LONDRES – Finlandia y Suecia anunciaron que solicitarán su ingreso a la OTAN, pero es más probable que unirse a la alianza debilite su seguridad, y la de Europa, en vez de fortalecerla.
La neutralidad estratégica protegió de la guerra a la independencia y libertad suecas durante 200 años, y a la independencia finlandesa desde 1948. ¿Qué justifica ponerle fin?
Los funcionarios suecos y finlandeses señalan dos episodios: en diciembre de 2021, el Kremlin pasó de considerar la neutralidad sueca y finlandesa como algo deseable a, básicamente, exigirla (dio así un mensaje claro y amenazador de que la política exterior independiente es un privilegio y no un derecho para los vecinos de Rusia). Más importante aún es que la invasión rusa de Ucrania básicamente empeoró el entorno de seguridad de ambos países porque aumentó el riesgo de que Rusia los ataque o procure intimidarlos. Como no prevén ser capaces de derrotar a Rusia en el campo de batalla, ni individual ni conjuntamente, deben unirse a una organización que pueda hacerlo.
En la jerga de los expertos, unirse a la OTAN «elevará el umbral de disuasión». Frente a la certeza de represalias (incluido el uso de armas nucleares, de ser necesario), Rusia desistirá de atacar o amenazar seriamente a Suecia y Finlandia. Este argumento implica en gran medida que si Ucrania hubiera sido miembro de la OTAN, Rusia no la hubiera invadido, ya que —como señalan los ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa suecos— «Rusia (o la Unión Soviética) nunca atacó a un aliado de la OTAN». Pero tal vez los esfuerzos suecos y finlandeses para fortalecer la disuasión resulten contraproducentes, porque la ampliación de la OTAN podría elevar el umbral de decisión de los rusos para invadirlos, al menos antes de que ingresen a la alianza.
Para evaluar lo acertado de la ampliación de la OTAN hay que considerar dos cuestiones. La primera es si la invasión rusa de Ucrania (independientemente de su ilegalidad y la brutalidad de su ejecución) evidencia una intención expansionista en términos generales o es sui géneris. En segundo lugar, ¿qué tan responsables son los países pequeños que lindan con otros grandes de mantener la paz?
La historia ofrece algunos lineamientos al respecto. Después de 1945, Stalin podría haber integrado a Finlandia a la Unión Soviética, o gobernarla con un títere. Finlandia había sido aplastada en una guerra en la que combatió del lado de los alemanes (algo que a los finlandeses no les gusta que les recuerden), aunque se aliaron a Hitler solo después de la invasión de Stalin en 1939.
De todas formas, a Stalin nunca le interesó restablecer un gobierno zarista en Finlandia. Su preocupación era estratégica. Como dijo en 1940 después de la «guerra de Invierno» de la Unión Soviética con Finlandia, «no podemos mudar Leningrado, [por lo que] tenemos que mudar las fronteras». Lo que exigió, y finalmente obtuvo, fue un 10 % del territorio finlandés —incluida una gran porción de Carelia, cerca de Leningrado (hoy, San Petersburgo)— y algunas islas estratégicas.
Después de conseguir esas tierras, Stalin garantizó la independencia finlandesa en el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua de 1948, con la condición de que Finlandia prometiera «combatir para repeler» los ataques a la Unión Soviética «a través del territorio finlandés», con ayuda del Kremlin si Finlandia estaba de acuerdo. A diferencia de lo que ocurrió con los estados satélite de la Unión Soviética en Europa Oriental, cuando se estableció en 1955 el Pacto de Varsovia, no obligó a Finlandia a firmarlo.
Hay semejanzas superficiales entre la tragedia ucraniana actual y la situación de Finlandia alrededor de 1939-48. Stalin exigió la neutralidad finlandesa como condición para su independencia, mientras que el presidente ruso Vladímir Putin afirma que su principal demanda es que Ucrania renuncie a su objetivo de ingresar a la OTAN.
Pero las diferencias entre ambos casos son mayores. Aunque Finlandia perteneció al imperio zarista, nunca formó parte de la Rusia «histórica» como Ucrania, y no tenía grandes minorías rusas. Putin considera que Ucrania es parte «inalienable» de Rusia y culpa a Lenin y su decisión de establecer la República Socialista Soviética de Ucrania por dar origen al nacionalismo de ese país. Aunque es posible que las cuestiones estratégicas hayan primado en la mente de Stalin, es razonable suponer entonces —como lo hacen los ucranianos y sus partidarios occidentales— que Putin aprovecha la amenaza de la expansión de la OTAN como excusa para deshacer lo que considera un error histórico de Lenin.
Si el temor de Rusia a la OTAN es genuino, la solicitud de incorporación de Suecia y Finlandia las expondrá al riesgo de sufrir represalias antes de que logren incorporarse, y es discutible si la garantía según el Artículo 5 de la OTAN les ofrecerá una mayor seguridad real que la neutralidad. Si la guerra entre Rusia y Ucrania está específicamente relacionada con la historia rusa y la expansión de la OTAN solo constituye una excusa, no se la puede considerar el preludio a una expansión territorial ilimitada, aunque los comentarios de Putin menospreciando la condición de Estado de Kazajstán son preocupantemente similares a su rechazo al derecho a existir de Ucrania. En todo caso, la justificación del ingreso de Suecia y Finlandia a la OTAN no es una cuestión sencilla.
Esto nos lleva al segundo tema, la responsabilidad de los países pequeños en mantener la paz. El exdiplomático de la Unión Europea, Robert Cooper, sostiene en su libro The Ambassadors «que los pequeños estados con vecinos grandes están obligados a regirse por un realismo estricto». Y parece que en el actual pensamiento político de los gobiernos sueco y finlandés lo que falta es realismo. Consideremos la declaración de los ministros suecos de Relaciones Exteriores y de Defensa: «el liderazgo ruso se basa en una visión de la historia diferente a la occidental», que incluye «el objetivo de crear esferas de influencia».
Atribuir esa concepción rusa simplemente a un pensamiento totalitario implica negar las obligaciones especiales de un Estado hacia su pueblo derivadas de su ubicación en el sistema internacional: la inversa del «realismo estricto» de Cooper. Es posible que la doctrina de las esferas de influencia resulte ajena a las normas internacionales actuales, pero no es ajena a las prácticas internacionales. Ningún estado poderoso desea tener a un posible enemigo a sus puertas. Esta era la base de la doctrina Monroe estadounidense (y sigue siéndolo) frente al hemisferio occidental. Supuestamente es la base de la doctrina estratégica rusa, aunque en la práctica Rusia prefirió tener estados vasallos en sus fronteras.
Ser realista en las relaciones internacionales implica aceptar que algunos estados son más soberanos que otros. Los finlandeses lo reconocieron después de la Segunda Guerra Mundial. El «realismo estricto» ahora exige que Suecia y Finlandia hagan una pausa antes de lanzarse a los brazos de la OTAN, y que la alianza dé un paso atrás antes de aceptarlas. Ucrania, cuya valiente resistencia puso límites a la expansión territorial rusa, también debe estar dispuesta a negociar algún tipo de coexistencia pacífica con su vecino más poderoso.
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