No descartemos todavía un acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán
En medio de una creciente tensión geopolítica, la reanudación de las conversaciones entre Estados Unidos e Irán podría tener un potencial inesperado. A pesar de décadas de hostilidad, la economía iraní en crisis y la búsqueda del presidente estadounidense Donald Trump de un logro diplomático que defina su legado podrían crear las condiciones para un acuerdo.
NUEVA YORK – Esta no es precisamente una época dorada para la diplomacia. Un alto el fuego, y mucho menos una paz duradera, entre Rusia y Ucrania sigue siendo una posibilidad remota, y ni Israel ni Hamás parecen priorizar una tregua a largo plazo en Gaza. El único punto brillante en el tablero diplomático global podría ser la relación entre Estados Unidos e Irán.
Sí, leyó bien: el mismo Estados Unidos al que los clérigos gobernantes de Irán han llamado “el Gran Satán” desde la Revolución Islámica hace casi medio siglo. El mismo Estados Unidos que apoyó al Sha hasta su derrocamiento en 1979. El mismo Estados Unidos que asesinó a Qassem Soleimani, comandante de la poderosa Fuerza Quds de Irán, hace apenas cinco años.
Irán, por su parte, es el mismo país que mantuvo como rehenes a 52 estadounidenses durante 444 días, desde finales de 1979 hasta 1981. El mismo Irán que apoya a Hamás —el grupo responsable de los ataques terroristas contra Israel el 7 de octubre de 2023— y a los hutíes yemeníes, que atacan al ejército estadounidense y al transporte marítimo internacional. Y el mismo Irán que, según informes, ha explorado opciones para asesinar al presidente estadounidense Donald Trump y a miembros de su primera administración.
Entonces, ¿por qué Irán estaría interesado en firmar un nuevo acuerdo con Trump, quien se retiró unilateralmente del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) de 2015 –el acuerdo nuclear entre Irán y algunas de las principales potencias del mundo– durante su primer mandato?
Dos razones destacan. Para empezar, ayudaría a Irán a evitar un ataque militar directo por parte de Israel o Estados Unidos, algo contra lo que demostró estar mal preparado para defenderse en octubre, cuando Israel atacó con éxito sus plantas de fabricación de misiles y drones, así como sus defensas aéreas. Con la economía iraní, débil y debilitada, contra las cuerdas, un nuevo acuerdo podría proporcionar un alivio muy necesario de las sanciones y, potencialmente, aliviar la presión política interna sobre el régimen.
Pero ¿qué le espera a Trump? Claramente busca un logro diplomático significativo. Lo intentó y fracasó con Corea del Norte en su primer mandato, y hasta ahora ha fracasado en sus intentos de negociar el fin de las guerras en Ucrania y Gaza. Un acuerdo nuclear con Irán bien podría ser su mejor oportunidad.
Además, Trump ha prometido públicamente que Irán no desarrollará ni adquirirá armas nucleares bajo su mandato. La urgencia es real, ya que Irán se ha acercado cada vez más al ensamblaje de los componentes necesarios para construir una o más armas nucleares.
Sin duda, existen buenas razones estratégicas para que Trump busque un acuerdo con Irán. Si tanto la diplomacia como la fuerza militar fracasan e Irán logra desarrollar un arma nuclear, el resultado podría ser una carrera armamentística nuclear en Oriente Medio. Un Irán con armas nucleares también podría desplegar sus numerosas fuerzas subsidiarias, como Hezbolá, Hamás y los hutíes, con aún mayor impunidad.
Sin embargo, hay muchas preguntas que deben responderse antes de que se pueda firmar un acuerdo. En primer lugar, ¿qué materiales nucleares se le permitiría a Irán conservar o producir? En concreto, ¿se le permitiría enriquecer o conservar uranio enriquecido? De ser así, ¿cuánto y a qué nivel?
La segunda cuestión se refiere a la supervisión. ¿Cómo garantizaría Estados Unidos que Irán cumple con sus compromisos? ¿Y hasta qué punto un Irán cerrado estaría dispuesto a abrirse a expertos externos encargados de evaluar su cumplimiento?
Un tercer conjunto de preguntas se refiere al alcance del acuerdo. ¿Se limitaría a los materiales nucleares o abarcaría también otros elementos esenciales como componentes de bombas, misiles, actividades de prueba o el apoyo de Irán a representantes regionales?
En cuarto lugar, ¿cuál sería la duración del acuerdo? ¿Incluiría cláusulas de caducidad, como el PAIC, o sería indefinido? Y, por último, ¿qué forma adoptaría el acuerdo? Irán podría buscar garantías de que Trump y sus sucesores en ambos partidos cumplirán con el acuerdo, posiblemente insistiendo en que el Congreso lo apruebe.
No descartemos todavía un acuerdo nuclear entre Estados Unidos e Irán. Foto: Pixabay.
