NUEVA YORK – Hay dos peligrosos puntos calientes en Europa y Asia que pueden llevar a Estados Unidos, Rusia y China a un conflicto abierto. Las crisis por Ucrania y Taiwán admiten solución, pero todas las partes deben respetar los legítimos intereses de seguridad de las otras. La base para una desescalada duradera de las tensiones es reconocer esos intereses en forma objetiva.
Tomemos el caso de Ucrania. Aunque su derecho a la soberanía y a la seguridad contra una invasión rusa es indudable, no tiene derecho a debilitar la seguridad de Rusia en el proceso.
La crisis actual por Ucrania es resultado de excesos de Rusia y de Estados Unidos. El de Rusia radica en la anexión en 2014 de Crimea y la ocupación del corazón industrial de Ucrania en Donetsk y Luhansk; y en sus intentos continuos de mantener a Ucrania dependiente de la energía, los insumos industriales y los mercados rusos. Ucrania tiene un interés legítimo en lograr una integración económica más estrecha con la Unión Europea, para lo cual firmó un acuerdo de asociación. Pero el Kremlin teme que la pertenencia a la UE pueda ser el primer paso hacia el ingreso de Ucrania a la OTAN.
Estados Unidos también cometió excesos. En 2008, el gobierno del presidente George W. Bush pidió que se invitara a Ucrania a unirse a la OTAN; con ese agregado la Alianza establecería una presencia en la larga frontera de Rusia con aquel país. La provocativa propuesta dividió a los aliados de Estados Unidos, pero aun así la OTAN confirmó que en algún momento Ucrania podría ingresar, señalando que Rusia no puede vetarlo. Uno de los objetivos de la violenta anexión rusa de Crimea en 2014 fue asegurarse de que la OTAN nunca obtuviera acceso a la base naval y a la flota de Rusia en el Mar Negro.
A juzgar por las transcripciones públicas de las discusiones que mantuvieron este mes el presidente estadounidense Joe Biden y el presidente ruso Vladimir Putin, la ampliación de la OTAN con Ucrania no está descartada. Puede que Francia y Alemania mantengan su vieja amenaza de vetar cualquier intento de ingreso, pero funcionarios ucranianos y de la OTAN han reiterado que la decisión es de Ucrania. Además, una alta figura del parlamento estonio advirtió de que negarle a Ucrania el derecho a ingresar a la OTAN sería equivalente al apaciguamiento británico de Hitler en 1938.
Pero aquellos que en Estados Unidos sostienen que Ucrania tiene derecho a elegir sus alianzas militares deberían pensar en la larga historia de firme oposición estadounidense a la interferencia extranjera en el hemisferio occidental. Esta posición tuvo su primera expresión en la Doctrina Monroe (1823), y se manifestó a pleno en la violenta reacción de Estados Unidos al acercamiento de Fidel Castro a la Unión Soviética tras la Revolución Cubana de 1959.
En aquel momento, el presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower declaró que «Cuba ha sido entregada a la Unión Soviética como un instrumento para debilitar nuestra posición en América Latina y en el mundo», y ordenó a la CIA elaborar planes para una invasión. El resultado fue el fiasco de Bahía de Cochinos (durante la presidencia de John F. Kennedy), que encendió la mecha para la Crisis de los Misiles Cubanos de 1962.
Los países no pueden elegir sus alianzas militares así como así, porque esas elecciones suelen incidir en la seguridad de sus vecinos. Después de la Segunda Guerra Mundial, Austria y Finlandia aseguraron su independencia y prosperidad futura absteniéndose de unirse a la OTAN, algo que hubiera provocado la ira soviética. Hoy Ucrania debe mostrar la misma prudencia.
La cuestión de Taiwán es similar. Taiwán tiene derecho a la paz y a la democracia conforme al concepto de «una sola China», una política que ha sido el fundamento de la relación sinoestadounidense desde los días de Richard Nixon y Mao Zedong. Estados Unidos tiene razón en advertir a China contra cualquier acción militar unilateral en relación con Taiwán, ya que pondría en riesgo la seguridad y la economía del mundo. Pero así como Ucrania no tiene derecho a unirse a la OTAN, Taiwán no tiene derecho a separarse de China.
Sin embargo, estos últimos años algunos políticos taiwaneses han coqueteado con la idea de declarar la independencia, y algunos políticos estadounidenses se han tomado libertades con el principio de «una sola China». El entonces presidente electo Donald Trump inició el retroceso de la política estadounidense en diciembre de 2016, cuando dijo: «Comprendo lo de la política de “una China”, pero no entiendo por qué tenemos que atarnos a ella si no llegamos a un acuerdo con China en otras cuestiones, incluido el comercio».
Después, el presidente Joe Biden tuvo un gesto provocador al incluir a Taiwán en su Cumbre para la Democracia de este mes, tras la reciente defensa que hizo el secretario de Estado Antony Blinken de una «participación robusta» de Taiwán en el sistema de las Naciones Unidas. Estas acciones de Estados Unidos han agravado en gran medida las tensiones con China.
Aquí también, los analistas estadounidenses que sostienen que Taiwán tiene derecho a declarar la independencia deberían pensar en la historia de Estados Unidos, que libró una guerra civil por la legitimidad de la secesión que perdieron los secesionistas. El gobierno de Estados Unidos no toleraría que China apoyara un movimiento secesionista en, por decir algo, California (como tampoco tolerarían algo así países europeos como España, que enfrentó una posibilidad real en el País Vasco y en Cataluña).
El riesgo de escalada militar por Taiwán se agrava por el reciente anuncio del secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg de que uno de los objetivos futuros de la alianza será contrarrestar a China. Una alianza que se creó para defender a Europa occidental contra una invasión de una potencia europea que ya no existe no se puede reconvertir en una alianza militar liderada por Estados Unidos contra una potencia asiática.
Las crisis de Ucrania y Taiwán admiten una solución pacífica y sencilla. La OTAN debe descartar el ingreso de Ucrania, y Rusia debe prometer que no habrá ninguna invasión. Ucrania debe ser libre de orientar sus políticas comerciales como le parezca, siempre que cumpla los principios de la Organización Mundial del Comercio.
Asimismo, Estados Unidos debe poner en claro una vez más que se opone firmemente a la secesión de Taiwán y que no pretende «contener» a China (sobre todo con una reorientación de la OTAN). Por su parte, China debe renunciar a cualquier acción militar unilateral contra Taiwán y reafirmar el principio de dos sistemas, que muchos taiwaneses consideran en riesgo inminente tras la campaña represiva en Hong Kong.
Ninguna estructura global de paz puede ser estable y segura a menos que todas las partes reconozcan los intereses de seguridad legítimos de las otras. El mejor modo de que las grandes potencias empiecen a lograrlo es que elijan el camino de la comprensión mutua y la desescalada en relación con Ucrania y Taiwán.
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