LONDRES – La reciente cumbre del G7 en Hiroshima culminó con una impresionante muestra de unidad frente a la guerra de Ucrania y el expansionismo de China. Pero, ¿tienen razón los analistas y comentaristas al citar la disminución de la participación del grupo en el PIB mundial como prueba de su menguante poder e influencia?
China, en particular, ha aprovechado esta tendencia en los últimos años para proclamar la superioridad de su sistema de partido único frente a la “decadencia” de las democracias liberales ricas. Mientras tanto, el G20 -que, junto con los países del G7, incluye a China, India, Brasil, Sudáfrica, Indonesia y otros ocho países- se ha labrado un papel destacado en la escena mundial.
Pero las pruebas del declive del G7 no son abrumadoras. Mientras que los países del G20 comprenden aproximadamente dos tercios de la población mundial y representan el 85% del PIB mundial, los países del G7 representan por sí solos el 44% de la economía mundial a pesar de contener sólo alrededor del 10% de su población.
Sin duda, los resultados económicos del G20 han mejorado espectacularmente en los últimos años, a medida que miles de millones de personas de los países en desarrollo han ido participando cada vez más en una economía mundial cuyas reglas de juego eran principalmente de autoría occidental. A medida que las democracias occidentales se abrían más al comercio tras el final de la Guerra Fría, los países en desarrollo accedían a enormes mercados para sus productos, a menudo más baratos. Por ejemplo, las exportaciones chinas a Estados Unidos pasaron de 3.860 millones de dólares en 1985 a 537.000 millones en 2022.
Aun así, dado que la prosperidad de las democracias prósperas ha sido una de las fuerzas motrices del éxito de los países en desarrollo, sería erróneo interpretar esta tendencia como un signo del declive de Occidente. Del mismo modo, aunque cada vez es más común predecir el fin del dominio económico de Estados Unidos, la historia sugiere que este país superará sus problemas actuales, como ha hecho sistemáticamente en el pasado.
Es cierto que Estados Unidos se enfrenta a enormes retos políticos y económicos. La excesiva influencia de las grandes fortunas ha comprometido la integridad de su sistema político, contribuyendo a la erosión de los controles y equilibrios constitucionales. Y la creciente polarización, avivada por las redes sociales y las guerras culturales fuera de control, ha agravado la disfunción política del país y ha contribuido a la politización de su poder judicial.
Aunque se trata de problemas graves, son manejables y solucionables gracias a la apertura de la sociedad estadounidense, que fomenta el debate libre y vigoroso. Además, Estados Unidos mantiene su estatus de primera potencia militar mundial y bastión de la democracia liberal, como demuestra su apoyo a Ucrania. Cuenta con el sector empresarial más próspero del mundo y sus universidades, famosas por su excepcional producción investigadora, son un imán mundial de talentos. Y, contrariamente a la descripción que hacen el Presidente chino Xi Jinping y sus seguidores como líder decadente de un Occidente en declive, Estados Unidos ejerce una enorme influencia cultural y sigue siendo uno de los destinos preferidos de los emigrantes de todo el mundo.
En los últimos años, los países del G7 han criticado duramente a China por sus violaciones de las normas internacionales. Al mismo tiempo, han tratado de hacer frente a las prácticas a menudo deshonestas del país sin contener su crecimiento económico y han animado a China a desempeñar un papel de liderazgo en la resolución de los retos mundiales. Algunos analistas han interpretado estas acciones como una forma de apoyo a los esfuerzos estadounidenses por ejercer control sobre una potencia rival.
En su libro de 2018 Destined For War (Destinados a la guerra), el politólogo Graham Allison observa que Estados Unidos y China se dirigen hacia lo que denominó la “trampa de Tucídides”, una referencia al relato del antiguo historiador griego sobre los esfuerzos de Esparta para reprimir el ascenso de Atenas, que finalmente culminó en la Guerra del Peloponeso. Una analogía mejor, sin embargo, es el mensaje enviado por los atenienses a los habitantes de la sitiada isla de Melos antes de ejecutar a los hombres y esclavizar a las mujeres y los niños: “Los fuertes hacen lo que pueden y los débiles sufren lo que deben”.
Permitir que China y otros países autoritarios configuren las reglas daría lugar a un orden mundial basado únicamente en este principio “realista”. Es un escenario de pesadilla que los países del G7 y otras democracias liberales deben esforzarse por evitar.
Las afirmaciones de China sobre el declive de Occidente revelan una ansiedad subyacente. Después de todo, si la democracia liberal está fracasando, ¿por qué los funcionarios chinos expresan constantemente su temor ante ella? El hecho de que los dirigentes del Partido Comunista de China hayan dado instrucciones a sus militantes de base para que emprendan una “lucha intensa” contra los valores democrático-liberales indica que ven las sociedades abiertas como una amenaza existencial.
Los dirigentes del PCCh son conocidos por su desconfianza hacia la investigación intelectual, especialmente en lo que se refiere a la historia china. Sus esfuerzos por reprimir la memoria de la masacre de estudiantes y trabajadores en la plaza de Tiananmen en 1989, perpetrada por el Ejército Popular de Liberación. Dos ejemplos recientes son una prueba más de la oposición del régimen a la libertad de expresión, su brutal hostilidad a la crítica y su profundo temor a su propio pueblo.
En primer lugar, en Hong Kong, el Jefe del Ejecutivo, John Lee, el ex policía que está supervisando la transformación de la ciudad en un estado policial, ordenó recientemente a las bibliotecas públicas que retiraran los libros que pudieran cuestionar la ortodoxia del PCC. Aunque privar a la gente del acceso a los libros no es lo mismo que quemarlos, la historia nos enseña que lo segundo suele seguir a lo primero.
En segundo lugar, un nuevo libro del aclamado novelista chino Murong Xuecun, cuyos escritos anteriores han sido prohibidos y que ahora vive exiliado en Australia, arroja luz sobre los acontecimientos que se desarrollaron en Wuhan durante las primeras fases de la pandemia de COVID-19. En Deadly Quiet City, Murong se centra en relatos de primera mano de residentes de Wuhan, incluidos ciudadanos periodistas como Zhang Zhan, que se enfrentó a detenciones, torturas y encarcelamientos cuando intentó averiguar la verdad sobre la situación en la ciudad.
Estas revelaciones no inspiran mucha confianza en la voluntad de China de cooperar con los países occidentales para hacer frente a los desafíos mundiales. Dada su dependencia del engaño y la ofuscación, y su temor al debate libre y abierto, quizá China debería reflexionar sobre sus propias acciones antes de llamar decadentes a otros países.
Publicación original en: https://www.project-syndicate.org/commentary/chinese-claim-of-western-decline-betrays-fear-of-liberal-democracy-by-chris-patten-2023-05
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