EDIMBURGO – Hace unos diez años más o menos, la palabra inglesa exit («salida») se empezó a usar como sufijo. El primer ejemplo fue en «Grexit», para referirse a la posibilidad de que Grecia abandonara la eurozona. Luego hizo su breve aparición el Italexit (y últimamente se reactivó en la derecha italiana). Pero ninguna de las dos salidas sucedió. Tampoco el Frexit, es decir, la retirada unilateral de Francia de la Unión Europea. La dirigente ultraderechista Marine Le Pen coqueteó con la idea, pero después la abandonó. Y el único candidato que la propugnó en la elección presidencial francesa de 2017, François Asselineau, apenas consiguió el 0,9% de los votos.
Parece que estas salidas generan rechazo en la mayoría de los europeos continentales. La única que hasta ahora tuvo lugar fue el Brexit; sin embargo, en una encuesta realizada un mes antes del referendo que celebró el Reino Unido en junio de 2016, el porcentaje de insatisfacción con la UE era mayor entre los franceses (61%) que entre los británicos (48%).
En general los economistas calificaron estas salidas (reales o potenciales) como indeseables. Pero ahora se está discutiendo otra que todos esperan que suceda: el Pandexit. Este feo neologismo expresa la idea optimista de que pronto podamos dejar atrás la pandemia de COVID‑19 y volver a besarnos con cualquiera (al menos, en la mejilla) y apretujarnos como sardinas en tranvías y trenes de ciudades como Nueva York y Tokio.
En términos económicos, es indudable que las consecuencias inmediatas de un regreso a la normalidad en las interacciones sociales serán positivas. Según una investigación del Banco de Pagos Internacionales (BPI), en 2020 la pandemia provocó en los países desarrollados una contracción económica del 8%, y para este año se prevé una caída algo superior al 2%. Es de esperar que la relajación de restricciones a los viajes y otras actividades impulse una fuerte recuperación en 2022, pero con grandes variaciones entre países según las tasas de contagios y de vacunación. Y por supuesto, un aumento general de infecciones o reinfecciones puede producir una tercera ola de padecimientos económicos si obligara a imponer nuevas restricciones.
Además, los beneficios económicos del Pandexit no estarán exentos de salvedades. Los banqueros centrales (que de cualquier oportunidad saben hacer un problema) ya están preocupados. Aunque se plantean un escenario económico de base positivo, también ven considerables riesgos. Hace poco, el gerente general del BPI, Agustín Carstens, declaró: «Todavía hay enormes desafíos para la formulación de políticas (…) Los niveles de deuda pública y privada son muy elevados, y la herencia negativa de la pandemia es grande».
La esencia del argumento de Carstens es que para mitigar el daño económico provocado por la COVID‑19 se apeló a una «flexibilización de la política macroeconómica sin precedentes»: tipos de interés muy bajos y dosis inmensas de flexibilización cuantitativa, junto con un nivel de apoyo fiscal «abundante». Más allá de las variaciones entre países (por ejemplo, las medidas de apoyo fueron mucho más cuantiosas en Estados Unidos que en Europa), hubo en todas partes un marcado aumento de la deuda pública, que ya llega a niveles inéditos en países como Italia y Japón.
En este contexto, el BPI identificó dos escenarios negativos peligrosos. El primero es básicamente epidemiológico: que aparezcan nuevas variantes del coronavirus y demanden más cuarentenas y medidas de apoyo fiscal, que para algunos gobiernos pueden ser inviables. Pero en mi opinión, imponer nuevas cuarentenas es políticamente imposible. De modo que en caso de transmisión acelerada de nuevas mutaciones del virus, habrá que seguir adelante lo mejor que se pueda, y esperar que las campañas de vacunación minimicen las cifras de muertes adicionales.
El segundo escenario negativo (que considero mucho más probable) es que las presiones actuales sobre los precios se intensifiquen y la inflación aumente todavía más, lo que en algún momento demandará una respuesta monetaria. El incremento interanual del índice de precios al consumidor en los Estados Unidos en julio fue 5,4%. El Baltic Dry Index (que hace un seguimiento de las tarifas de transporte marítimo de cargas secas) subió alrededor de un 170% este año. Y en muchas regiones ya hay restricciones de suministro.
La respuesta oficial de la Reserva Federal de los Estados Unidos y de otros bancos centrales es que este aumento inflacionario es transitorio. Pero como dicen los franceses, «rien ne dure comme le provisoire» (no hay nada más permanente que lo provisorio). Si el consenso actual de los bancos centrales resultara erróneo (tal como creen el ex secretario del Tesoro de los Estados Unidos Larry Summers y otros), el futuro puede traer problemas.
Un ajuste monetario durante el Pandexit tendrá consecuencias más graves que lo habitual. La acumulación de títulos de deuda pública en las carteras de los bancos centrales provocó un acortamiento de su duración efectiva promedio, de modo que el balance del sector público está más expuesto a variaciones de los tipos de interés a corto plazo de lo que es habitual. Los gobiernos no verán con agrado que los bancos centrales de sus países ajusten la política monetaria, porque eso puede tener consecuencias fiscales directas.
Además, un ajuste monetario en los países desarrollados (sobre todo Estados Unidos) será muy inconveniente para los mercados emergentes, que en su mayoría todavía no han logrado controlar la pandemia y tienen tasas de vacunación contra la COVID‑19 muy inferiores a las de Europa o Norteamérica (a pesar de bienvenidas señales recientes de que los países ricos están más dispuestos a compartir sus suministros de vacunas).
La respuesta a la pandemia enfrentó al mundo a desafíos similares, y la combinación de políticas que se usó ha sido en general la misma para todos los gobiernos. Pero durante el Pandexit todo eso puede cambiar. Medidas razonables para países con bajos índices de contagio de COVID‑19 y niveles de deuda pública manejables pueden ser sinónimo de desastre económico en otros.
Por eso Carstens señala que la normalización de la política monetaria «tendrá que ser muy gradual», aunque (como era esperable) también reafirma la primacía del control de la inflación y la independencia de los bancos centrales. Tal vez podría haber añadido que necesitaremos más coordinación internacional de políticas, algo que no ha estado muy presente en el último año y medio. El BPI tiene trabajo por hacer.
Project Syndicate, 2021.
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