Asistimos a un inédito proceso de transmisión del poder ejecutivo en México. De hecho, buena parte de los juicios de la comentocracia sobre la transferencia del poder entre Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum están desenfocados porque se basan en el clásico paradigma de nuestra historia posrevolucionaria: “muera el rey, viva el rey”.
Bajo esta premisa legitimadora, cada seis años los gobiernos entrantes trataron de reinventar el país a costa de sepultar al gobernante saliente, aunque solo fuese cambiando nombres, lemas, logotipos y colores. Los ejemplos son múltiples y grotescos: Del programa “Solidaridad” de Salinas pasamos al “Progresa” de Zedillo, que se convirtió en “Oportunidades” con Fox, mismo que Calderón cambió a “Vivir Mejor” que final e irónicamente terminó en una fallida “Cruzada Nacional contra el Hambre” de Peña.
El solo recuento de estos programas sexenales para combatir la pobreza da cuenta del menosprecio y desconfianza con que se mira a sí misma nuestra clase política tradicional. Hoy nuestros galardonados analistas políticos no entienden que este marco teórico yo no es útil para entender el actual proceso de transmisión de poder. El reto de hoy no es distanciarse del tlatoani saliente.
Por primera vez en nuestra historia moderna vivimos un proceso de cambio con continuidad. Por primera vez la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, no pretende reinventar el país de cero, desconociendo y echando por la borda todas las políticas públicas impulsadas por el presidente López Obrador para demostrar que es mejor. Por primera vez en nuestra historia tenemos una presidenta electa que no tiene la insensatez de descubrir el hilo negro. El fin del canibalismo político expresa madurez política entre la clase política en ascenso y le da al país la oportunidad de capitalizar lo avanzado en la presente administración, atender lo rezagado y ajustar lo que es menester. De ahí que la propuesta programática de la presidenta electa sea una consecuencia lógica del actual proyecto de gobierno: construir el segundo piso de la transformación.
La visión misógina de algunos periodistas y analistas especializados quieren ver a la presidenta electa como una eventual calca o títere del presidente en funciones. Nada más alejado de la realidad y del sentido práctico de la política. La única forma de que López Obrador se consagre como referente de la historia contemporánea es hacer todo lo posible para que a México y a Claudia Sheinbaum le vayan bien. Para alcanzar esta meta, sabe que el primer paso es hacerse a un lado y dejar que ella module y defina los tiempos, los temas y las decisiones políticas de gran calado que demandó la mayoría de la ciudadanía el 2 de junio. Para eso le dieron la mayoría calificada. Y ese es la única ruta que asegura la continuidad del proyecto de transformación, porque el otro sendero es el de los desencuentros políticos. AMLO ya gobernó, ahora le toca a Claudia.
El primer pronunciamiento de Claudia Sheinbaum como presidenta electa en el Salón Tesorería de Palacio Nacional, 10 de junio de 2024, no deja lugar a dudas. De las primeras cuatro reformas constitucionales que se discutirán y aprobaran en el próximo periodo legislativo, tres son compromisos de su campaña: apoyo a mujeres de 60 a 64 años, beca universal para estudiantes de escuelas públicas de preescolar a secundaria y reforma a la ley del ISSSTE del 2007. La cuarta iniciativa está orientada a atender el clamor popular encabezado por AMLO: reforma al poder judicial. Bajo esta tónica, es previsible que en este periodo se aprueben más de 20 reformas constitucionales para consolidar los cimientos de la transformación y construir su segundo piso.
En su conferencia, la presidenta electa señaló que estas iniciativas de reforma se procesaran mediante una amplia y abierta discusión pública en los meses previos a la instalación de la siguiente legislatura, convocando a todos los sectores y actores involucrados e interesados en los respectivos temas. Así, desde el primer día como presidenta electa, Claudia Sheinbaum va imprimiendo su sello particular que habrá de caracterizar al segundo piso de la Cuarta Transformación de la República. El presidente López Obrador no ha regateado su apoyo incondicional al nuevo estilo personal de gobernar de Claudia. Ni lo hará.
Por cierto, Andrés Manuel López Obrador es el único presidente que ha procesado con éxito la continuidad de su proyecto y de su sucesión presidencial. Miguel de la Madrid impuso a Salinas a costa de partir al PRI, a Salinas le mataron a su candidato, Zedillo perdió la elección, a Fox lo rebasaron por la derecha, Calderón y Peña perdieron la elección. Solo López Obrador ha tenido la habilidad y capacidad política para procesar, en unidad, la definición de la candidatura presidencial, lograr su triunfo electoral y garantizar la continuidad de su proyecto. Por esta razón en días próximos veremos en giras y eventos al presidente en funciones con la presidenta electa, haciendo el uno dos por vez primera en nuestra historia.
La historia parece darnos una singular lección: Pasamos del régimen de la revolución institucional, es decir, de la petrificación de la revolución, a la construcción del régimen que está institucionalizando la transformación, es decir, que está garantizando la continuidad de la transformación. Más pronto que tarde este nuevo régimen habrá de consolidarse, solo así podremos identificar los nuevos rasgos que lo habrán de caracterizar. Asistimos al parto de un nuevo régimen político en México.
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