OXFORD – En septiembre de 2015, Rusia intervino militarmente en la guerra civil de Siria, apuntalando la dictadura de Bashar al-Assad cuando ésta se tambaleaba al borde del colapso. Ese fue el punto culminante del resurgimiento de Rusia en el escenario mundial, y la capacidad del presidente Vladimir Putin para inclinar la guerra a favor de Assad contribuyó a convertirlo en un agente de poder regional. Además de realzar la estatura de Putin, la operación condujo a ganancias estratégicas que dieron a Rusia influencia frente a las potencias regionales y occidentales.
Siria era, por tanto, un símbolo de estatus para el Kremlin. Putin, que considera a Rusia una gran potencia a la par de Estados Unidos y China, concede mucha importancia a la proyección de esa imagen en el antiguo bloque soviético y, más importante aún, más allá de él. Si la guerra de Rusia en Ucrania tiene que ver con la identidad y el imperio, su presencia en Siria tenía que ver con el prestigio y el estatus. Pero tras la rápida caída de Asad del poder a principios de este mes, parece que Putin ha tenido que sacrificar lo segundo por lo primero.
El derrumbe del régimen de Assad también reconfigurará el papel de Rusia en Oriente Medio y el Mediterráneo. Para empezar, podría mejorar las relaciones entre Turquía y Occidente, que mantienen diálogos sobre el futuro de Siria, al tiempo que abre una brecha entre Turquía y Rusia.
Esto sería un golpe para el Kremlin, cuyos estrechos vínculos con Turquía son una consecuencia del conflicto sirio. Turquía y Estados Unidos tenían objetivos contrapuestos en la guerra civil y veían con recelo a los socios locales del otro, lo que profundizó la grieta entre los países. En cambio, el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan, y Putin supieron gestionar sus intereses contrapuestos, especialmente después de 2016, en Siria (los dos líderes intentaron adoptar un enfoque similar en Libia, donde apoyan a bandos opuestos en el prolongado conflicto, pero con menos éxito). Además, si no fuera por la guerra civil siria, Turquía casi con certeza no habría comprado el sistema de misiles S-400 de fabricación rusa, lo que tensó aún más su relación con Estados Unidos. Asimismo, con la caída de Asad, Turquía ha roto el cerco geopolítico previo que Rusia le había impuesto en sus fronteras norte, sur (Siria) y este.
Putin ha hecho, sin duda, más que cualquier otro líder ruso para construir una fuerte presencia en el Mediterráneo, y ha tenido éxito donde los zares y los soviéticos fracasaron. Después de intervenir en la guerra civil de Siria, Rusia modernizó y amplió su modesta base naval en la ciudad portuaria de Tartus, convirtiéndola en permanente, y construyó la base aérea de Khmeimim en la gobernación de Latakia. Pero el futuro de ambas bases es incierto, porque es poco probable que el nuevo liderazgo de Siria –independientemente de cualquier acuerdo inicial que pueda alcanzar con Putin– permita una presencia militar rusa tan robusta como la de Asad.
Con su presencia en Siria, el Kremlin también buscó cultivar vínculos más estrechos con los países del Golfo. En 2017, el rey saudí Salman bin Abdulaziz al-Saud se convirtió en el primer monarca saudí en visitar Moscú, y Oriente Medio se convirtió en un mercado lucrativo para las exportaciones de armas rusas. Pero desde que comenzó la guerra en Ucrania, la industria de defensa rusa se ha centrado principalmente en satisfacer las necesidades internas del país. Y el desempeño mediocre del armamento ruso en el campo de batalla en Ucrania, sumado a la amenaza de sanciones occidentales secundarias, ha disminuido el apetito de los países por tales compras. La disminución del poder y el prestigio de Rusia en la región no hará más que acelerar esta tendencia.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/assad-fall-syria-shattered-russia-great-power-status-by-galip-dalay-2024-12
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Después de 2015, muchos líderes de la región percibieron al Kremlin como un país decisivo, predecible y confiable, mientras que Estados Unidos era visto como vacilante, errático y poco fiable. Esto alimentó la percepción popular de que el papel regional de Rusia se estaba expandiendo mientras el de Estados Unidos se estaba reduciendo, lo que implicaba que Oriente Medio –como el mundo en general– estaba pasando de un pasado centrado en Occidente a un futuro multipolar, y que Siria era un símbolo de ese cambio. Desde entonces, los países de Oriente Medio han emprendido un acto de equilibrio geopolítico que probablemente continuará, pero con la caída de Asad, Rusia podría perder su condición de uno de los polos de atracción.
En lo que respecta a la reducción del poder ruso en la región, la caída de Assad, junto con la degradación del “eje de resistencia” de Irán, es comparable, si no peor, a la expulsión del personal militar soviético por parte de Egipto en 1972 y la derrota de los soviéticos en Afganistán. Esto no significa que el Kremlin esté fuera de escena. Después de todo, Irán –uno de los socios regionales clave de Rusia– sigue siendo un actor importante, a pesar de estar debilitado. De manera similar, Assad puede estar fuera, pero Rusia tiene vínculos con otros grupos sirios que podrían obtener algunos beneficios en las luchas de poder que se avecinan.
Más allá de Siria, Rusia tiene una relación de larga data con Argelia, un papel considerable en Libia y estrechas relaciones con Egipto y Sudán. Putin probablemente intentará ahora fortalecer aún más la presencia rusa en Libia para mantener su papel en el Mediterráneo, pero estos vínculos no pueden compensar lo que Rusia ha perdido en Siria, un emblema de su estatus de gran potencia. La incapacidad de Putin –pese a sus posturas– para impedir el derrocamiento de Asad ha demostrado que Rusia es una potencia regional o intermedia con armas nucleares y gas, obviamente incapaz de mantener sus pretensiones de gran potencia.