les ha traído reconocimientos no solo en México, también en países como Colombia.
Ahora no solo los jóvenes convocan colectas de colillas en un lugares públicos, también han surgido grupos de personas han replicado la iniciativa por su cuenta.
Una de ellas es Cultura Verde, dirigida por Pamela Ibarra, una maestra de Sonora que inspiró a sus alumnos para recolectar desechos y posteriormente los entregó a Eco Filter.
En México hay 14 millones de fumadores que consumen un aproximado de 250 millones de cajetillas de cigarros al año, lo que se traduce en 50 mil millones de colillas. La mayoría no termina en un bote de basura, sino en las calles, playas, bosques y otros recursos naturales, según datos de la Secretaría de Salud.
Consciente de la gravedad del tema, Leopoldo, que estudiaba Biología en la Facultad de Estudios Superiores Iztacala, de la UNAM, pensó en posibles soluciones para el mal manejo de este tipo de restos. Finalmente encontró una forma para acelerar la degradación de las colillas que en condiciones normales tarda hasta 25 años.
Iniciaron recogiendo uno por uno los filtros y guardándolos en un garrafón de PET para después llevarlas a su laboratorio: la casa de Polo. Para protegerse de las sustancias tóxicas que los cigarros contienen sólo usan un cubrebocas y un par de guantes de látex.
Luego, someten los deshechos a un proceso químico que da como resultado celulosa limpia, la materia prima del papel. Aunque continúan haciendo esto a pequeña escala, su idea es que pronto se realice a escala industrial
“Queremos hacer una revolución del papel. No cambiar la manera de hacerlo, si no el material con el cual se hace”, comenta Polo.
El proceso es totalmente casero y en el hogar de Polo almacenan las colillas, a pesar de que el manejo de residuos tóxicos tiene un riesgo para su salud.
Cada pequeño filtro está diseñado para capturar hasta siete mil sustancias tóxicas que quedan atrapadas. Según datos presentados ante la Cámara de Diputados en 2016 por la organización Ocean Conservancy, una colilla en el piso contamina hasta ocho litros de agua de mar y 50 litros de agua potable ya que libera grandes cantidades de tóxicos en agua y suelo. Sin embargo, durante el proceso, únicamente se ocupa un mililitro de agua por cada colilla procesada.
Alianza con Colombia
Hace seis años, cuando el proyecto iniciaba, investigadores de países como Suiza, Inglaterra y Argentina se pusieron en contacto con ellos porque estaban interesados en el nuevo modelo que proponían.
Cuatro años después y sin esperarlo, Polo recibió el llamado de Tatiana y Santiago, dos emprendedores colombianos que habían escuchado sobre el proyecto y ahora querían reciclar colillas usando el mismo método en su ciudad. El joven no lo pensó demasiado y decidió renunciar a su empleo, compró un boleto de avión a la ciudad de Pereira, en Colombia y junto a su socia viajó al país sudamericano para reunirse con ellos y discutir una alianza estratégica en la que ambos aportarían algo para mejorar la idea.
De este modo crearon la iniciativa “Mi colilla, nuestra Ciudad”, que en un inicio colocó 60 contenedores y en menos de un año aumentaron a 100 puntos en toda la ciudad.
“Tienen una captación de colillas impresionante, colectan hasta 30 mil colillas en un día, pero no sabían qué hacer con ellas, por eso fuimos a visitarlos y tras un acuerdo legal, comenzaron a realizar el proceso con sus propios medios”, relata Polo.
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