SAN DIEGO – Griegos, egipcios, palestinos e israelíes no suelen coincidir en nada, excepto tal vez el hummus. Por eso, cuando se ponen de acuerdo en otras cuestiones, hay que tomarse en serio lo que piensan. En 2020, sus dirigencias dejaron a un lado viejas afrentas y modernos resquemores y acordaron la construcción de un nuevo gasoducto para el transporte de gas natural desde yacimientos recién descubiertos en el Mediterráneo hasta Europa.
Esos griegos, egipcios, palestinos e israelíes fueron prescientes. No sabían que los precios se iban a cuadruplicar, o que Vladímir Putin convertiría el gas ruso en un arma bélica y comercial. Por desgracia, apenas el presidente estadounidense Joe Biden ingresó a la Casa Blanca en 2021, envió emisarios a suprimir los planes, sobre la base de una argumentación medioambiental incierta.
Describo la directiva de la administración Biden en esos términos porque la filtraron funcionarios del Departamento de Estado de los Estados Unidos en un documento extraoficial (un «non‑paper»). Obviamente, el texto no tiene la huella de Biden, quien en 2014, siendo vicepresidente, elogió el gasoducto planeado, al que consideró beneficioso para todas las partes. El salvaje ataque de Putin a Ucrania (cuyo combustible literal son las reservas rusas de gas natural) es la clara demostración de que los asesores de Biden tienen que dar un vuelco inmediato y apoyar la construcción del gasoducto EastMed.
El gobierno estadounidense lleva adelante una cruzada peligrosa e indiscriminada contra los gasoductos. Fuera del Mediterráneo, la administración Biden detuvo la construcción del Keystone XL entre Canadá y Texas y una propuesta de gasoducto entre Pensilvania y Nueva Inglaterra. En tanto, a los residentes a uno y otro lado del Atlántico se les aconseja prever fallas de suministro eléctrico durante los calores del verano y comprar frazadas más gruesas para los próximos inviernos.
En vez de gasoductos, la administración Biden alaba los molinos de viento y las granjas solares, que se han vuelto más competitivas desde el punto de vista económico y pueden ser mucho mejores para el medioambiente. Claro que eso depende del lugar en que se extraigan de la tierra elementos como el neodimio y el disprosio necesarios para la fabricación de imanes (lo más probable es que sea China); y del lugar que elijan las empresas de energía para contaminar el paisaje con torres inmensas, zumbidos y reflejos encandilantes.
La dirigencia europea, que suele mostrarse más «verde» en temas energéticos que los políticos estadounidenses, ha recibido con desconcierto y preocupación la oposición de Washington a la energía del Mediterráneo. Entienden ahora que la economía moderna depende del gas natural, al menos hasta que la energía verde pueda llevarse a una escala suficiente sin faltantes de electricidad periódicos. Europa financió el estudio de factibilidad para el gasoducto EastMed, que podría satisfacer el 10% de las necesidades europeas con un costo estimado de unos siete mil millones de dólares.
En medio de protestas por los altos costos de la energía, Europa literalmente no puede esperar a que se construya el gasoducto del Levante. Por eso el 15 de junio la presidenta de la Comisión Europea Ursula von der Leyen firmó un memorando histórico con los ministros de energía de Egipto y de Israel, por el cual se enviaría gas israelí a Egipto para convertirlo allí en gas natural licuado y llevarlo a Europa.
Al parecer, lo que preocupa a los funcionarios de Biden es la participación errática de Turquía en los proyectos; preferirían que se involucre más. Ankara tiene buenos motivos para cooperar, ya que importa de Rusia el 45% del gas que consume; pero a otros participantes les preocupan las políticas impredecibles del presidente Recep Tayyip Erdoğan y su retórica escabrosa. Sin embargo, en los últimos meses Erdoğan adoptó una actitud más amable hacia sus vecinos; recibió al presidente israelí Isaac Herzog en Ankara y envió una nota de felicitación por el Día de la Independencia de Israel. Puesto que la Autoridad Palestina, junto con Israel, es miembro fundador del Foro del Gas del Mediterráneo Oriental, sería extraño que Erdoğan boicotee, torpedee u obstruya la construcción de un gasoducto en nombre del islam o del antisionismo.
Durante la mayor parte del siglo XX, hablar de energía del Medio Oriente era hablar de petróleo de la península arábiga. Pero los últimos descubrimientos de gas natural transformaron el panorama. En 2018, Egipto pasó de importador a exportador neto de GNL, cuando la empresa italiana Eni, explorando a casi mil quinientos metros de profundidad frente a las costas egipcias, encontró el enorme yacimiento Zohr. La palabra zohr en árabe quiere decir «mediodía», y con el descubrimiento, el potencial económico de Egipto ha quedado alto en el cielo. Pasando al otro lado del Sinaí, era un chiste habitual entre historiadores decir que aunque Dios le haya dado Israel a su pueblo elegido para que sea su hogar, al parecer decidió que no les iba a dar combustible. Pero eso también cambió, ahora que de pronto Israel tiene suficiente para satisfacer las necesidades de sus habitantes y al mismo tiempo exportar a Jordania y otros países.
Si todos estos cambios positivos no dependen de Estados Unidos, ¿qué importan las críticas de los funcionarios de Biden? Pues importan mucho, porque al dar señales de oposición, el gobierno estadounidense desalienta a bancos y fondos de capital privados de invertir en el proyecto y a la vez limita las chances de que reciba apoyo del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Por supuesto que el gasoducto se puede construir igual, pero con condiciones de financiación más complicadas y una rentabilidad más incierta para los inversores.
Biden no es el único que alienta contra el gas del Mediterráneo: el otro es Putin. Ya es hora de que Biden se ponga a alentar de nuestro lado.
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