Los dirigentes europeos sabían que la situación de Vladimir Putin en el Este y Donald Trump en el Oeste sería una pesadilla estratégica, pero no hicieron prácticamente nada para lograr una mayor unidad política y una mayor capacidad de defensa en previsión precisamente de ese resultado.
BERLÍN – Cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre pasado, las élites europeas aparentemente pensaron que Estados Unidos se volvería un poco más aislacionista, un poco más nacionalista. Pero, por lo demás, prevalecería la continuidad. Trump exigiría que Europa pagara más por su defensa, pero la OTAN –y la importantísima garantía de seguridad estadounidense para Europa– sobreviviría.
Hoy, tras la oleada de apariciones de altos funcionarios estadounidenses en las principales cumbres europeas, sabemos que fue un gran error. Trump no quiere nada menos que una ruptura total con las reglas y alianzas que generaciones de responsables de las políticas estadounidenses construyeron con mucho esfuerzo y éxito en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahora, Rusia, no la Unión Europea, será el socio cercano de Estados Unidos. Ya no es la solidaridad de las democracias lo que cuenta en Washington, sino el acuerdo de los gobernantes autocráticos de las potencias globales; la fuerza vuelve a prevalecer sobre la ley.
Esto se hace patente en la estrategia de Trump para poner fin a la guerra de exterminio que Rusia libra en Ucrania. Trump quiere poner fin a la guerra lo antes posible en estrecha cooperación con el presidente ruso, Vladimir Putin, excluyendo a Ucrania y sus aliados europeos. Ucrania y Europa tendrán que soportar la mayor parte de las consecuencias políticas y materiales, pero no tendrán voz ni voto en las negociaciones.
Así es, pues, la visión de Trump sobre el orden internacional: volver a las esferas de influencia, con grandes potencias que dictan el destino de los países más pequeños. Es una visión que encanta a Putin y al presidente chino Xi Jinping, porque se alinea perfectamente con su autoritarismo y sus ambiciones neoimperiales.
Sin duda, el revisionismo de Trump ha colocado a Estados Unidos en una senda de autodebilitamiento o incluso de autodestrucción, empezando por la destrucción de Occidente. Después de todo, la OTAN fortaleció a Estados Unidos y contribuyó decisivamente a la victoria de Occidente en la Guerra Fría. ¿Qué interés nacional podría estar promoviendo Estados Unidos al poner la Alianza y Ucrania a los pies de Putin?
Nada de esto tiene sentido y, sin embargo, todo era previsible. Los dirigentes europeos sabían a quién y qué obtendrían con una segunda presidencia de Trump, y que Trump tenía la firme intención de transformar la democracia estadounidense en una oligarquía y establecer un nuevo orden mundial autoritario. Sabían que Putin en el Este y Trump en el Oeste serían una pesadilla estratégica, pero no hicieron casi nada para lograr una mayor unidad política y capacidades de defensa más sólidas en previsión precisamente de ese resultado.
Europa tiene el dinero, la capacidad tecnológica, la gente y las empresas necesarias para asegurar su futuro, pero debe actuar ahora. Los Estados grandes y medianos de la UE deben cooperar estrechamente. Foto: Pixabay.
En consecuencia, Europa no está preparada en absoluto. Frente al cambio histórico que Trump parece decidido a llevar a cabo, Europa presenta un panorama lamentable, aparentemente tan desventurada e histérica como un gallinero cuando entra un zorro. Los europeos deben preguntarse cómo llegaron a esta situación y qué hacer ahora que la administración Trump ha dejado en evidencia su extremismo. Lo que está en juego es nada menos que la seguridad y la libertad de Europa. Debería ser obvio para todos que seguir como hasta ahora es una receta para el desastre.
Europa tiene el dinero, la capacidad tecnológica, la gente y las empresas necesarias para asegurar su futuro, pero debe actuar ahora. Los Estados grandes y medianos de la UE deben cooperar estrechamente. La Comisión Europea debe redefinir las normas sobre deuda y, junto con los Estados miembros (y, idealmente, con la participación del Reino Unido y Noruega), crear finalmente un ejército europeo listo para el combate y una industria de defensa europea común.
A Europa se le está acabando el tiempo, y a pasos agigantados. La vacilación y la postergación eran cosa del pasado. La elección es clara: Bruselas o Moscú, libertad o sumisión. Para Europa, la respuesta sólo puede ser Bruselas, sólo libertad. En su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, dejó brutalmente claro a los europeos lo impotentes que son y lo solos que estarán a partir de ahora.