Existe un posible acuerdo que podría brindar a ambas partes lo que necesitan. Irán podría mantener una pequeña cantidad de combustible nuclear poco enriquecido, apto únicamente para fines civiles. Habría un amplio monitoreo externo. A cambio, Irán recibiría un alivio parcial de las sanciones, con la posibilidad de un alivio mayor si el acuerdo contemplara cuestiones adicionales. El acuerdo podría ser indefinido o extenderse, por ejemplo, hasta 2050, o mejor aún, hasta 2075. El Congreso, junto con su homólogo iraní, tendría que aprobar el acuerdo.
Tal resultado retrasaría, y no solo frenaría, el progreso de Irán hacia la producción de armas nucleares. Al mismo tiempo, permitiría a Irán afirmar que ha preservado una opción nuclear mientras obtenía beneficios económicos. Probablemente sería bien recibido por gran parte de su población, que desea mejorar su nivel de vida y reducir su aislamiento internacional.
Lo más importante es que los líderes iraníes desean preservar el sistema en crisis creado por la revolución de 1979. Este objetivo ha impulsado importantes cambios de política en el pasado: en 1988, el ayatolá Ruhollah Jomeini acordó poner fin a la guerra con Irak sin obtener la victoria —una decisión que comparó con beber veneno— para salvar a la República Islámica. El mismo razonamiento podría aplicarse ahora.
Trump, por su parte, podría afirmar haber logrado un pacto más amplio que el que descartó, y de una duración considerablemente mayor. Sin duda, algunos en Israel y Estados Unidos se quejarían de que cedió demasiado, pero los flancos políticos de Trump son lo suficientemente fuertes como para llevarlo a cabo. Este acuerdo también le permitiría evitar nuevos enredos militares.
Las relaciones entre Estados Unidos e Irán se encuentran en un momento crítico. Estados Unidos se enfrentó a un dilema similar a principios de la década de 1990, cuando tuvo la oportunidad de atacar las instalaciones nucleares de Corea del Norte, pero finalmente se contuvo por temor a que Corea del Norte tomara represalias invadiendo Corea del Sur, donde decenas de miles de soldados estadounidenses estaban estacionados.
Las secuelas de los atentados del 7 de octubre han dejado claro que el Irán actual no representa una amenaza comparable. Aun así, Trump podría mostrarse reacio a poner a prueba esa evaluación, dado que Irán podría perjudicar a sus vecinos y disparar los precios del petróleo, lo que impulsaría la inflación y frenaría el crecimiento económico. Es esta convergencia de riesgos e intereses la que hace que la situación sea sorprendentemente propicia para un avance diplomático.
Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores, consejero principal de Centerview Partners y académico distinguido de la Universidad de Nueva York, se desempeñó anteriormente como director de Planificación de Políticas del Departamento de Estado de EE. UU. (2001-2003) y fue enviado especial del presidente George W. Bush a Irlanda del Norte y coordinador para el Futuro de Afganistán. Es autor de The Bill of Obligations: The Ten Habits of Good Citizens (Penguin Press, 2023) y del boletín semanal de Substack Home & Away .
Sí, leyó bien: el mismo Estados Unidos al que los clérigos gobernantes de Irán han llamado “el Gran Satán” desde la Revolución Islámica hace casi medio siglo. El mismo Estados Unidos que apoyó al Sha hasta su derrocamiento en 1979. El mismo Estados Unidos que asesinó a Qassem Soleimani, comandante de la poderosa Fuerza Quds de Irán, hace apenas cinco años.
Irán, por su parte, es el mismo país que mantuvo como rehenes a 52 estadounidenses durante 444 días, desde finales de 1979 hasta 1981. El mismo Irán que apoya a Hamás —el grupo responsable de los ataques terroristas contra Israel el 7 de octubre de 2023— y a los hutíes yemeníes, que atacan al ejército estadounidense y al transporte marítimo internacional. Y el mismo Irán que, según informes, ha explorado opciones para asesinar al presidente estadounidense Donald Trump y a miembros de su primera administración.
Entonces, ¿por qué Irán estaría interesado en firmar un nuevo acuerdo con Trump, quien se retiró unilateralmente del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA) de 2015 –el acuerdo nuclear entre Irán y algunas de las principales potencias del mundo– durante su primer mandato?
Dos razones destacan. Para empezar, ayudaría a Irán a evitar un ataque militar directo por parte de Israel o Estados Unidos, algo contra lo que demostró estar mal preparado para defenderse en octubre, cuando Israel atacó con éxito sus plantas de fabricación de misiles y drones, así como sus defensas aéreas. Con la economía iraní, débil y debilitada, contra las cuerdas, un nuevo acuerdo podría proporcionar un alivio muy necesario de las sanciones y, potencialmente, aliviar la presión política interna sobre el régimen.
