Para asegurarnos de no desperdiciar los logros de las últimas tres décadas de globalización y mucho menos socavar nuestra capacidad para enfrentar los desafíos del futuro, debemos encontrar formas de mantener cierto nivel de integración económica y cooperación internacional efectiva. Pero superar las fuerzas de la fragmentación no será fácil.
LONDRES – El mundo finalmente se está dando cuenta de las formas en que la interconexión económica amplifica los riesgos de la agitación geopolítica. Si bien hay buenas razones para que los países aumenten la resiliencia, un cambio generalizado de la integración a la fragmentación, impulsado por las hostilidades geopolíticas, no es un buen augurio para la paz o la prosperidad de nadie.
No se ha llegado a una economía mundial. Si bien los flujos de capital han disminuido considerablemente desde su máximo de 2007 de 12 billones de dólares (22 % del PIB mundial), -una tendencia que comenzó con la crisis de 2008- la integración económica se mantiene fuerte. El comercio mundial total de bienes y servicios supera los 40 billones de dólares, un aumento de diez veces desde 1990.
Entre 2016 y 2021, la aplicación mundial de medidas restrictivas al comercio creció casi al doble; esto se debió sobre todo a las tensiones entre Estados Unidos y China. De hecho, la fragmentación (como la globalización antes que ella) no sería posible sin China, cuyo ascenso transformó la competencia regional por el poder económico, financiero y geopolítico en una competencia mundial. Algunos esperan equilibrar la rivalidad mediante la interacción (la Unión Europea ve a China como un «socio para la cooperación, un competidor económico y un rival sistémico»), pero la dinámica es obviamente compleja.
La crisis de la COVID‑19 y la guerra de Rusia contra Ucrania también han contribuido a la fragmentación, al alentar a los países a repatriar actividades de producción o llevarlas a lugares cercanos o países amigos, con un creciente sentido de urgencia. Es verdad que la pandemia mostró que la eficiencia y la rentabilidad no siempre van de la mano con la seguridad económica. Y más allá de la necesidad de hacer ajustes para fortalecer la resiliencia de las cadenas de suministro, volver a un mundo dividido en bloques económicos (y geopolíticos) entraña importantes riesgos.
Ya hemos estado en esta situación. La Primera Guerra Mundial puso fin a tres décadas de integración económica y demostró que «hacer negocios juntos» no es condición suficiente para la paz, pero es una condición necesaria.
Los costos económicos de la fragmentación ya están en alza. Para empezar, según el Fondo Monetario Internacional, la fragmentación comercial puede reducir el PIB mundial entre un 0,2% y un 7%. Además, en el debate sobre los riesgos de la fragmentación se ha hablado sobre todo del comercio internacional y de los canales de transmisión relacionados, pero la integración internacional financiera y monetaria también está en peligro y los riesgos no son tan lejanos o moderados como al parecer muchos creen.
Tomemos por caso la deuda soberana. Aquí la fragmentación se refleja en la heterogeneidad de acreedores y contratos. Además, los principales acreedores oficiales están divididos según líneas geopolíticas: China es el mayor acreedor bilateral de los países en desarrollo, a los que entre 2008 y 2021 prestó unos 498 000 millones de dólares. A modo de comparación, en ese mismo período el Banco Mundial prestó a esos países 601 000 millones de dólares.
La cuestión de la resolución de deudas sigue siendo el gran elemento faltante en la gobernanza internacional. Los países con posiciones de deuda insostenibles carecen de incentivos para intentar resolverlas a tiempo; por el contrario, el temor a perder acceso a los mercados disuade esa clase de acciones. Ahora que la restricción financiera está empeorando las posiciones de deuda de países pobres en Asia, África y Sudamérica (de los que el 15% ya está en una situación de sobreendeudamiento y otro 45% corre alto riesgo de caer en ella), es urgente llegar a un acuerdo sobre el tema.
El problema es que la fragmentación obstaculiza las negociaciones, en particular porque en su desunión, los acreedores rechazan rescates o quitas de deuda, las principales herramientas de resolución. Es lo que sucedió el mes pasado, cuando (en los márgenes de la reunión de ministros de finanzas y banqueros centrales del G20 en la ciudad india de Bengaluru) el FMI juntó a representantes del G7, China, la India, Arabia Saudita y el Banco Mundial para fortalecer el marco de resolución de problemas de deuda soberana.
En la reunión, el pedido del G7 de que los acreedores soberanos acepten quitas de deuda a la par de los privados cayó en oídos sordos. China, principal acreedor externo de dos de los casos más urgentes (ya que posee el 35% y el 20%, respectivamente, del total de deuda externa de Zambia y Sri Lanka) insistió en que los que tenían que aceptar recortes eran los organismos multilaterales como el Banco Mundial, con lo que fue imposible alcanzar un acuerdo.
La resolución de deudas es un ejemplo importante del tipo de cooperación internacional que se necesita para evitar una fragmentación económica mundial; y esa cooperación debe incluir a China. ¿Pero por dónde empezar? Un buen punto de partida sería alinear los incentivos de China con los de otros acreedores bilaterales, los de los organismos multilaterales y los del sector privado.
En un plano más general, el G20 debería tratar de hallar coincidencias entre los actores globales y trabajar en pos de fortalecer la cooperación en áreas donde haya el más amplio consenso y menos margen para la tensión política. Por ejemplo, podría lanzar una iniciativa coordinada para crear una plataforma digital global para las remesas internacionales, de modo que los migrantes en todo el mundo puedan enviar dinero a casa de forma segura y sin comisiones exorbitantes.
Se necesitan mecanismos multilaterales para evitar que acciones unilaterales provoquen derrames internacionales y profundicen la fragmentación económica. Con el surgimiento de monedas digitales y nuevas plataformas como forma de liquidar pagos transfronterizos, es de prever que la preocupación de los países por su seguridad nacional, sus objetivos económicos internos, la necesidad de protegerse contra perturbaciones geopolíticas y el mero hecho de la rivalidad económica los alentarán a adoptar esos nuevos mecanismos para reducir su dependencia del sistema financiero dominado por Estados Unidos. Esto consolidará la fragmentación financiera y debilitará en gran medida la gestión de riesgos financieros. Esta no es una senda deseable.
En las últimas tres décadas, la integración económica y la cooperación permitieron triplicar el tamaño de la economía mundial, sacaron de la pobreza extrema a unos 1500 millones de personas y fueron fundamento de paz y prosperidad en todo el mundo. Para no dilapidar estos avances y más aún para no dañar nuestra capacidad de enfrentar los retos del futuro (en particular el cambio climático), tenemos que hallar modos de sostener cierto nivel de integración y cooperación eficaz.