La guerra de Putin en Ucrania y la inminente traición de Trump a ese país demuestran lo peligrosa que es para todos nosotros la impotencia europea. En el futuro, la paz y la libertad en el continente europeo tendrán que basarse principalmente en nuestra propia fuerza y capacidad de disuasión. Por eso Europa debe actuar de inmediato. En el mundo de Trump, no hay sustituto para el poder duro. Europa no debe escatimar en gastos para desarrollarlo. ¿O los tanques rusos tienen que avanzar primero hacia Riga y Varsovia?
Hoy, tras la oleada de apariciones de altos funcionarios estadounidenses en las principales cumbres europeas, sabemos que fue un gran error. Trump no quiere nada menos que una ruptura total con las reglas y alianzas que generaciones de responsables de las políticas estadounidenses construyeron con mucho esfuerzo y éxito en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. A partir de ahora, Rusia, no la Unión Europea, será el socio cercano de Estados Unidos. Ya no es la solidaridad de las democracias lo que cuenta en Washington, sino el acuerdo de los gobernantes autocráticos de las potencias globales; la fuerza vuelve a prevalecer sobre la ley.
Esto se hace patente en la estrategia de Trump para poner fin a la guerra de exterminio que Rusia libra en Ucrania. Trump quiere poner fin a la guerra lo antes posible en estrecha cooperación con el presidente ruso, Vladimir Putin, excluyendo a Ucrania y sus aliados europeos. Ucrania y Europa tendrán que soportar la mayor parte de las consecuencias políticas y materiales, pero no tendrán voz ni voto en las negociaciones.
Así es, pues, la visión de Trump sobre el orden internacional: volver a las esferas de influencia, con grandes potencias que dictan el destino de los países más pequeños. Es una visión que encanta a Putin y al presidente chino Xi Jinping, porque se alinea perfectamente con su autoritarismo y sus ambiciones neoimperiales.
Sin duda, el revisionismo de Trump ha colocado a Estados Unidos en una senda de autodebilitamiento o incluso de autodestrucción, empezando por la destrucción de Occidente. Después de todo, la OTAN fortaleció a Estados Unidos y contribuyó decisivamente a la victoria de Occidente en la Guerra Fría. ¿Qué interés nacional podría estar promoviendo Estados Unidos al poner la Alianza y Ucrania a los pies de Putin?
Nada de esto tiene sentido y, sin embargo, todo era previsible. Los dirigentes europeos sabían a quién y qué obtendrían con una segunda presidencia de Trump, y que Trump tenía la firme intención de transformar la democracia estadounidense en una oligarquía y establecer un nuevo orden mundial autoritario. Sabían que Putin en el Este y Trump en el Oeste serían una pesadilla estratégica, pero no hicieron casi nada para lograr una mayor unidad política y capacidades de defensa más sólidas en previsión precisamente de ese resultado.
En consecuencia, Europa no está preparada en absoluto. Frente al cambio histórico que Trump parece decidido a llevar a cabo, Europa presenta un panorama lamentable, aparentemente tan desventurada e histérica como un gallinero cuando entra un zorro. Los europeos deben preguntarse cómo llegaron a esta situación y qué hacer ahora que la administración Trump ha dejado en evidencia su extremismo. Lo que está en juego es nada menos que la seguridad y la libertad de Europa. Debería ser obvio para todos que seguir como hasta ahora es una receta para el desastre.
Europa tiene el dinero, la capacidad tecnológica, la gente y las empresas necesarias para asegurar su futuro, pero debe actuar ahora. Los Estados grandes y medianos de la UE deben cooperar estrechamente. La Comisión Europea debe redefinir las normas sobre deuda y, junto con los Estados miembros (y, idealmente, con la participación del Reino Unido y Noruega), crear finalmente un ejército europeo listo para el combate y una industria de defensa europea común.
A Europa se le está acabando el tiempo, y a pasos agigantados. La vacilación y la postergación eran cosa del pasado. La elección es clara: Bruselas o Moscú, libertad o sumisión. Para Europa, la respuesta sólo puede ser Bruselas, sólo libertad. En su discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich, el vicepresidente de Estados Unidos, J. D. Vance, dejó brutalmente claro a los europeos lo impotentes que son y lo solos que estarán a partir de ahora.
La guerra de Putin en Ucrania y la inminente traición de Trump a ese país demuestran lo peligrosa que es para todos nosotros la impotencia europea. En el futuro, la paz y la libertad en el continente europeo tendrán que basarse principalmente en nuestra propia fuerza y capacidad de disuasión. Por eso Europa debe actuar de inmediato. En el mundo de Trump, no hay sustituto para el poder duro. Europa no debe escatimar en gastos para desarrollarlo. ¿O los tanques rusos tienen que avanzar primero hacia Riga y Varsovia?