VARSOVIA– Mientras las fuerzas rusas se repliegan en el este y el sur de Ucrania ante su contrataque maestro, algunos comentaristas occidentales sostienen que la guerra que inició el Kremlin en febrero no debe terminar con la «humillación» del presidente Vladímir Putin ni de Rusia. De hecho, debe ocurrir todo contrario: la consecuencia de la atroz agresión de Putin debe ser el riguroso escarmiento de Rusia en la escena mundial.
Más allá de la inmoralidad de este llamado unilateral a ofrecer a Putin una salida digna (no parece haber nadie que pida que no se humille a Ucrania en un posible acuerdo de paz), ¿se puede justificar ese argumento con la historia o la fría lógica de lidiar con una superpotencia nuclear (aunque solo haya demostrado serlo en esa única dimensión)?
Para responder a esa pregunta hay que comenzar con el hecho de que cualquier derrota en una guerra será siempre profundamente humillante para el lado perdedor, independientemente de que sea el agresor o la víctima. La guerra siempre implica humillaciones al menos para una de las partes… y a veces, para ambas. Quienes sostienen que no hay que humillar a Rusia suelen señalar primero lo que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial. Según ellos, el tratado de Versalles impuso condiciones tan humillantes para Alemania que llevó al ascenso de Hitler una década más tarde y luego, a la Segunda Guerra Mundial.
De hecho, Alemania solo sufrió pérdidas territoriales moderadas en Versalles. La obligaron a devolver Alsacia-Lorena (que le había quitado a Francia en 1871) y los territorios polacos de los que se había apoderado durante las divisiones del siglo XVIII. Otros, como los Imperios ruso, austrohúngaro y otomano, perdieron territorios mucho mayores que Alemania.
Fueron las cláusulas sobre reparaciones del tratado de Versalles, no el acuerdo territorial, lo que pudo haber contribuido al ascenso de Hitler. Las reparaciones ciertamente eran justas, considerando que fueron proporcionales a las pérdidas de guerra francesas y a las reparaciones que Francia pagó a Alemania después de la guerra de 1870. Pero, como afirmó John Maynard Keynes (y muchos historiadores más adelante), es posible que los pagos de Alemania por reparaciones hayan contribuido a las dificultades que sufrió su población durante la hiperinflación de principios de la década de 1920 y la Gran Depresión, a inicios de la década de 1930.
Este punto sobre el impacto económico del tratado de Versalles se entiende con los acontecimientos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania volvió a ceder Alsacia (nuevamente, a Francia) y perdió una cuarta parte de su territorio a manos de Polonia y del régimen títere ruso de Alemania Oriental. La sensación de humillación, en todo caso, debió ser mucho mayor que después de la Segunda Guerra Mundial. La derrota de los nazis, en cambio, resultó enormemente beneficiosa tanto para Alemania como para sus vecinos. La asistencia que recibió de Estados Unidos gracias al plan Marshall más que compensó las reparaciones que Alemania Occidental tuvo que pagar, y la economía alemana florece desde entonces. Se reunificó pacíficamente con Alemania Oriental cuando cayó el comunismo y nunca más insistió en una política exterior revanchista.
Alemania tampoco es el único ejemplo de países que se hayan beneficiado por su derrota y humillación en la guerra: Japón también renunció al imperialismo y al militarismo después de rendirse en la Segunda Guerra Mundial; Francia quedó en mejor situación después de perder la guerra de Argelia, porque esa derrota le permitió Charles de Gaulle encaminar a su país para convertirlo en una nación moderna y económicamente dinámica, profundamente integrada con el resto de Europa; de igual modo, después de su derrota y humillación en Vietnam, EE. UU. se reinventó económica y tecnológicamente con Ronald Reagan para convertirse en ganador indiscutido de la Guerra Fría.
Rusia también vivió experiencias de este tipo. Su derrota y humillación en la guerra de Crimea llevó a la abolición de la servidumbre en 1861, cuando liberó a 23 millones de personas (casi 6 veces más que EE. UU. después de la Proclamación de Emancipación de 1863). Disfrutó después 40 años de rápido desarrollo económico. Luego su derrota y humillación en la guerra ruso-japonesa la llevaron ese mismo año a una revolución, en 1905, y a establecer (aunque temporalmente) una monarquía constitucional.
En 1916 las derrotas de Rusia frente a Alemania aceleraron la caída del zar y el establecimiento del gobierno liberal provisorio de Aleksandr Kérenski en febrero de 1917. Desafortunadamente, Kérenski no estaba dispuesto a aceptar la humillación y continuó con la guerra, lo que llevó a pérdidas aún mayores y a la catastrófica revolución bolchevique en noviembre de 1917. Pero entonces, la derrota y humillación soviéticas en la guerra polaca de 1921 impulsaron a Vladímir Lenin a introducir la Nueva Política Económica, basada parcialmente en el mercado. Con ella se acabaron las hambrunas masivas y Rusia pudo haber encontrado el camino sostenible hacia el desarrollo económico… si el posterior ascenso de Iósif Stalin no lo hubiera impedido
Finalmente, la derrota y humillación en la guerra de Afganistán llevaron a la caída de la Unión Soviética y a un período demasiado corto de democratización, durante el cual Rusia al menos mostró respeto por sus vecinos. Nuevamente, como ocurrió con Alemania después de la Primera Guerra Mundial, la vuelta del revanchismo ruso no se debió a la pérdida de territorios o de su condición de gran potencia, sino a las dificultades posteriores al colapso del sistema económico soviético.
¿Se equivocó Occidente al no brindar un mayor apoyo a la Rusia de Boris Yeltsin? Creo que sí, aunque también hubo poderosas fuerzas locales a favor del modelo cleptocrático que terminó por imponerse. En última instancia, tal vez una transición más ordenada y menos dolorosa, como la de los países del bloque soviético en Europa Central, no hubiera sido posible.
De todas formas, hay amplia evidencia histórica de que la humillación en retribución a las políticas imperiales o agresivas suele conllevar beneficios significativos en el mediano a largo plazo, tanto para los países en cuestión como para sus vecinos. Hay quienes sostienen que los riesgos a corto plazo de humillar a una de las principales potencias nucleares del mundo son excesivos, pero ese argumento ignora la probabilidad de que si Putin tiene éxito con el chantaje nuclear después de la invasión, volverá a intentarlo una y otra vez.
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