El peculiar oficio de presentar libros como si cada uno de ellos fuera el “más leído del mundo” es el motivo a partir del cual la escritora mexicana Rosa Beltrán crea una historia que entrelaza la literatura y la ficción con un entorno de violencia social, donde la lectura de libros es el escape del o de la protagonista de Efectos secundarios (2011, primera edición. 2017, segunda edición).
“A veces me pregunto por qué pongo tanto empeño en algo tan efímero como la lectura. Y me engaño al responderme: porque soy un profesional (…) Cómo podría yo decir que antes que leer soy alguien, si leer es lo único que me hace fiel a mí mismo. Lo único que he sido y soy es esta pasión por leer… Leo, luego existo”, asegura el personaje que da vida a dicha novela corta, en la cual la autora da rienda suelta a su amor por la literatura y por autores clásicos como Kafka, Flaubert o Gogol, al tiempo que cuestiona el ambiente de violencia que en el México del siglo XXI ha llevado a que hayan desaparecido más mujeres que en la Revolución de 1910, la última guerra del país, según los reportes oficiales.
Lo más interesante, e incluso novedoso, de esta novela de Rosa Beltrán —me parece— es su creatividad para reflexionar sobre la realidad social que la interpela como mujer y como mexicana, a través de un personaje cuyo oficio es ser presentador de libros, cualquier libro, que quien sabe si lo lea alguien más, pero que se venden, porque si no fuera así, se pregunta a sí misma la escritora, “las editoriales habrían dejado de existir.” Y para muestra de esta verdad, asegura quien también es directora de Difusión Cultural de la UNAM desde 2022: “en este país [México] se leen punto cinco libros por año por persona, pero se destruyen miles. Y para ser destruidos, primero deben editarse.”
En esta doble realidad en la que, por un lado, se desenvuelve el presentador de libros, y por la otra, en la que se encuentra la autora de la historia, avanza el monólogo del personaje que de pronto ve alterado su proceso de lectura sin tener claro la razón de tal cambio. “Por primera vez mis ojos y yo leíamos al mismo tiempo. Y pensar que hacía poco, apenas recibir el libro, yo los dejaba correr deprisa para acabar cuanto antes con su diligencia”.
Y así corre la historia en un constante desasosiego del presentador/a de libros que por momentos se avergüenza de su condición de lector@ empedernid@ en un “mundo sin espiritualidad”, o en un país en que “ser mujer es atroz” por la violencia a que se enfrenta cotidianamente. Pero la respuesta que salva al personaje —y a su creadora— de esta sinrazón es la misma, según sus propias palabras: “leer me salvaba de esa limitación”.
De esta forma, Rosa Beltrán reivindica el goce de la lectura y de la escritura como una alternativa para entender el mundo y para sobrevivir en él. Efectos secundarios es un texto entretenido que se vale de los recursos kafkianos de lo absurdo que puede ser la realidad, para dar cuenta de aquellos temas y problemáticas que inquietan a la autora, esto es, la violencia contra las mujeres, el secuestro y el narcotráfico; temas que cobran relevancia en el tiempo en que escribió su texto, esto es, el sexenio del expresidente Felipe Calderón (2006-2012), cuando este le declaró la guerra a la delincuencia organizada y, como consecuencia de ello, se dispararon los índices de desaparecidos y se multiplicaron los generadores de violencia.
Rosa Beltrán nació en la Ciudad de México en 1960. Estudió literatura hispánica en la UNAM, luego obtuvo la maestría y el doctorado en literatura comparada en la Universidad de California, en Los Ángeles (UCLA), Estados Unidos. Entre otros reconocimientos ha recibido el Premio Planeta-Joaquín Mortiz de Novela 1995 por su obra La Corte de los ilusos, que a la fecha cuenta con ocho reediciones. Es miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua desde el 2014. Su novela más reciente se titula Radicales libres (2022).
Dicho lo anterior, solo me queda invitar a mis lector@s a adentrarse en la narración de Efectos secundarios, en el entendido de que con el acto mismo de leer nos reafirmamos en nuestra condición de humanidad, y si además nos aficionamos a la buena literatura, como es el caso de esta novela, el disfrute será mayor.