Pero ¿qué le espera a Trump? Claramente busca un logro diplomático significativo. Lo intentó y fracasó con Corea del Norte en su primer mandato, y hasta ahora ha fracasado en sus intentos de negociar el fin de las guerras en Ucrania y Gaza. Un acuerdo nuclear con Irán bien podría ser su mejor oportunidad.
Además, Trump ha prometido públicamente que Irán no desarrollará ni adquirirá armas nucleares bajo su mandato. La urgencia es real, ya que Irán se ha acercado cada vez más al ensamblaje de los componentes necesarios para construir una o más armas nucleares.
Sin duda, existen buenas razones estratégicas para que Trump busque un acuerdo con Irán. Si tanto la diplomacia como la fuerza militar fracasan e Irán logra desarrollar un arma nuclear, el resultado podría ser una carrera armamentística nuclear en Oriente Medio. Un Irán con armas nucleares también podría desplegar sus numerosas fuerzas subsidiarias, como Hezbolá, Hamás y los hutíes, con aún mayor impunidad.
Sin embargo, hay muchas preguntas que deben responderse antes de que se pueda firmar un acuerdo. En primer lugar, ¿qué materiales nucleares se le permitiría a Irán conservar o producir? En concreto, ¿se le permitiría enriquecer o conservar uranio enriquecido? De ser así, ¿cuánto y a qué nivel?
La segunda cuestión se refiere a la supervisión. ¿Cómo garantizaría Estados Unidos que Irán cumple con sus compromisos? ¿Y hasta qué punto un Irán cerrado estaría dispuesto a abrirse a expertos externos encargados de evaluar su cumplimiento?
Un tercer conjunto de preguntas se refiere al alcance del acuerdo. ¿Se limitaría a los materiales nucleares o abarcaría también otros elementos esenciales como componentes de bombas, misiles, actividades de prueba o el apoyo de Irán a representantes regionales?
En cuarto lugar, ¿cuál sería la duración del acuerdo? ¿Incluiría cláusulas de caducidad, como el PAIC, o sería indefinido? Y, por último, ¿qué forma adoptaría el acuerdo? Irán podría buscar garantías de que Trump y sus sucesores en ambos partidos cumplirán con el acuerdo, posiblemente insistiendo en que el Congreso lo apruebe.
Existe un posible acuerdo que podría brindar a ambas partes lo que necesitan. Irán podría mantener una pequeña cantidad de combustible nuclear poco enriquecido, apto únicamente para fines civiles. Habría un amplio monitoreo externo. A cambio, Irán recibiría un alivio parcial de las sanciones, con la posibilidad de un alivio mayor si el acuerdo contemplara cuestiones adicionales. El acuerdo podría ser indefinido o extenderse, por ejemplo, hasta 2050, o mejor aún, hasta 2075. El Congreso, junto con su homólogo iraní, tendría que aprobar el acuerdo.
Tal resultado retrasaría, y no solo frenaría, el progreso de Irán hacia la producción de armas nucleares. Al mismo tiempo, permitiría a Irán afirmar que ha preservado una opción nuclear mientras obtenía beneficios económicos. Probablemente sería bien recibido por gran parte de su población, que desea mejorar su nivel de vida y reducir su aislamiento internacional.
Lo más importante es que los líderes iraníes desean preservar el sistema en crisis creado por la revolución de 1979. Este objetivo ha impulsado importantes cambios de política en el pasado: en 1988, el ayatolá Ruhollah Jomeini acordó poner fin a la guerra con Irak sin obtener la victoria —una decisión que comparó con beber veneno— para salvar a la República Islámica. El mismo razonamiento podría aplicarse ahora.
Trump, por su parte, podría afirmar haber logrado un pacto más amplio que el que descartó, y de una duración considerablemente mayor. Sin duda, algunos en Israel y Estados Unidos se quejarían de que cedió demasiado, pero los flancos políticos de Trump son lo suficientemente fuertes como para llevarlo a cabo. Este acuerdo también le permitiría evitar nuevos enredos militares.
Las relaciones entre Estados Unidos e Irán se encuentran en un momento crítico. Estados Unidos se enfrentó a un dilema similar a principios de la década de 1990, cuando tuvo la oportunidad de atacar las instalaciones nucleares de Corea del Norte, pero finalmente se contuvo por temor a que Corea del Norte tomara represalias invadiendo Corea del Sur, donde decenas de miles de soldados estadounidenses estaban estacionados.
Las secuelas de los atentados del 7 de octubre han dejado claro que el Irán actual no representa una amenaza comparable. Aun así, Trump podría mostrarse reacio a poner a prueba esa evaluación, dado que Irán podría perjudicar a sus vecinos y disparar los precios del petróleo, lo que impulsaría la inflación y frenaría el crecimiento económico. Es esta convergencia de riesgos e intereses la que hace que la situación sea sorprendentemente propicia para un avance diplomático.