LONDRES – Al final de la Primera Guerra Mundial, John Maynard Keynes formó parte de la delegación británica a la Conferencia de Paz de París, donde los aliados victoriosos dictaron las condiciones de paz para las potencias centrales derrotadas. De la conferencia salió angustiado. Como escribió posteriormente en Las consecuencias económicas de la paz , la concentración de los delegados en consideraciones políticas de corto plazo, incluido el deseo de “castigar” a Alemania por su agresión, se produciría a costa de la estabilidad social y política de largo plazo en Europa. Es una advertencia que vale la pena recordar hoy.
En un contexto de divergencias entre las visiones de la seguridad europea, la unidad de la UE se pondrá a prueba como nunca antes (ni siquiera en la década de 2010, cuando la fragmentación económica casi destruyó la eurozona). Dada la falta de potencial de crecimiento de Europa o de un liderazgo político visionario (deficiencias que surgieron mucho antes de la guerra de Ucrania), algunos países de la UE podrían verse atraídos por un bloque euroasiático, anclado en Rusia y China, que prometa energía barata, bienes baratos y un estándar alternativo de tecnología de código abierto. En cualquier caso, los días de una única economía global integrada parecen estar contados.
La paz en Ucrania que probablemente adopte la administración Trump también puede provocar la fragmentación del sistema financiero internacional. Las garantías de seguridad han sido durante mucho tiempo un pilar del predominio del dólar estadounidense (y el “privilegio exorbitante” que esto le otorga a Estados Unidos). Por eso la invasión rusa de Ucrania en 2022, que reforzó el apoyo a la OTAN y condujo al fortalecimiento de las garantías de seguridad para Taiwán, reforzó la primacía del dólar.
El abandono de Ucrania y el rechazo de la OTAN por parte de Estados Unidos, junto con la eliminación de las sanciones a Rusia, tendrían el efecto contrario: incitarían a los inversores privados y oficiales a buscar alternativas al dólar. Al socavar la confianza en Estados Unidos y empeorar las perspectivas de crecimiento del país, la adopción de aranceles comerciales por parte de Trump reforzaría esa tendencia.
Una menor demanda de activos en dólares llevaría a mayores costos de endeudamiento para el gobierno y las empresas estadounidenses. El consiguiente lastre para el crecimiento podría llevar a los líderes estadounidenses a redoblar la apuesta por políticas proteccionistas equivocadas y aumentar la presión sobre la Reserva Federal para que priorice el crecimiento por sobre la estabilidad de precios.
Como sucedió en Gran Bretaña en tiempos de Keynes, el ciclo de retroalimentación negativa entre mayores déficits fiscales, crecientes costos de endeudamiento y menor crecimiento fortalecerá el incentivo para que los inversores busquen alternativas al dólar. En un contexto de inestabilidad en Europa, es probable que China sea el principal beneficiario de este esfuerzo.
En la Conferencia de Paz de París, Keynes vio lo que sus colegas no vieron: el Tratado de Versalles crearía las condiciones para un nuevo conflicto. La “guerra para terminar con todas las guerras” pronto tendría una secuela. Lo mismo puede decirse de los planes de la administración Trump para poner fin a la guerra en Ucrania.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/trump-peace-in-ukraine-will-set-stage-for-another-war-by-gene-frieda-2025-02
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La advertencia de Keynes de 1919 resultó profética. Ninguno de los líderes de las tres potencias aliadas duró más de tres años en el cargo tras la firma del Tratado de Versalles. Durante la década siguiente, Alemania enfrentó una inestabilidad cada vez mayor, y la hiperinflación dio paso a la depresión, a medida que los sucesivos gobiernos intentaban cumplir con las onerosas condiciones del tratado. La marcada caída de la prosperidad, junto con el desmoronamiento de la fe en su gobierno, alimentó la ira popular y contribuyó al ascenso de Adolf Hitler. El resultado fue el conflicto más mortífero de la historia humana.
El gobierno del presidente estadounidense Donald Trump parece dispuesto a cometer un error similar mientras negocia un acuerdo para poner fin a la guerra en Ucrania, sólo que esta vez el castigo recaerá sobre la víctima, no sobre el agresor. La amplia asistencia militar y financiera que ha brindado a Ucrania, junto con su papel fundamental en la OTAN, que se supone debe garantizar la seguridad de Europa, le da a Estados Unidos suficiente influencia para obligar a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones. Pero en lugar de enfrascarse en largas discusiones destinadas a arrancarle concesiones al presidente ruso, Vladimir Putin, Trump parece estar comprometido con el camino de menor resistencia: darle a Putin todo lo que quiere.
Esto incluiría, presumiblemente, un acuerdo para mantener a Ucrania fuera de la OTAN y, potencialmente, incluso la reducción de las garantías de seguridad para los estados bálticos. También incluiría la flexibilización de las sanciones económicas como una especie de incentivo para “garantizar” la paz en Ucrania. Pero esto podría tener el efecto opuesto: al facilitar el rearme ruso, una reducción de las sanciones podría acelerar el retorno del país a la agresión y la disrupción.
Para Trump, ese es el problema de Europa. El mundo se está dividiendo en esferas de influencia, de modo que las democracias europeas –incluida una Unión Europea fragmentada– tendrán que competir con Rusia por el liderazgo regional. Y, de hecho, cualquier operación de mantenimiento de la paz posterior al conflicto estará compuesta únicamente por tropas europeas. Pero esta lógica es tan profundamente defectuosa como la del Tratado de Versalles, y es probable que tenga efectos igualmente desastrosos, empezando por la destrucción de la soberanía de Ucrania y la desestabilización de Europa.
Para Ucrania, una retirada de Estados Unidos tras los altos muros de la agenda “Estados Unidos primero” de Trump significaría una muerte segura. Rusia tal vez ni siquiera tenga que recurrir a una acción militar para poner al país bajo su control de facto; las campañas de desinformación por sí solas podrían socavar la legitimidad de las autoridades.
En cuanto al resto de Europa, se enfrentará a una elección nada envidiable entre destinar cada vez más recursos a la defensa o invertir en soluciones a otros problemas existenciales, como el cambio climático y el envejecimiento de la sociedad. Gestionar esta disyuntiva será el mayor desafío, tanto financiero como político, que los dirigentes europeos han afrontado desde el fin de la Guerra Fría.